El aliento es la energía que alimenta un sinnúmero de instrumentos musicales aerófonos: como oboes, clarinetes, flautas, cornos trompetas y trombones. Está íntimamente vinculado, desde la filosofía y la teología, con el alma, representando como ésta un soplo divino, engendrador de vida, de movimiento y de sonido. No en vano se han compuesto verdaderas obras maestras para los alientos, de la mano de genios como Mozart, Strauss, Enesco y, desde luego, Stravinsky.
George Enescu (1881-1955) fue un compositor, violinista, director de orquesta y profesor rumano. Prodigioso violinista desde la infancia, fue el compositor más reconocido de su país y figura clave en la vida musical de la primera mitad del siglo XX. Procedente de una familia modesta de clase media, comenzó a estudiar el violín a los cuatro años. A los cinco, aprendió el sistema de notación musical y comenzó a componer inmediatamente. A los siete, dejó su pueblo natal para ir a estudiar al Conservatorio de Viena. Además del violín también aprendió el órgano y el violoncello e interpretó las obras de Brahms con la orquesta del conservatorio, en presencia del compositor. Su primera actuación pública, como violinista, fue en la ciudad de Sl?nic, al noreste de Rumania, en 1889. Enesco se graduó en 1893, a la edad de doce años. Un par de años después continuó sus estudios en el Conservatorio de París, donde estudió composición con Jules Massenet (1895-1896) y Gabriel Fauré (1896-1899). Después de 1899, comenzó a llevar el estilo de vida que lo caracterizó durante toda su adultez, viviendo tanto en Francia como en Rumania, dividiendo sus energías entre la interpretación y la composición. París fue su principal centro de actividades como solista, donde solía acompañarse de músicos de la talla de Alfred Cortot, Jacques Thibaud y Pablo Casals, quien dijo de Enesco que era el más grande fenómeno musical desde Mozart. Los meses del verano solía dedicarlos a la composición en el campo rumano, además de participar activamente en la vida musical de su país. Como profesor, Enesco tuvo alumnos notables, entre los que destacan violinistas legendarios de la talla de Yehudi Menuhin, Arthur Grumiaux, Christian Ferras e Ida Haendel.
El Dixtuor(o deceto, en francés) en Re mayor, Op. 14 (1906) es una obra compuesta para diez instrumentos de aliento, con la configuración de un doble quinteto de alientos clásico (flauta, oboe, clarinete, fagot y corno). Enesco la escribió poco después de su graduación del Conservatorio de París. Fue estrenada por la Société moderne d'instruments à vent, un ensamble de alientos fundado por el flautista francés Georges Barrère y dirigido por Claude-Paul Taffanel, profesor de flauta del Conservatorio. La obra es un buen ejemplo de cómo Enesco absorbió las tradiciones musicales de Europa del Este incorporándolas en una estética posromántica. Lo conforman tres movimientos: I. Doucement mouvementé II. Modérément y III. Allègrement, mais pas trop vif. El primer movimiento parece evocar la delicadeza de Brahms, mientras el segundo recuerda a sonidos rumanos con influencias de la danza folclórica del país. Al final la obra se torna alegre, bajo una estructura de sonata-rondó.
A principios del siglo XX, algunas de las principales ciudades europeas, entre las que sobresalían Viena y París –que contagiaron a otras tantas— se encontraban en una convulsión de cambios industriales, económicos, sociales y, por supuesto, artísticos. Cambios que dieron lugar a lo que conocemos como vanguardias: expresiones, muchas veces experimentales que pusieron de cabeza diversos conceptos de índole artística, cultural, política, filosófica y literaria. Si el arte nace en lo profundo de lo social, entonces la música es un retrato fiel de los comportamientos y cambios de las sociedades que la crean. De manera que el arte imita a la sociedad y, sin duda, ésta al arte. Los vertiginosos cambios de principios del siglo pasado influyeron determinantemente en la música contemporánea o de vanguardia. Igor Stravinsky (1882-1971) representó, como pocos, este gran cambio; compositor ruso (posteriormente de nacionalidad francesa y estadounidense) fue el más polifacético, influyente e interpretado del siglo XX. Su obra toca los puntos más importantes y las principales tendencias musicales del siglo: desde el neonacionalismo de sus primeros ballets hasta la interpretación más personal que hizo del serialismo en su última década, pasando por el nacionalismo experimental y el neoclasicismo. Sus constantes viajes y estancias en Rusia, Suiza, Francia y Estados Unidos dejaron profunda huella en sus piezas, donde subyacen complejos patrones de alusiones e influencias sonoras de los lugares donde vivió. En su música, encontramos una sorprendente congruencia entre pensamiento agudo y depuración técnica.
El Octeto para alientos (1923) es una obra que utiliza una interesante e inusual combinación de instrumentos de aliento de madera y metal: clarinetes y fagotes, por un lado, flauta, trompetas y trombones por el otro. La obra está escrita en el periodo neoclásico de Stravinsky, donde había alcanzado un ingenio y encanto sobresalientes. En la moderna concepción musical stravinskiana no podía faltar la ancestral asociación música-pintura, así, en un creativo acercamiento al cubismo, Stravinsky concibió su pieza. Como da cuenta el crítico musical argentino Diego Fischerman en su libro “Después de la música. El siglo XX y más allá” (Eterna Cadencia, 2011): «Stravinsky, trabajando con modelos cercanos al del cubismo pictórico, traicionó incluso a quienes habían creído en La consagración de la primavera y desarrolló luego un estilo generalmente llamado neoclásico, en el que tomó formas, células melódicas o armónicas de la tradición, y las utilizó para construir con ellas discursos diferentes de aquellos en los que funcionaban originalmente. Algo así como la descontextualización y posterior recontextualización de objetos conocidos, en un sentido hasta cierto punto emparentado con el de ostranénie (extrañamiento) que defendían los formalistas rusos. Salvo que en este caso no se trataba de lograr que el objeto fuera visto como por primera vez, no se buscaba revelarle ningún valor sino, simplemente, hacerle jugar otro juego». El propio Stravinsky se refirió a su creación en términos plásticos, visuales:
«Mi Octeto es un objeto musical. Este objeto tiene una forma y esa forma se ve influida por la materia musical de que está compuesta. Las diferencias de la materia determinan la diferencia de la forma. No se hace con el mármol lo mismo que se hace con la piedra […] Mi Octeto no es una obra ‘emotiva’ sino una composición musical basada en elementos objetivos que son suficientes por sí mismos [...] Mi Octeto, como he dicho anteriormente, es un objeto que tiene su propia forma. Al igual que el resto de los objetos, tiene peso y ocupa un lugar en el espacio».
Nadia Boulanger –de quien se ha dicho que fue la pedagoga musical más importante que haya existido jamás– fue amiga íntima de Stravinsky, dirigió algunas de sus obras, apreciaba y conocía bien su arte. Ella describió la “geometría constructivista” del Octeto en las siguientes líneas: «Todo su pensamiento se traduce en li?neas precisas, sencillas y cla?sicas, y la soberana certidumbre de su forma de componer, siempre renovada, toma aqui?, en su sequedad y precisio?n, una autoridad sin artificio [...] La partitura del Octeto esta? entre aquellas que proporcionan satisfaccio?n al espi?ritu y a los ojos que reconocen las pasiones del contrapunto, a aquellos a los que les gusta volver a visitar a los viejos maestros del Renacimiento y a Johann Sebastian Bach».
Silvestre Revueltas (1899-1940) fue un compositor, violinista y director de orquesta mexicano, nacido en Santiago Papasquiaro, Durango. Entre 1907 y 1916 estudió violín en Colima, Durango y en la Ciudad de México. En 1917 viajó a Estados Unidos donde perfeccionó el estudio del violín y se enfocó más a la composición; actividad en la que comenzó a destacar a partir de 1926. Aunque realizó buena parte de sus estudios fuera de México, las experiencias musicales y personales que adquirió en sus giras como violinista por México y España fueron de influencia decisiva en su música, muchas veces basada en motivos y melodías folclóricas, con orquestaciones brillantes y un poderoso impulso rítmico. Obras orquestales como Redes y Sensemayá (ambas de 1938) constituyen magníficos ejemplos de su vigoroso lenguaje orquestal. La música de Revueltas suscita un interés particular por rehuir de las grandes formas, canónicas en la música de concierto, como la sinfonía estructurada en varios movimientos y los largos desarrollos. Cobra especial importancia en su música el ritmo y sus procesos, pequeñas células que se superponen y transforman deviniendo en un estilo expresivo y contundente. Su aporte al movimiento musical nacionalista mexicano es notable, ya que a diferencia de su contemporáneo Carlos Chávez –quien enarbolaba un discurso nacionalista, más bien oficialista, preocupado por exaltar épicamente rasgos de culturas prehispánicas– Revueltas se interesaba más en el sincretismo cultural de México.
La cuestión de la forma, en Revueltas como en Stravinsky, reivindica una estética musical original y provocadora. La musicóloga Yolanda Moreno Rivas, apunta en su libro “Rostros del nacionalismo en la música mexicana. Un ensayo de interpretación” (FCE, 1989) que «aún en las obras de corta extensión de Revueltas se define tempranamente una actitud estética y una concisión de factura que descartó de su obra tanto lo grandioso como lo conmemorativo, apartándola de los desarrollos largos y los grandes despliegues formales. Aquí es indispensable recordar que la formación de Revueltas como compositor fue más práctica que escolástica, de ahí que no llegara a formar hábitos académicos de composición». Revueltas, de personalidad apasionada e incendiaria, concebía una música alejada de los convencionalismos compositivos, de los cánones académicos, lo que lo acercaba más a la estética de Stravinsky y Debussy que de sus connacionales.
En 1933, año en el que Revueltas trabajó como musicalizador de teatro radiofónico, le fue encomendada una pieza pensada para transmitirse por radio. La estrenaría la Orquesta de Cámara de la SEP (de ocho integrantes). De este encargo nació Ocho por radio (1933), pieza de escasos seis minutos de duración pero, como señala la musicóloga Moreno Rivas, con una bien definida actitud estética. El propio Revueltas –en referencia a otra interpretación curiosa del título– escribió con su inconfundible humor, crítico y sardónico, en el programa de mano del concierto dirigido por él mismo en octubre de 1933:
«Ecuación algebraica sin solución posible, a menos de poseer profundos conocimientos en matemática. El autor ha intentado resolver el problema por medio de instrumentos musicales, con éxitos medianos, del que la crítica conocedora en achaques de números podrá juzgar con su habitual ecuanimidad».
Axel Juárez
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