MOZART – STRAUSS es un evento cultural presentado por la Orquesta Sinfónica de Xalapa en el concierto del 7 de octubre de 2020. Contiene las piezas sinfónicas hechas por el famoso compositor de música Wolfgang Amadeus Mozart y Richard Strauss. El programa de música fue dirigido por Martin Lebel.
El aliento, íntimamente relacionado –desde la filosofía y la teología– con el alma «soplo divino, engendrador de vida, movimiento y sonido», es la energía que alimenta un sinnúmero de instrumentos musicales aerófonos, como los oboes, clarinetes y flautas. La palabra «alma» proveniente del latín «anima» y esta del griego «ánemos» –esto es, viento, hálito, respiración, soplo– ha insuflado la idea del aliento, de la respiración, como un vínculo con la divinidad, con lo dador de vida. No en vano, se han compuesto verdaderas obras maestras para los instrumentos de aliento, de la mano de genios como Mozart y Strauss. La obra de Mozart, y sus más profundas significaciones, influyeron marcadamente en el pensamiento musical de Strauss, quien al igual que su padre, rechazaba cierto tufo trascendental de las obras de compositores como Wagner. En cambio, la obra de Mozart, enamoró a Strauss desde la infancia y durante toda su vida. Tal vez en las sabias palabras de Ramón Andrés, en su biografía de Mozart, encontremos alguna explicación al respecto: «Es difícil de aceptar para la mentalidad occidental un discurso como el de Mozart, que no ofrece –ni lo ansía– las soluciones que músicos como Beethoven, Wagner o Mahler trataron de encontrar, demasiado preocupados por la trascendencia, por lo ‘universal’. La música de Mozart no tiene la pretensión de la verdad ni la aspiración de recomponer el mundo; por esta razón, más relevante de lo que pueda parecer a primera instancia, no hay en sus compases sentimiento de deuda ni de culpa. Nada se afirma, y su ausencia de dogma, consuela».
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), probablemente el niño genio más famoso de la historia de la música, estuvo rodeado de un ambiente musical desde temprana edad. Fue el último hijo de un violinista al servicio de la corte en Salzburgo: Leopold Mozart, quien además de buen músico había escrito un afamado método para violín, convirtiéndose en el único maestro de Wolfgang desde los cinco años de edad. El padre, al constatar la facilidad de su hijo para la composición y la ejecución decidió llevarlo –junto a su otra hija virtuosa del teclado: Nannerl– a las cortes y palacios en donde podría obtener fama y beneficios económicos. En aquellos viajes, además de ser escuchado por las élites económicas y culturales, Mozart tuvo la posibilidad de escuchar a muchos de sus contemporáneos, sorprendiendo por su capacidad de imitación y asimilación de diversos estilos. En poco tiempo logró dominar la técnica de la composición musical, destacando en prácticamente todos los géneros y estilos de la época. Así, en su madurez, su prolífico pensamiento musical podía ser desatado por los impulsos más inesperados, como fue en el caso de su Serenata No. 11 para instrumentos de aliento, en mi bemol mayor, K. 375 (1781). Un par de semanas después de su composición, Mozart escribió a su padre: «anoche, a las once, me dieron una serenata dos clarinetes, dos cornos y dos fagotes, tocando mi propia música […] aquellos músicos tenían la puerta principal abierta para ellos y cuando se formaron en el patio me dieron, justo cuando me desvestía para acostarme, la sorpresa más encantadora del mundo con el acorde inicial de mi bemol mayor». A este sexteto original, Mozart añadió posteriormente un par de oboes, convirtiendo la Serenata en el octeto que hoy escuchamos.
Después de la muerte de Richard Wagner, en 1883, se suscitó un periodo incierto en la música alemana, algunos compositores trataron de imitarlo en la tradición operística mientras otros evitaban la ópera pero asimilando las innovaciones musicales que Wagner legó, aplicándolas a la música de concierto. Ejemplo de esto fue el austriaco Anton Bruckner (1824-1896), que llevó la grandeza y los aportes armónicos de Wagner a la forma sinfónica tradicional; por otro lado Gustav Mahler (1860-1911) expandió aún más la forma sinfónica empleando una orquesta de mayor tamaño que incorporaba algunos elementos vocales y de la música programática. Richard Strauss (1864-1949), contemporáneo de Mahler, tomó un rumbo diferente al utilizar el poema sinfónico —una forma musical que busca capturar la historia o atmósfera de una obra no musical, como un poema o una pintura—. Nacido en Munich y heredero musical de una gran familia de compositores, a los seis años demostró su talento al componer su primera pieza para piano y sus primeras canciones. Su educación musical se desarrolló de manera informal por parte de músicos sinfónicos, compañeros de su padre, lo que le permitió además hacerse de una red de contactos que difundieron tempranamente sus obras. En sus primeras piezas se aprecia la influencia del clasicismo fomentado por su padre, músico de posturas estéticas conservadoras y antiwagnerianas. Aunque Strauss es más conocido por sus óperas (Salomé, Elektra, El caballero de la Rosa, entre otras) y sus poemas sinfónicos (Muerte y Transfiguración, Así habló Zaratustra) también compuso varias piezas instrumentales cortas. Con diecisiete años de edad compuso su Serenata para alientos, Op. 7 (1881). No obstante su juventud y su condición de estudiante, Strauss plasmó en esta obra una profunda admiración por Mozart, inspirándose en una de sus serenatas para trece alientos, la número 10, “Gran Partita”, K.361, compuesta muy poco antes de la número 11 en mi bemol mayor.
Axel Juárez
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