SEXTETO DE BRAHMS es un evento cultural presentado por la Orquesta Sinfónica de Xalapa en el concierto del 30 de octubre de 2020. Contiene las piezas sinfónicas hechas por el famoso compositor de música Johannes Brahms El programa de música fue dirigido por Martin Lebel.
La relevancia de Ludwig van Beethoven (1770-1827) para la historia de la música es indiscutible. Además de inaugurar el ideal del artista “romántico” en el puente del clasicismo al romanticismo y de asimilar, extender y llevar a sus últimas consecuencias la tradición vienesa representada por Mozart y Haydn, Beethoven fue una influencia determinante en la obra de muchos compositores, contemporáneos y posteriores a él. En su perenne legado, queda de manifiesto la íntima relación entre la música y lo social, acaso un ejemplo contundente de aquello que Jacques Attali señala en su libro Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música (1977): «La música anuncia, pues es profética. Desde siempre, ha contenido en sus principios el anuncio de los tiempos por venir. Así, veremos que si la organización política del siglo XX se arraiga en el pensamiento político del siglo XIX, éste está casi completo, en germen, en la música del XVIII». Beethoven vivió un contexto social rodeado de un ethos decimonónico, donde la Revolución Francesa (1789-1799) marcaba pautas de libertades varias, ideario con el que Beethoven simpatizaba. Su música está impregnada de ese espíritu de época, en este sentido cobra absoluta relevancia lo que el gran crítico literario George Steiner señala en su libro En el castillo de Barba Azul (1971): «Como la música guarda tan estrecha relación con los cambios producidos en las formas del tiempo, el desarrollo de los tempi de Beethoven, el desarrollo de las vibraciones de su música sinfónica y de cámara durante esos años pertinentes, es de un extraordinario interés histórico y psicológico». Por otro lado, para el historiador del arte y musicólogo español Federico Sopeña, la música posterior a Beethoven «no ha hecho sino intentar llevar hasta el fin todos los mundos hechos o entrevistos por él»; asimismo, nos recuerda, que la música de Beethoven en el piano, en la orquesta, en los ensambles de cámara, «es un gran puente fijo sin el cual no podría existir todo lo que la música romántica ha traído consigo: el concierto, la audición para el público tal como la vivimos hoy».
Durante la segunda mitad del siglo XVIII las serenatas y los divertimentos eran la música favorita de buena parte de la aristocracia y de la clase media. Toda clase de compositores abordaron estos géneros, incluyendo a Haydn y Mozart. Muchas veces, estas obras garantizaban a sus autores buenas relaciones políticas o ingresos seguros y nada desdeñables, pero no ha sido sino hasta épocas recientes cuando la música de cámara encontró un público propio, más amplio y dispuesto a pagar por ella. En el uso más cotidiano, el término “música de cámara” denota música escrita para un ensamble pequeño –desde un solo ejecutante a un grupo reducido– destinado al ámbito privado, en un entorno doméstico, con público o sin él, pero en un pequeño recinto, es decir, una “cámara”. Esto implica cierta intimidad, adecuada para una música cuidadosamente compuesta. Un elemento importante en este tipo de música es el placer social y musical que representa para los ejecutantes tocar juntos. El significado del término ha variado desde mediados del siglo XVI y durante el XVII. Tanto el término italiano musica da camera como su contraparte alemana kammermusik denotaban un ensamble musical que interpretaba en privado –formado regularmente por voces y algunos pocos instrumentos– en las cortes o en las casas de un público adinerado. Durante el siglo XVIII, el término se empezó a asociar específicamente a la música instrumental, como sonatas, tríos y cuartetos, y a partir del siglo XX el término se asoció a una gama mucho más amplia de ensambles. Para la historiadora de la música Christina Bashford, la naturaleza íntima del repertorio de cámara, sus efectos sutiles y la concentración de ideas musicales –aunado al hecho de que varios compositores, incluyendo a Beethoven, Brahms y Bartók, produjeron algunas de sus más notables e intensas obras para el cuarteto de cuerdas– también connotaba un repertorio fundado en lo intelectual.
Beethoven compuso su septimino o Septeto en Mi bemol mayor, Op. 20 (1799-1800) por encargo de la Emperatriz María Teresa de Austria, siguiendo el popular modelo de la serenata y el divertimento. Beethoven entrelaza magistralmente en esta obra tres instrumentos de aliento (clarinete, fagot y corno) con un cuarteto de cuerdas atípico (violín, viola, violoncello y contrabajo). Para la biógrafa y musicóloga Marion Margaret Scott (1877-1953) «la eliminación de un segundo violín en favor de un contrabajo era una maniobra estratégica, ya que suministraba a los instrumentos de aliento (madera y metal) un bajo fundamental que situaba todo lo interpretado sobre una base correcta». La tonalidad elegida por Beethoven coincide con la utilizada en muchas de sus obras de la última década del siglo XVIII, su utilidad es mencionada por Scott en su célebre biografía del compositor: «Beethoven se volcó prácticamente durante esta época en la tonalidad de mi bemol; pero esta monotonía no le hizo perder de vista el método. Mi bemol era, con mucho, la mejor clave para reunir a los desiguales componentes de sus equipos de instrumentos de viento». El Septeto se estrenó el 2 de abril de 1800, en el National Hoftheater de Austria, en una velada que incluyó también el Concierto para Piano No. 3 y la Sinfonía No. 1. El éxito del Septeto fue apabullante, tanto que posteriormente llegó a opacar obras más relevantes, al grado que Beethoven apenas podía soportar que la obra le fuera mencionada.
Axel Juárez
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