Música de cine infantil - 29,30/4/2022
La magia de la música en el cine
Raciel D. Martínez Gómez
Coincidimos plenamente con el melómano y hombre de letras George Steiner: el misterio numinoso de la música la coloca como una necesidad prioritaria en la vida emocional del presente. Ahora, agregaríamos, el cine también se ha constituido en esa romántica pantalla de sueños que resarce nuestra realidad vulnerada.
En este sentido, imagen y música se erigen en estímulos simultáneos que, para las generaciones actuales de niñas y niños, es un binomio plenamente aceptado en la educación de sus sentimientos.
Y es que, si la música está engarzada, por ejemplo a las matemáticas en lo referente a concordancia y ritmo, no lo estaría menos con el cine, medio artístico y lenguaje universal del que se “adueña” amablemente por ser la representación sensorial del carácter psicológico de personajes y por dramatizar la descripción del ambiente de las tramas fílmicas.
Desde que nació el séptimo arte a finales del siglo XIX, la imagen en movimiento llevó a la música como su principal aliada. Aunque fuera en el inicio un cine mudo, la música tocada en los teatros operaba en cierta manera como auxiliar. El ritmo de la escena lo ofrecían los pianos que, en la misma proyección de las películas, articulaban ese nuevo fenómeno del movimiento con los espectadores aprendices de la novísima alquimia.
Hay películas que a través de la historia se han convertido en auténticos paradigmas de esta fusión entre música e imagen. Creemos que, sin polémica alguna, la obra maestra de Disney es Fantasía (1940), basada en piezas de compositores canonizados. Autores clásicos como Ludwig van Beethoven, Johann Sebastian Bach y Piotr Ilich Chaikovsky eran adaptados a las secuencias de imágenes, cuyo resultado fue una magistral armonización a través del montaje. Sin embargo, la música que se presenta en esta celebración del Día del Niño en la Sala Tlaqná de la Universidad Veracruzana (UV), está creada específicamente para sumarse a un lenguaje fílmico.
“La magia de la música en el cine” en este contexto es un equilibrado programa que nos transporta por esos requeridos mundos de ficción que son espacios fantásticos, ignotos y todavía por descubrir: recorreremos imponentes castillos, paisajes naturales cercanos al paraíso y hasta viajaremos por el desierto frío de un planeta de color rojo.
Se trata de una reunión ecléctica de piezas musicales, complementaria entre estilos de composición de una monumentalidad ortodoxa y propuestas minimalistas contemporáneas que apuntan no solo al cine sino a diversos códigos audiovisuales.
Digamos que el conjunto tiene porte global con John Williams, ya una institución del leitmotiv de Richard Wagner en el mainstream de súper producciones cinematográficas como las de Steven Spielberg y George Lucas; y, en contraste, un joven compositor de largo aliento como Michael Giacchino pronto en boca de todos con su banda sonora en The Batman (2022) de Matt Reeves y con trabajos relevantes en filmes de J.J. Abrams, para Brad Bird en Los increíbles (2004) y Ratatouille (2007), con Lee Unkrich en Coco (2017) y para Taika Waititi en Jojo Rabbit (2019).
En la vertiente local hallamos la versatilidad de un novel maestro mexicano, Arturo Rodríguez, quien ha compuesto música para cine y videojuegos, acompañado video mapping de obra arquitectónica e incursionado con sinfonía para difusión de la ciencia. Precisamente, el director invitado es un autor que, desde su formación, se observa su inclinación por la música en el cine. Arturo Rodríguez (Guadalupe, Nuevo León, 1976), ganador de la Medalla Mozart (1996), fue becario del prestigiado Instituto de Cine de Sundance en 2010, fundado por el actor Robert Redford, que impulsa lo mejor del cine independiente en Estados Unidos, y también recibió beca para el Taller de Música para Películas de la American Society of Composers, Authors and Publishers (ASCAP) en 2003. Arturo ha participado también en lo que se denomina “reconstrucciones de música de la época de oro del cine mexicano" y ha colaborado para filmes, televisión y contenidos para gamers. Destacamos sus aportes con cineastas tan reputados como Francis Ford Coppola en Twixt (2011) y como James Wan en Rápidos y furiosos 7 (2015).
Será una noche donde, con los ojos abiertos, soñaremos con el castillo de Hogwarts, imponente en la cima de la montaña, esa escuela de magos que enseña y se divierte entre pócimas y hechizos, recorreremos un lago, llegaremos a los límites de El Bosque Prohibido y hasta nos arriesgaremos para enfrentar al monstruo. Las notas también nos transportarán a una casa que vuela hasta unas grandiosas cataratas de Venezuela en cuyo fondo se encuentra un nostálgico amor.
La música del cine infantil aquí aludido, navega entre el refinamiento y el espectáculo que ofrece un cine beneficiado por el realismo de los efectos especiales que rayan en la perfección y que en ningún momento disminuyen la emoción.
Al contrario, los sentimientos son más evidentes en lo que se interpretará, como en Up: una aventura de altura (2009), dirigida por Pete Docter, uno de los filmes más finos de animación, de impecable sintaxis elíptica y un viaje catártico donde la música de Giacchino cobra un rol entrañable para la reparación de la tristeza.
En El buen amigo gigante (2016), dirigida por Spielberg, de nueva cuenta Williams consigue el matiz: la gama desvela el alma bondadosa de una temible apariencia, un triunfo más del valor interno por encima de los estereotipos (basado en la estupenda novela de Roald Dahl).
A diferencia de las otras seis películas de la saga escrita por J.K. Rowling, la música en Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004), dirigida por Alfonso Cuarón, se distingue por un halo oscuro que denota la transición de los niños hacia la adolescencia ante la sombra del fugitivo. Williams varió un tanto los temas con un novedoso score, donde resalta “Double trouble” inspirada en el Macbeth de Shakespeare —los especialistas señalan una influencia de Chaikovsky.
El soundtrack de Harry Potter y la cámara secreta (2002), dirigida por Chris Columbus, es de los que fundan la parafernalia del maguito con simpáticos leitmotivs como “Fawkes the phoenix” y “Dobby the house Elf”, mostrando una vez más Williams la huella que lo realza.
Completan el programa música de Rodríguez, “From earth to mars”, obra sinfónica basada en un programa de exploración espacial de Marte y la National Aeronautics and Space Administration (NASA). El propósito fue educativo: invitar a escuelas públicas para conocer los avances científicos en la materia; el proyecto se llamó The Mars Millenium Project y fue impulsado por instancias gubernamentales. La obra la estrenó Rodríguez en el año 2000 y hoy nos la comparte en Tlaqná.
Interpretación final
Con este propósito de “La magia de la música en el cine”, son más vigentes las palabras del compositor Williams, que decía que el papel de una banda sonora es convertirse en una parte del cuerpo vivo de la película. Aunque se intente dividir la música de las imágenes para su apreciación, es irremediable la evocación de estas a través de la música. Se trata de un todo inseparable, y más cuando llegamos al final de la experiencia del fruidor, se debe advertir como una totalidad. Van juntos música e imagen, integrados en un discurso narrativo que en absoluto podemos aislar.
Bueno, es tan definitivo el significado de la música en el cine, que en variadas ocasiones se ancla como suplente de la imagen propia. Pensemos lo que ha hecho Williams para Spielberg con la tonada de Tiburón (1975) y para Lucas con “La marcha imperial” para identificar al inolvidable villano de la saga de Star wars (1977), Darth Vader.
El programa comprueba que la noción de cultura es abierta y jamás clasista. Las piezas interpretadas son un puente entre la ilustración de elites y la vilipendiada sociedad de consumo. La búsqueda excelsa no está circunscrita al sinfonismo puro, sino que uno de sus vasos, la composición para el cine, diluye ese falso enfrentamiento con la erudición de etiqueta y la bifurca hacia ámbitos populares -obviando el estatus que por momentos es excluyente.
Un género como el infantil ha permitido la ampliación de temas ensalzados por la música clásica; se muestran tópicos mundanos, del orden común -no la plegaria ni la divinidad-, son territorios que conviven en la sinfonía de tradición litúrgica. Estructuras sofisticadas secundan a personajes cotidianos o animaciones tiernas como un elefante, un venadito o un roedor metido a chef. El éxtasis y lo sublime permanecen al servicio de la fábula, pero no siempre tras la aspiración etérea.
Habrá que ponderar, asimismo, el vértigo con el que se narran las historias en el cine actual requiere de elementos que aseguren la memorización inmediata de las acciones y, claro está, de los personajes. Por ello se recomienda, dice José Luis Téllez, para que una idea musical funcione a plenitud en el cine, debe ser fuertemente codificada (que aluda a elementos consabidos, socialmente aceptados) y que, además sea, extremadamente concisa. Esta fijación instantánea del carácter aproxima a la música fílmica al leitmotiv wagneriano y que Williams, mejor que nadie, ha impuesto como sello contemporáneo. Así, la música se ha convertido en la herramienta pedagógica por excelencia en estos medios de convergencia sin igual.
La memoria moderna está constituida en buena medida por sonidos. La música de las películas sintetiza esa infancia memoriosa. Los recuerdos se constituyen a través de imágenes y sonidos. De ahí que la memoria retenga música y películas como un detonante de la sensibilidad.
El lenguaje del cine infantil es el resultado de la ósmosis entre imagen y sonido. Son generaciones melómanas, pero también icónicas.
Las niñas y los niños de todas las edades podrán disfrutar de la magia de la música en el cine. La música que hoy se programa está llena de eso: imágenes que nos hacen vivir emociones en mundos posibles.
Doctor Raciel D. Martínez Gómez, Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación, Universidad Veracruzana