Smetana / Saint-Saëns / Galindo / Dvorak - 11/2/2022
Una velada de danza con nuestra sinfónica
El programa que escucharemos esta noche está conformado por cuatro obras interesantes, quizá diferentes entre sí, pero con hilos comunicantes que nos enriquecen, tanto en el saber como en las emociones, que se despiertan al escuchar los sonidos ocultos de una partitura y que nuestra orquesta sabrá sacar a la luz para el deleite del público asistente. Estas composiciones raramente figuran en las salas de concierto; al menos dos de ellas, la de Camille Saint Saens y Blas Galindo, se escucharán por primera vez en nuestra ciudad, ya que en los archivos que he tenido oportunidad de estudiar no encontré alguna evidencia de una ejecución previa.
La primera será la obertura de la ópera La novia vendida (1863-1866) del compositor checo Bedrich Smetana (1824-1884) quien también es autor de uno de los poemas sinfónicos más descriptivos y hermosos de la música europea Vltava (El Moldava) (1874) perteneciente al ciclo titulado Má Vlast (Mi Patria) el cual les recomiendo escuchar. La novia vendida se le ha considerado como una ópera bufa, un género que se aparta de las tragedias mitológicas de la tradicional ópera francesa. Brevemente diré que la trama es la típica historia de amor, la chica que debe ser casada con algún chico de posición por convenir a los intereses de la familia; sin embargo, ella se encuentra enamorada de otro joven, por lo que sus padres contratan los servicios de un casamentero, que por medio de mentiras y ardides logra que el novio la deje y así la joven se case con la persona que se ha elegido para ella. Después de muchos enredos y situaciones complicadas, la historia se resuelve para el bien de todos. Lo anterior nos da una idea de la viveza y los momentos contrastantes de la ópera. Una de las características del contenido musical de la misma es la utilización que hace Smetana de los elementos musicales de danzas folclóricas de su natal Checoslovaquia, aquellas de su infancia y juventud. Sin ser citas textuales de la música popular, como polkas y tonadas, solo toma sus giros melódicos o armónicos, con los que desarrolla sus propios temas. La obertura es programada con frecuencia por las orquestas por su brillantez y movimiento ágil, significando la algarabía del pueblo.
Este ejemplo nos lleva a la reflexión de uno de los primeros hilos comunicantes que encontramos entre los compositores de este programa, el discurso musical de un nacionalismo que en el siglo XIX algunos países europeos, por no decir que la gran mayoría, lo tenían muy identificado. El Nacionalismo es uno de los conceptos musicales que se integra a un imaginario que identifica usos, costumbres, tradiciones, danzas y todo aquello que la antropología histórica y social describe como parte importante de la cultura de los pueblos.
El francés Camille Saint Saëns (1835-1921) fue uno de los compositores europeos que perteneció a esa generación del Romanticismo de finales del siglo XIX como Smetana y Antonin Dvorak (1841-1904) por ejemplo. Su música no está totalmente influenciada por los aspectos del Nacionalismo, su obra está más cercana a las estructuras del periodo clásico, pero con un impulso que lo llevaba a innovar y adoptar las tendencias compositivas del momento. En este caso, fue un defensor de las innovaciones propuestas por Richard Wagner (1813-1883) y un propulsor de la música de Claude A. Debussy (1862-1918). Su catálogo de obras es muy amplio destacando sinfonías, música de cámara, coro y para instrumentos solo.
En esta ocasión, tendremos la oportunidad de escuchar la obra Morceau de Concert para arpa y orquesta op. 154 compuesta en 1918. Es una pieza concertante de un solo movimiento, pero que está integrada por diferentes temas o ideas musicales que fluyen de manera continua y contrastante. La paleta de colores que se produce por los timbres de cada instrumento crea una atmósfera delicada en algunos momentos y en otros es grandilocuente, pero que desde mi punto de vista son una manifestación sutil de un minimalismo temático e intimista, que otro compositor francés, Erik Satie (1866-1925) se encontraba promoviendo. Otra de sus características es una especie de “conversaciones” entre los diferentes instrumentos de la orquesta y el arpa.
Es muy interesante saber que esta bella pieza fue compuesta tres años antes del fallecimiento del compositor y que, para ese entonces, ya los movimientos de vanguardia artística se venían manifestando en Europa, como el Dadaísmo, el Impresionismo, el Futurismo, entre otros. Para el año de composición de la Morceau, estaba llegando a su fin la Primera Guerra Mundial, otorgando un respiro a la sociedad europea y tranquilidad para la humanidad.
Con el siguiente compositor retomamos esos vasos comunicantes que señalaba en un principio, el Nacionalismo como un movimiento cultural. La OSX interpretará una obra poco conocida del jalisciense Blas Galindo Dimas (1910-1993): la Sinfonía Breve. Para poder abordar esta obra, es necesario hablar de la figura más influyente en la historia de la música mexicana: el compositor Carlos Chávez (1899-1978), quien tuvo un relevante papel en el desarrollo cultural de nuestro país. Fundó y organizó diferentes instituciones que se han mantenido hasta nuestros días, como la Orquesta Sinfónica de México, el Instituto Nacional de Bellas Artes. Como propulsor de la enseñanza formal de la música creó un taller de composición en el Conservatorio Nacional, en el que se formaron dos generaciones de jóvenes compositores, la primera de 1936-1942, y la segunda de 1959-1964, en la primera generación estuvieron cuatro jóvenes talentosos: José Pablo Moncayo (1912-1958), Salvador Contreras (1910-1982), Daniel Ayala (1906-1975) y Blas Galindo, quienes fueron conocidos como el Grupo de los Cuatro. Esta generación, pero sobre todo con Moncayo y Galindo, se considera que cerró una etapa de la historia musical de México: el Nacionalismo. Desde mi punto de vista, esto no significó un alto total, se trató de una transición hacia un nuevo paradigma, con un lenguaje musical más moderno.
Como parte de la música sinfónica representativa del país de la década de los cuarenta, dos obras se convirtieron en iconos inconfundibles de una identidad nacional, el famosísimo Huapango (1941) de Moncayo y los Sones de Mariachi (1941) de Galindo. Años más tarde, una obra se sumaba a esta lista, el Danzón no. 2 (1994) del compositor sonorense Arturo Márquez (1950). Estas magníficas obras prácticamente “eclipsaron” el resto de la producción de sus compositores, que es amplia y variada, y que mucha de ella no ha sido interpretada, salvo una o dos ocasiones. En este caso, el Huapango ha sido considerado como un segundo himno de México y actualmente el Danzón se está valorando como parte de nuestra identidad nacional. En el caso de Blas Galindo, el público lo relaciona directamente con sus sones, que realmente son una gran obra del Nacionalismo, pero tampoco han permitido conocer el resto de su producción que abarca un gran catálogo de diversos géneros y estilos, predominando en la mayoría un lenguaje musical modernista.
A pesar de esta tendencia Galindo nunca perdió su espíritu nacionalista; pero si emprendió la tarea de una evolución que podemos constatar en sus canciones, en algunas obras de cámara y orquestales. Tal es el caso de la Sinfonía Breve (1952), compuesta para orquesta de cuerda e integrada por tres movimientos. Esta es una obra que combina las tradicionales estructuras clásicas, en este caso el primer movimiento es una forma de sonata, el segundo es un lied (canción) y el tercero un rondó. Considero que las tres partes o movimientos conforman una gran sonata. El primero ya nos deja escuchar elementos cromáticos y atonales. En el segundo, también se presentan rasgos atonales que ofrecen un color orquestal oscuro y pesado. El tercero es una danza viva, ya más cercana a una tonalidad; en este caso, se trata de un jarabe muy característico de la región del bajío. Con esta danza cierra de manera festiva la sinfonía, retomando el Nacionalismo de Galindo, arropado por el lenguaje de modernidad que surgía justamente a la mitad del siglo XX.
No quiero dejar de comentar que Blas Galindo estuvo en la ciudad de Xalapa en el año de 1959 como integrante de jurado del II Concurso Internacional de Violonchelo Pablo Casals, al lado de los más destacados violonchelistas del mundo, como el propio Casals, Mistilav Rostropovich, André Navarra, Gaspar Cassadó, entre otros.
Cierra este programa una pequeña selección de danzas eslavas compuestas por Antonín Dvorák (1841-1904). Este compositor checoslovaco, perteneció a esa generación posromántica europea de finales del siglo XIX, al lado de Smetana, Edvard Grieg (1843-1907) o Johannes Brahms (1833-1897).
La mayoría de las composiciones de Dvorák están impregnadas de los sonidos que emanan de los cantos tradicionales de su pueblo su natal. Como parte de su amplio catálogo de obras se encuentran dos colecciones de danzas eslavas, el op. 46 y el op. 70; ambas fueron escritas para piano a cuatro manos alrededor de 1878 y 1886. Otros compositores también crearon obras inspiradas en las danzas de sus países, como Johannes Brahms (1833-1897), Franz Liszt (1811-1886), Edvard Grieg (1843-1907) por citar solo algunos. En el siglo XX tenemos a Béla Bartók (1881-1945) que compuso sus danzas rumanas, Manuel M. Ponce (1882-1948), sus danzas mexicanas. En España se pueden identificar a Enrique Granados (1867-1916), Isaac Albéniz (1860-1909) y Manuel de Falla (1876-1946) con sus danzas españolas; de esta manera, el corpus se fue ampliando y diversificando.
En el caso de Dvorák y sus danzas, si bien no utilizó citas textuales de música popular, reelabora este material, retomando los giros melódicos y rítmicos de polkas, dumka, mazurcas, polonesa, sko?ná, kolo, por mencionar algunos, creando sus propias melodías e instrumentaciones. Fue tal el éxito de estas obras, que su editor le solicitó de inmediato las versiones orquestales, que son las que escucharemos esta noche. En el caso de las del op. 46 las considero más cercanas al baile popular; en cambio las del op. 70 son más instrumentales. Todas son composiciones vivaces, llenas de ritmo o de momentos de evocación, pletóricas de alegría y ensoñación.
Una obra de arte tiene la virtud de comunicar y despertar emociones, por lo que en esta ocasión los invito a cerrar el círculo virtuoso entre el compositor, la música y el público. Les sugiero que al momento de escuchar esta música, cierren sus ojos y se trasladen con su mente a un pueblo, visualicen a su gente danzando con sus vestuarios de brillantes colores, girando, brincando, sonriendo, bajo un cielo brillante, rodeados de montañas y pinos. Será una maravillosa experiencia, gracias a la música y a la imaginación, vivir esos instantes de algarabía.
Así que a disfrutar de la música y la danza en esta noche de sinfónica.
Mtro. Enrique Salmerón.
Investigador y docente de la Facultad de Música de la UV