Mozart / Bartok 10/02/2021
Dentro de las variadas funciones y formas musicales de la tradición clásica, existen algunas destinadas a la ejecución al aire libre o para el acompañamiento de reuniones o banquetes. Es el caso del divertimento y del notturno. La palabra italiana divertimento significa diversión, recreación, disfrute; en música, denota una obra pensada para el entretenimiento de oyentes o jugadores, aunque esto no excluía la complejidad en su composición. Ejemplos de divertimentos sofisticados los encontramos en Haydn, Boccherini y Mozart. Por su parte, el adjetivo notturno se empezó a emplear en música en el siglo XVIII para referirse a obras ejecutadas al aire libre, generalmente alrededor de la medianoche y con un carácter ligero. Philip G. Downs, en su detallado libro La música clásica. La era de Haydn, Mozart y Beethoven (Akal, 1998), explica que «las más de cuarenta serenatas, divertimentos o casaciones (como se denominan algunas obras de este tipo) de Mozart, se dividen en tres categorías: para pequeños grupos de instrumentos de viento exclusivamente; para combinaciones camerísticas de cuerda y viento; y para toda orquesta. Naturalmente, hay algunas obras importantes que no se ajustan plenamente a ninguna de estas categorías. Sería pertinente recordar, en primer lugar, que el término “divertimento” es un vocablo de significación general y no específica, y que denota más una función que una estructura: el divertimento es una música social elegida frecuentemente para festejar ocasiones especiales».
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) ha sido, con toda probabilidad, el niño genio más famoso de la historia de la música. Rodeado de un ambiente musical desde muy niño, fue el último hijo de un violinista al servicio de la corte en Salzburgo: Leopold Mozart, quien además de buen músico había escrito un afamado método para violín, convirtiéndose en el único maestro de Wolfgang desde los cinco años de edad. El padre, al constatar la facilidad de su hijo para la composición y la ejecución decidió llevarlo –junto a su otra hija virtuosa del teclado: Nannerl– a las cortes y palacios en donde podría obtener fama y beneficios económicos. En aquellos viajes, además de ser escuchado por las élites económicas y culturales, Mozart tuvo la posibilidad de escuchar a muchos de sus contemporáneos, sorprendiendo por su capacidad de imitación y asimilación de diversos estilos. En poco tiempo logró dominar la técnica de la composición musical, destacando en prácticamente todos los géneros y estilos de la época. A los veinte años, viviendo en Salzburgo, compuso su Serenata No. 6, en Re mayor, K.239, también conocida como “Serenata notturna” (1776). Se trata de una de las piezas más famosas de las muchas que compuso en una época donde los Mozart asistían a fiestas y cacerías. La relevancia de las amistades de la familia se comprueba en los divertimentos y serenatas que Mozart compuso en su honor. La serenata/divertimento era una forma que amalgamaba la sinfonía, el concierto y la música de cámara. Para esta Serenata No. 6, Mozart utiliza una orquesta de cuerda con timbales junto con un cuarteto –que funge como grupo concertino– formado por dos violines, viola y contrabajo.
El impacto de La consagración de la primavera (1913) de Stravinsky fue más allá de su polémico y escandaloso estreno en el Teatro de los Campos Elíseos en París. La Danza de la tierra, con la que concluye la primera parte, profetizó de alguna manera un nuevo camino musical, afincado en el arte popular; para algunos analistas esto representó una segunda vanguardia en el campo de la música clásica. Para Alex Ross, el crítico musical de la revista The New Yorker, «Durante gran parte del siglo XIX la música había sido un teatro de la mente; ahora los compositores habrían de crear una música del cuerpo. Las melodías habrían de seguir los modelos del habla; los ritmos habrían de corresponderse con la energía de la danza; las formas musicales habrían de ser más concisas y claras; las sonoridades habrían de tener la crudeza de la vida tal como se vive realmente». Uno de los músicos que asimilaron profundamente la obra de Stravinsky y llevaron a nuevos niveles la incorporación de sonoridades populares a la música de concierto fue el húngaro Béla Bartók (1881-1945). Máximo exponente húngaro de la música, Bartók fue además un excelente pianista y un incansable investigador musical de campo, que llegó a colocar varios cimientos de lo que hoy conocemos como etnomusicología. En cuanto a su formación, sobresale su estilo original y expresivo, gracias a la asimilación de compositores del pasado, como Bach y Beethoven, y de sus contemporáneos: Debussy, Ravel, Schönberg y, por supuesto, Stravinsky.
La curiosidad musical de Bartók lo llevó a un afortunado intento por librarse de las imposiciones de la notación musical occidental –escalas mayores y menores, compases regulares, ritmos estrictos, etc.– Bartók comenzó en 1906, junto a su amigo y compatriota Zoltán Kodály, una serie de expediciones a las profundidades sonoras del campesinado húngaro, donde pronto encontró una ingente cantidad de músicas arraigadas en antiguas tradiciones, que se apartaban considerablemente de los moldes convencionales de composición e interpretación. Las numerosas expediciones musicales llevaron a Bartók a proponer una especie de realismo musical basado en el folclore, especialmente el de las clases marginadas. No sólo exploró sonoramente el campo en Hungría, también lo hizo en lo que hoy son los territorios de Eslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Serbia, Croacia, Turquía y el norte de África. Muchos estudiosos de la música, de finales del siglo XIX, habían reparado en que la notación musical occidental era inadecuada para transcribir otro tipo de músicas. Entre ellos estaba Claude Debussy quien, de visita en la Exposición Universal de París en 1889, escuchó por primera vez la música de gamelán, de la isla de Java; ahí se dio cuenta que esos sonidos difícilmente encajaban en el sistema musical occidental. La influencia de estos sonidos en Debussy, influenciaron buena parte de sus posteriores composiciones. Bartók y Kodály, entre otros, comenzaron a utilizar nuevos métodos, meticulosos, rayando en lo científico, para registrar este tipo de sonoridades. La tecnología de la época ayudó considerablemente; Bartók cargaba con un cilindro de Edison (fonógrafo que registraba los sonidos en un cilindro de cera) que le permitía grabar y analizar los tempi flexibles, los fraseos, los acelerando en los pasajes ornamentales y los rallentando finales, entre otros atractivos recursos sonoros.
En el verano de 1939, mientras Europa se precipitaba a la Segunda Guerra Mundial, Bartók se encontraba en Suiza por “vacaciones de trabajo” gracias a la cortesía de Paul Sacher, fundador y director de la Orquesta de Cámara de Basilea y uno de los mecenas musicales más importantes del siglo XX. Sacher instaló a Bartók en su cómodo chalet de los Alpes, con la encomienda de escribir un Divertimento. Bartók estaba al pendiente de la situación política europea, por aquellos días le escribió a su hijo Peter: «Los pobres suizos leales, amantes de la paz, se ven obligados a enardecerse con la fiebre de la guerra. Sus periódicos están repletos de artículos sobre la protección del país; en los pasos más importantes hay medidas de defensa, preparativos militares […] Afortunadamente, puedo alejar los pensamientos provocados por la ansiedad […] Mientras estoy en el trabajo, no me molesta». En quince días, escribió el Divertimento para orquesta de cuerda, Sz. 113 (1939), compuesto de tres movimientos. Como los divertimenti del siglo XVIII, el Divertimento de Bartók utiliza ritmos de danza; también evoca al concerto grosso como los de Corelli, Handel y Bach en el que una gran orquesta de cuerdas contrasta con una sección solista más pequeña. No deja de parecer irónica la composición de un Divertimento en plena tensión política, antesala de la Segunda Guerra Mundial. A un compositor como Bartók, opositor declarado del fascismo y de los nacionalismos, la situación europea lo dejaba mal parado. El Divertimento se estrenó en Basilea, Suiza, el 11 de junio de 1940 bajo la batuta y la orquesta de Paul Sacher. Tres días después, el 14 de junio de 1940, a casi un año de iniciada la Segunda Guerra Mundial, las tropas hitlerianas entraban a París, marchando por los Campos Elíseos. Un crítico musical de Basilea escribió poco después del concierto: «Mientras escribo estas líneas, una tormenta se acerca y el trueno de las armas se puede escuchar en la noche... pensando en el concierto, parece irreal y fantasmal. ¿Podrán las fuerzas creativas que se agitaron aquí ... sobrevivir contra las furiosas fuerzas de la aniquilación, de la violencia que conduce al exterminio total de la vida?». El 8 de octubre de 1940 Bartók, junto a su esposa Ditta, ofrecieron su último concierto en Hungría, en la Academia de Música de Budapest. Días después, la pareja emigró a Nueva York, vía Lisboa, para nunca volver.
Axel Juárez