Françaix / Debussy / Poulenc 21/04/2021
Jean Françaix (1912-1997) fue un pianista y compositor francés nacido en una familia musical. Su madre era cantante y profesora de canto, su padre era pianista, musicólogo y director del Conservatorio de Le Mans. De ellos recibió sus primeras lecciones musicales y muy pronto fue reconocido su temprano talento. Uno de los primeros en notarlo fue Maurice Ravel, quien el 10 de enero de 1923 escribió a Alfred Françaix: «Entre los dones de este niño, hago énfasis sobre todo en el más fecundo que puede poseer un artista: el don de la curiosidad. Es importante no reprimir ese don precioso, a riesgo de secar esta joven sensibilidad. Y desde ahora, puede usted recomendar a su hijo que se arme de valor para seguir la carrera en la cual se ha comprometido por su propio placer. Sírvase recibir, señor, la expresión de mi más distinguida consideración». El entorno musical de Françaix le permitió desarrollar ampliamente su curiosidad musical; a los seis años ya escribía música y pocos años después fue aceptado como alumno del Conservatorio de París, donde estudió piano con Isidor Phillip y composición con Nadia Boulanger, la legendaria maestra de quien se ha dicho que fue la pedagoga musical más importante que haya existido jamás; entre sus alumnos se cuenta a muchos de los más grandes compositores del siglo XX, desde Aaron Copland y Leonard Bernstein a Philip Glass, Astor Piazzolla y Quincy Jones . En una entrevista con el violinista y director de cine Bruno Monsaingeon, Boulanger habla del temprano talento de Françaix:
«Nunca he enseñado a muchos niños, y entre ellos han sido tan pocos los especialmente dotados, que no son significativos. Pero es cierto que una vez di clases a un niño muy dotado (Jean Françaix). El día antes de que viniera a la primera clase de armonía, yo pensaba: ‘¿Cómo voy a apañármelas con un alumno tan chico?’, y la preocupación me tuvo despierta toda la noche, me atormentaba. Cuando por fin llegó, le dije:
–Mira, Jean, hoy vamos a trabajar los acordes…
–¡Vale! Es así…
Y se puso a tocar acordes, con su carita de bebé, porque era realmente muy chico. Al cabo de dos meses, le dije a su madre: ‘Señora, creo que estamos perdiendo el tiempo haciéndole trabajar la armonía. No sé cómo, pero se la sabe, nació sabiéndosela. Pasemos al contrapunto ».
Atraído por los instrumentos de aliento, Françaix escribió varias obras para diferentes alineaciones de estos. Una de las más relevantes es el Divertimento para fagot y quinteto de cuerdas (1942), compuesto en una turbulenta época para Francia, debido a la reciente ocupación nazi. En ese contexto aciago, quizá para librarse de las privaciones diarias, compuso su agradable Divertissement. Por motivos poco claros la obra, dedicada al distinguido fagotista y musicólogo William Waterhouse, no se estrenó en ese momento, sino hasta 1968, año de su publicación.
La apoteosis musical del siglo XIX encontró su última manifestación en la música de Claude Debussy (1862-1918). Nacido en Saint-Germain-en-Laye, Francia, a los doce años ingresó al Conservatorio de París para estudiar solfeo con Lavignac, piano con Marmontel y armonía con Durand. En esta última clase se destacó por su interés en las armonías y desarrollos libres, solamente sometidos a sus propios criterios de sensualidad sonora. Explorador musical y ávido deconstructor de tradiciones sonoras, a los diecisiete años viajó a Rusia, donde se apasionó más por la música popular del país que por la vanguardia académica del llamado Grupo de los Cinco (Mili Balákirev, Alexander Borodín, César Cui, Modest Músorgsky y Nikolái Rimski-Kórsakov). En esta época la música se hallaba en constante comunicación con otras artes, no sólo la literatura sino también la pintura; los simbolistas por un lado y los pintores impresionistas por otro, llevaban como bandera la musicalidad. El poeta popular del simbolismo, Paul Verlaine se hallaba en una búsqueda musical que encontró cauce en las composiciones de Gabriel Fauré; el simbolismo misterioso del poeta Stéphane Mallarmé buscaba otros matices, resonancias que terminarían por fraguarse en la música de Debussy. No es de extrañarse que la música de Debussy impactara tanto a poetas y pintores, Claude era asiduo de las famosas tertulias literarias que Mallarmé organizaba en su casa. El ambiente de rebosante creatividad al que Debussy tuvo acceso en esas reuniones le permitió nutrirse de juegos lingüísticos, imágenes poéticas, cultura visual y musical. El grupo de amigos se regodeaba en las disquisiciones estéticas, en la belleza de sonidos y palabras construidas bajo nuevos cánones.
El periodo transcurrido entre la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) tuvo importantes implicaciones en el mundo musical occidental, las composiciones surgidas en este periodo son conocidas como “música de entreguerras”. Con los ánimos cargados en torno a lo político se renovaron diversas formas culturales; ciudades como París reunían a artistas de todo el mundo, propiciando las vanguardias y las fusiones culturales. De la mano de compositores modernistas que seguían la estela de Igor Stravinsky (1882-1971) surgió un ecléctico periodo creativo conocido como neoclasicismo. Mediante el uso consciente de técnicas, gestos, estilos, formas o medios propias de periodos anteriores se dejó entrever una fusión entre lo clásico y lo contemporáneo. En algunas artes se retomó el mundo de la Grecia y Roma antiguas, en la música se exploraron las formas barrocas y del clasicismo del siglo XVIII. Algunos compositores buscaron inspiración en la música popular para hallar nuevas formas de expresión. Los compositores neoclásicos rechazaban el estilo musical imperante en pos de uno más auténtico, relevante, clásico. Fue así que algunos de los compositores franceses de principios del siglo XX (a los que se unió posteriormente Stravinsky) repudiaron la música romántica, pues desde su punto de vista, ésta había abandonado ciertas virtudes "clásicas" para regodearse en el exceso, la oscuridad y la subjetividad alemanas. La guerra también se libraba en el terreno musical, donde el sentimiento anti-alemán se abastecía de una importante mirada a la música popular y a la tradición prerromántica.
En el oscuro contexto de la Primera Guerra Mundial, en la que Francia y sus aliados combatían contra Alemania y los Imperios Centrales, buena parte del conflicto bélico tuvo como escenario el norte del país galo. A pesar de resultar vencedora, Francia sufrió como consecuencia severos daños económicos y más de un millón y medio de muertes. A nivel emocional, Debussy se encontraba bastante golpeado: había sufrido el 23 de marzo de 1915 la muerte de su madre; meses después, el 26 de noviembre los médicos –que le habían diagnosticado un cáncer rectal– decidieron operarlo . No obstante, el verano de 1915 fue especialmente productivo para Debussy. Desde 1893 –fecha de la composición de su Cuarteto de Cuerdas, el primer cuarteto moderno– no escribía música de cámara. Ese fatídico año, Debussy concibió una serie de seis sonatas inspiradas en la tradición francesa barroca de los siglos XVII y XVIII, de las cuales sólo pudo escribir tres, antes que su energía creativa disminuyera considerablemente. La sonata para violoncello y piano y la Sonata para flauta, viola y arpa (1915) las escribió en Pourville, la tercera, una sonata para violín y piano, la terminó en abril de 1917. Las que no pudo empezar habían sido pensadas para oboe, corno y clavecín (cuarta), trompeta, clarinete, fagot y piano (quinta) y pequeña orquesta (sexta). De estas melancólicas sonatas, la más larga y ambiciosa es la dedicada a la flauta, viola y arpa; se trata de una composición llena de exotismo y de profundos sentimientos nacionalistas y anti-wagnerianos. Debussy, después de escucharla por primera vez, escribió que la encontraba «terriblemente triste y escrita por un Debussy que ya no conozco». Aún así, para resaltar la conexión de su sonata con la antigua tradición barroca, Debussy le pidió a su editor Jacques Durand que utilizara en el título un tipo de letra que evocara la época barroca de François Couperin (1668-1733) y que, por primera vez, su nombre en la portada llevara una reivindicativa aclaración: «Claude Debussy, musicien français ».
Nacido en el corazón de París, Francis Poulenc (1899-1963) fue un pianista precoz, iniciado en el instrumento desde la infancia bajo la guía de su madre. Posteriormente, entre 1914 y 1917, recibió lecciones de piano del célebre intérprete español Ricardo Viñes y comenzó una formación autodidacta como compositor. Viñes fue algo más que un maestro para Poulenc, se convirtió en una especie de mentor espiritual, influyendo decisivamente en su carrera al presentarle un panorama sonoro que abarcaba compositores como Auric, Satie y Falla. Poulenc fue parte de un grupo de músicos que irrumpieron en la escena francesa después de la Primera Guerra Mundial, produciendo una necesaria renovación generacional.
Desde el inicio de la guerra hasta la década de los 1920, París era, más que nunca, un semillero internacional de actividad cultural. La casa de la emblemática escritora estadounidense Gertrude Stein acogió con frecuencia a otros expatriados estadounidenses: Ernest Hemingway, Ezra Pound y Thornton Wilder. Picasso mantuvo una casa en Montparnasse, donde cultivó la amistad del poeta Guillaume Apollinaire, entre otros. Compositores de toda Europa y Estados Unidos, incluidos Sergei Prokofiev, Arthur Bliss y Aaron Copland, también acudieron en masa a París. La influencia de Wagner se evaporaba, dando paso a un nuevo y salvaje popurrí de estilos musicales. En 1920, Francia se convirtió en el hogar adoptivo de Igor Stravinsky, de treinta y ocho años, cuya Consagración de la Primavera había incendiado París siete años antes. El estilo neoclásico, cultivado por Stravinsky, se había convertido en una gran influencia para un grupo de jóvenes franceses, compositores en ascenso conocidos como “Los Seis”, bautizados así en 1920 por el el crítico musical Henri Collet en una clara alusión al grupo de “Los Cinco” de Rusia, cuyo objetivo era crear una música específicamente rusa que no imitara a la antigua música europea ni su academicismo, por lo que retomaron elementos melódicos, armónicos, tonales y rítmicos de canciones folklóricas rusas–. El Grupo de los Seis estaba formado por Georges Auric, Louis Durey, Arthur Honegger, Darius Milhaud, Germaine Tailleferre y Francis Poulenc. Buscaban cultivar una música que fuera claramente propia, una perspectiva musical única en Francia, y que además capturara la vitalidad de su tiempo. «Estábamos cansados de Debussy, de Florent Schmitt, de Ravel […] Quería que la música fuera clara, sana y vigorosa, música tan francamente francesa en espíritu como la rusa Petrushka de Stravinsky», señaló Poulenc. El ideal musical de Poulenc apuntaba a integrar el ímpetu del jazz, el cabaret y otros estilos populares en la tradición clásica occidental. Poulenc inauguraba así una nueva estirpe de compositores franceses nacionalistas, como señala Alex Ross:
«Poulenc tipificaba un nuevo tipo de compositor del siglo XX cuya consciencia estaba moldeada no por la estética del fin de siglo, sino por los estilos vigorosos del primer período modernista. Este joven había estudiado la Consagración, las Seis Pequeñas Piezas para piano de Schoenberg, el Allegro barbaro de Bartók y las obras de Debussy y Ravel. También se había empapado de canciones populares francesas, canciones folclóricas, números de music-hall, dulces arias de opereta, canciones infantiles y las elegantes melodías de Maurice Chevalier ».
Francis Poulenc escribió su Sexteto (para piano y quinteto de alientos) FP 100 (1932, revisado en 1939) como un homenaje a los instrumentos de aliento que amó desde que empezó a componer . A Poulenc no le resultaba tan fácil escribir, prueba de ello es la revisión exhaustiva de su Sexteto realizada seis años después del estreno, que tuvo lugar en 1933 con el compositor al piano. En una carta a su amiga Nadia Boulanger le confesó que estaba realizando una versión definitiva del Sexteto y que este había sido un “trabajo en progreso” desde 1931, y que ahora «lo había rehecho por completo, contenía buenas ideas pero estaba completamente mal elaborado. Ahora estoy contento con el resultado ».
Axel Juárez