Mozart / Galindo / Bartok 10/12/2021
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) nació en Salzburgo, Austria y falleció en Viena, ciudad donde vivió sus últimos diez años y donde compuso la mayoría de sus obras más importantes. Desde su infancia estuvo rodeado de un ambiente musical muy fértil. Fue el último hijo de un violinista al servicio de la corte en Salzburgo, Leopold Mozart, quien además de buen músico había escrito un afamado método para violín, convirtiéndose en el único maestro de Wolfgang desde los cinco años de edad. El padre, al constatar la facilidad de su hijo para la composición y la ejecución, decidió llevarlo –junto a su otra hija virtuosa del teclado: Nannerl– a las cortes y palacios en donde podría obtener fama y beneficios económicos. En aquellos desgastantes viajes, además de ser escuchado por las élites económicas y culturales, Mozart pudo escuchar la música de sus contemporáneos, sorprendiendo por su capacidad de imitación y asimilación de diversos estilos; en muy poco tiempo logró dominar las técnicas de la composición. El arte musical de Mozart es una síntesis de muchos elementos diferentes, fusionados sobre todo en los años que pasó en Viena. Su música madura, caracterizada por una exquisitez melódica, elegancia en sus formas, riqueza de armonía y texturas, estuvo marcada por la ópera italiana y arraigada en algunas tradiciones instrumentales de Austria y el sur de Alemania. A diferencia de otros grandes maestros, como Haydn (mayor por 24 años) y Beethoven (menor por 15 años), Mozart destacó en todas las corrientes musicales y estilos populares de su tiempo, por lo que se le considera el compositor más universal de la historia de la música occidental.
Las gloriosas composiciones de Mozart, se enmarcan en una coyuntura muy especial, un cambio en la manera en que la música representaba las emociones. El holandés John Neubauer (1933-2015), quien fuera un estudioso de la literatura comparada con intereses en la música, indagó acuciosamente en ese cambio de lo que la música representaba antes y después de la época de Mozart: «el paso de este tipo de representación musical del XVII y principios del XVIII a lo que se dio en llamar la expresión musical de finales del XVIII [...] se trató de un movimiento hacia una mayor verosimilitud en la representación, pues ahora se les exigía a los compositores que realizaran un retrato cuidadoso de emociones finamente matizadas, individualizadas y personales, y no de las pasiones normales» .
La última década de Mozart fue un periodo de madurez musical que «fijó y consolidó un modo de concebir la música» . Mozart se casó el 4 de agosto de 1782, iniciando una dispendiosa y hedonista fase de su vida, llena de lujos, fiestas, cambios de domicilio y sus primeras deudas. En 1783 había firmado un contrato que no le reportaba ganancias directas pero sí difusión de su obra y prestigio. Comenzó a cobrar sus clases por mensualidades y no por sesión. Mozart ya era famoso y en una ciudad tan importante para su oficio como lo era Viena. Fue en esta época que comenzó su primera serie de Conciertos pianísticos. Considerado por algunos especialistas como el mejor concierto para piano de Mozart, el Concierto para piano No. 24 en Do menor, K. 491 (1786) fue compuesto poco después del vigésimo tercer concierto. Este concierto fue el segundo de los dos únicos para piano compuestos en tono menor. Según algunos críticos, la música en Do menor de Mozart está especialmente revestida de un carácter oscuro (como la Fantasía y sonata para piano, la Serenata para alientos, la Misa en Do menor) . El Concierto No. 24 comienza de una manera inquietante, con una serie de acordes que llevan a una oscura región sonora, para seguir en el segundo movimiento con una especie de estado contemplativo, como si se necesitara de un poco de espacio para estar preparados para las variaciones del tercer movimiento.
El impacto de La consagración de la primavera (1913) de Stravinsky fue más allá de su polémico y escandaloso estreno en el Teatro de los Campos Elíseos en París. La Danza de la tierra, con la que concluye la primera parte, profetizó de alguna manera un nuevo camino musical, afincado en el arte popular; para algunos analistas esto representó una segunda vanguardia en el campo de la música clásica. Para el crítico musical del The New Yorker, Alex Ross «Durante gran parte del siglo XIX la música había sido un teatro de la mente; ahora los compositores habrían de crear una música del cuerpo. Las melodías habrían de seguir los modelos del habla; los ritmos habrían de corresponderse con la energía de la danza; las formas musicales habrían de ser más concisas y claras; las sonoridades habrían de tener la crudeza de la vida tal como se vive realmente». Uno de los músicos que asimilaron profundamente la obra de Stravinsky y llevaron a nuevos niveles la incorporación de sonoridades populares a la música de concierto fue el húngaro Béla Bartók (1881-1945). Máximo exponente húngaro de la música, Bartók fue además un excelente pianista y un incansable investigador musical de campo, que llegó a colocar varios cimientos de lo que hoy conocemos como etnomusicología. En cuanto a su formación, sobresale su estilo original y expresivo, gracias a la asimilación de compositores del pasado, como Bach y Beethoven, y de sus contemporáneos: Debussy, Ravel, Schönberg y, por supuesto, Stravinsky.
La curiosidad musical de Bartók lo llevó a un afortunado intento por librarse de las imposiciones de la notación musical occidental –escalas mayores y menores, compases regulares, ritmos estrictos, etc.– Bartók comenzó en 1906, junto a su amigo Zoltán Kodály, una serie de expediciones a las profundidades sonoras del campesinado húngaro, donde pronto encontró una ingente cantidad de músicas arraigadas en antiguas tradiciones, que se apartaban considerablemente de los moldes convencionales de composición e interpretación. Las numerosas expediciones musicales llevaron a Bartók a proponer una especie de realismo musical basado en el folclore, especialmente el de las clases marginadas. No sólo exploró sonoramente el campo húngaro, también lo hizo en Eslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Serbia, Croacia, Turquía y el norte de África. Muchos estudiosos de la música, de finales del siglo XIX, habían reparado en que la notación musical occidental era inadecuada para transcribir otro tipo de músicas. Entre ellos estaba Claude Debussy quien, de visita en la Exposición Universal de París en 1889, escuchó por primera vez la música de gamelán, de la isla de Java; ahí se dio cuenta que esos sonidos difícilmente encajaban en el sistema musical occidental. La influencia de estos sonidos en Debussy, influenciaron buena parte de sus posteriores composiciones. Bartók, Kodály, entre otros, comenzaron a utilizar nuevos métodos, meticulosos, rayando en lo científico, para registrar este tipo de sonoridades. La tecnología de la época ayudó considerablemente, Bartók cargaba con un cilindro de Edison (de cera) que le permitía registrar y analizar los tempi flexibles, los fraseos, los acelerando en los pasajes ornamentales y los rallentando finales, entre otros atractivos recursos sonoros.
La Música para cuerdas, percusión y celesta (1936) es una de las piezas mejor logradas de Bartók, donde se despliega la completa madurez de su estilo. La obra fue encargada en 1936 por Paul Sacher –uno de los defensores más activos de la nueva música del siglo XX– para celebrar el décimo aniversario de su Orquesta de Cámara de Basilea. Bartók especificó que las cuerdas se deberían ordenar en dos grupos separados, a la izquierda y derecha del escenario, con las percusiones entre ellos y los contrabajos al fondo. La interacción entre los dos grupos, en los movimientos rápidos, le da a la pieza cierto eco del concerto grosso italiano del siglo XVIII, un género cuya influencia en Bartók sólo fue superada por la música folclórica. La pieza echa mano de interesantes recursos técnicos, como el glissando en los timbales, efecto que se logra ajustando el mecanismo de afinación mientras la nota está sonando. Esta pieza puede sonar muy diferente dependiendo del tamaño de la orquesta que la toque. Con la cuerda completa de una orquesta sinfónica el impacto es masivo. Pero Bartók la escribió para una orquesta de cámara y aunque este tipo de orquesta no tiene el peso de una sinfónica, hay una ganancia en la transparencia de las texturas y en la agilidad de los ritmos.
Proveniente de una familia de origen huichol, Blas Galindo (1910-1993) ingresó en 1931 al Conservatorio Nacional para estudiar composición con Carlos Chávez. Algunos años después y durante varios meses dio clases de música en la Escuela Normal Rural de El Mexe, Hidalgo. En 1935 regresó a la Ciudad de México y formó —junto a Daniel Ayala Pérez, Salvador Contreras y José Pablo Moncayo— el “Grupo de los cuatro” con los que creó una música mexicana que constantemente utilizaba instrumentos y melodías indígenas. Escribió más de 160 obras que van desde el más intenso nacionalismo de los años treinta hasta la incursión de formas nuevas de diversa índole como: Letanía erótica para la paz (1964) en la cual empleo? por primera vez recursos musicales electroacu?sticos; Concertino para guitarra eléctrica (1973) y Concertino para violín (1978), elaborados mediante un cromatismo libre, así como obras para grupos instrumentales precortesianos. En 1948, inspirado por el célebre Poema XV de Veinte poemas de amor y una cancio?n desesperada, de Pablo Neruda, escribió para orquesta de cuerdas Poema de Neruda.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Axel Juárez