Totenfeier 11/04/2014

Juan Arturo Brennan | Xalapa
Sinfonía n.º 2 - Gustav Mahler

Hacia 1887, Gustav Mahler (1860-1911) había escrito un poema sinfónico titulado Totenfeier (Rito fúnebre), inspirado por sus alucinaciones, en las que se veía a sí mismo dentro de un ataúd, rodeado de ofrendas florales. Terminó la pieza en 1888 (año en que terminó también la Primera sinfonía) y en 1891 le mostró la partitura al gran director de orquesta Hans von Bülow. Mientras Mahler tocaba su obra en el piano, Bülow se tapaba los oídos, horrorizado. Finalmente, el director rechazó tajantemente la pieza de Mahler, con lo que se abrió un abismo entre ambos. Más tarde, la música de este Totenfeier y la sombra de Bülow habrían de aparecer en la Segunda sinfonía, dedicada por entero a la muerte y la resurrección. Acongojado y deprimido por el rechazo de Bülow a su obra, Mahler utilizó el material de Totenfeier como cimiento para el primer movimiento de la sinfonía. Los movimientos segundo y tercero fueron terminados a mediados de 1893 y como base del cuarto movimiento, Mahler utilizó una canción que había escrito años antes sobre uno de los poemas de la colección Des Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico del doncel). Al llegar al quinto movimiento, sin embargo, el compositor se paralizó por completo y tardó mucho tiempo en hallar una solución satisfactoria a su sinfonía. Ello se debía, en parte, a su propia intención de responder a las portentosas preguntas del primer movimiento, y en parte a su natural aprehensión al abordar un final sinfónico en el que apareciera la voz humana. Es evidente que el fantasma de la Novena sinfonía de Ludwig van Beethoven (1770-1827) pesaba mucho en el alma de Mahler, como antes había pesado (por razones distintas) en la de Brahms. Así pues, tuvo que ser otro fantasma el que solucionara la crisis creativa de Mahler.

Cuando el compositor se hallaba en lo más difícil de la encrucijada, se enteró de la muerte de Hans von Bülow, y el 28 de marzo de 1894 asistió a un servicio fúnebre en memoria del gran director que con tanta vehemencia había rechazado su música. Según lo habría de narrar después el propio Mahler, se hallaba sentado en un rincón de la iglesia, lleno de sentimientos contradictorios, cuando el coro comenzó a entonar suavemente un coral de Klopstock, y la inspiración le llegó como un rayo. Mahler abandonó la iglesia y, como un poseído, se lanzó sobre el papel pautado para terminar la sinfonía, que quedó lista tres meses después, el 29 de junio de 1894. Al fin, el compositor tenía su quinto movimiento, construido alrededor del coral de Klopstock y redondeado con su propio texto, cuyas últimas palabras son éstas:

Deja de temblar, prepárate a vivir. Oh, sufrimiento omnipresente, he escapado de ti. Oh, muerte omnipotente, ahora yaces conquistada.

Con esta compleja y emotiva sinfonía Mahler iniciaba su largo y fructífero camino en el mundo de la sinfonía vocal; más tarde habría de incorporar la voz humana en sus sinfonías tercera, cuarta y octava, y habría de dejar una huella profunda en el ámbito de la música sinfónico-vocal con sus espléndidos ciclos de canciones. De hecho, Mahler nunca perdió de vista la estrecha relación que para él había entre la canción y la sinfonía. Así como la Primera sinfonía incorpora partes de su ciclo Canciones de un caminante, en las siguientes tres sinfonías Mahler utilizó como materia prima las canciones de El cuerno mágico del doncel. De hecho, en el tercer movimiento de la sinfonía Resurrección es posible hallar largas citas de la canción El sermón de San Antonio a los peces.

Los primeros tres movimientos de la Segunda sinfonía de Mahler fueron estrenados por Richard Strauss (1864-1949) al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín, el 4 de marzo de 1895. La obra completa fue estrenada el 13 de diciembre de ese año, por la misma orquesta bajo la batuta del propio Mahler. A juzgar por lo que habría de ser el resto de su producción musical a partir de la sinfonía Resurrección, es evidente que Mahler no quedó satisfecho con su respuesta a las tremendas preguntas planteadas en esta obra. De esa insatisfacción surgieron, en años subsecuentes, portentosas obras mahlerianas en las que, de una manera u otra, siempre están presentes las preguntas sobre el sentido de la vida, así como la idea de la muerte.

En 1894, año de creación de la Sinfonía Resurrección de Mahler, fueron concluidas también algunas otras partituras interesantes, que no podían ser más distintas a la portentosa digresión músico-filosófica del compositor austriaco, igual que no podían ser más distintas entre sí. Destaca entre todas ellas el Preludio a la siesta de un fauno de Claude Debussy (1862-1918), composición seminal en el ámbito de la ruptura con todos los paradigmas románticos y, además, señalada como el primer gran paso hacia la auténtica modernidad en la música. De 1894 es también uno de los más deliciosos ciclos de canciones de concierto, La bonne chanson, de Gabriel Fauré (1845-1924), notable cima de lo más refinado de la mélodie francesa. Mientras Mahler desataba el Apocalipsis en su Segunda sinfonía, Johannes Brahms (1833-1897) creaba algunas de sus últimas y más notables composiciones instrumentales: las dos Sonatas para clarinete (o viola) y piano que conforman su Op. 120. Mil ochocientos noventa y cuatro fue también el año del estreno de Guntram, la primera ópera de Richard Strauss, escrita bajo la evidente influencia de Richard Wagner (1813-1883).

Juan Arturo Brennan