Misa de Réquiem, Verdi 21/02/2014

Juan Arturo Brennan | Xalapa
Misa de Réquiem - Giuseppe Verdi

GIUSEPPE VERDI (1813-1901)

Misa de Réquiem

Réquiem
Dies irae
Ofertorio
Sanctus
Agnus Dei
Lux aeterna
Libera me

La proverbial fascinación del hombre con la muerte ha existido desde tiempo inmemorial y ha encontrado múltiples vías de expresión en todas las culturas, de todas las épocas, y en particular a través de la creación artística. La música no ha sido la excepción, y entre las músicas dedicadas a la muerte, una de las más interesantes es la Misa de Réquiem, por cuanto representa el reto de abstraer musicalmente (independientemente del texto litúrgico) las ideas filosóficas y religiosas en las que está sustentada la asombrosa necrofilia del género humano.
El Réquiem musical, es decir, el texto de la Misa de Réquiem puesto en música con fines específicos de conmemoración, tiene su origen en una de las instancias más antiguas de la liturgia católica: la missa pro defunctis, el oficio religioso por los muertos. Este oficio suele ser cantado tradicionalmente el Día de Todos los Santos, en memoria de los fieles difuntos, en servicios funerarios y en aniversarios luctuosos. La designación con la que este oficio ha llegado hasta nosotros toma su nombre de las primeras palabras del Introito, sección inicial del oficio: Requiem aeternam dona eis, Domine, es decir, ‘Descanso eterno concédeles, Señor.’ Muy temprano en la historia de la música occidental, el canto llano del oficio de difuntos se convirtió en el punto de partida de numerosas versiones musicales del Réquiem.
Una de las versiones más tempranas se debe a Johannes Ockeghem (ca.1410-1497), y fue realizada hacia fines del siglo XV. A partir de Ockeghem, puede seguirse con cierta facilidad la cronología de las misas de Réquiem, cronología que puede tomarse como una buena lección sobre el desarrollo de los diversos estilos musicales a través del tiempo. Así, hallamos las riquezas polifónicas de la misa de Réquiem según Giovanni Pierluigi da Palestrina (ca. 1525-1594); la solemnidad del rito protestante en las Exequias musicales de Heinrich Schütz (1585-1672), consideradas como el primer Réquiem de la gran tradición alemana; la intensidad sublimada del inconcluso Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791); la limpidez musical de Luigi Cherubini (1760-1842); la expansiva elocuencia de la Grande Messe des Morts de Héctor Berlioz (1803-1869); el rigor contrapuntístico y la intensa religiosidad del Réquiem de Anton Bruckner (1824-1896); la austera solemnidad del Réquiem alemán de Johannes Brahms (1833-1897); la contemplativa transparencia de Gabriel Fauré (1845-1924); la intención trascendente y humanista del Réquiem de guerra de Benjamin Britten (1913-1976); la unión de lo antiguo y lo moderno en el Réquiem de Andrew Lloyd Webber (1948). Y por encima de todas estas, y muchas otras misas musicales para los muertos, el famoso Réquiem de Giuseppe Verdi.
“Una ópera con ropaje sacro” fue como calificaron al Réquiem de Verdi aquellos que no podían concebir un Réquiem musical lleno de pasión y tormenta; el Sturm und Drang de las cumbres románticas, decían, no debía entrar en la iglesia. Al hacer esta afirmación, los detractores del Réquiem de Verdi olvidaron dos cuestiones fundamentales. La primera, que era lógico que un Réquiem surgido de la pluma de Verdi debía, por la fuerza de su propio estilo, tener una componente dramática abiertamente expresada por la música y por el tratamiento del texto. La segunda, que la expresión emocional de Verdi no provenía de un simple exabrupto creativo o religioso, sino del más auténtico y profundo luto por la muerte de un gran hombre: Alessandro Manzoni.
Nacido en 1785 y muerto en 1873, Manzoni fue uno de los grandes italianos de su tiempo. Novelista, poeta, filósofo, hombre de ideas, Manzoni guió su vida a partir de dos principios fundamentales: una diáfana concepción del cristianismo como línea de conducta y un liberalismo humanista que lo colocó a la vanguardia del pensamiento político de su tiempo. De clara inspiración política, y de un romanticismo muy lúcido, sus obras le valieron la justa admiración de sus contemporáneos, incluso la de personajes como Goethe. El mismo Verdi admiraba profundamente a Manzoni, y la muerte de éste, ocurrida en Milán el 22 de mayo de 1873, fue un duro golpe para el compositor. Verdi escribió entonces a su amiga, la condesa Maffei, quien también pertenecía al círculo social de Manzoni:

Todo ha terminado, y con él termina la mayor, la más pura y más sagrada de nuestras glorias. He leído muchos diarios y ninguno habla de él como se merece. Hay muchas palabras, pero ninguna es profunda y emotiva. Incluso, no faltan los improperios. ¡Contra Manzoni! Qué raza tan mezquina es ésta a la que pertenecemos.

En contra de esa mezquindad, Verdi aplicó su propia generosidad a la creación de un homenaje póstumo a Manzoni. Cinco años antes, a la muerte de Gioachino Rossini (1792-1868), un grupo de compositores italianos se dio a la tarea de componer un Réquiem colectivo en su memoria. El proyecto quedó trunco, pero Verdi conservó el manuscrito de lo que debió haber sido su contribución a la obra: el Libera me que en 1874 se convirtió en la última sección de su Réquiem por Manzoni. Junto con la notable escritura contrapuntística del Libera me, ligada directamente con los conceptos de la fuga en el más puro estilo barroco, destaca en el Réquiem de Verdi el Dies irae, para el que el compositor convocó una imaginería sonora potentísima y por momentos espeluznante en la que el creador de óperas brilla en todo su esplendor dramático.
El Réquiem de Verdi fue estrenado en la iglesia de San Marcos en Milán, el 22 de mayo de 1874, justamente en el primer aniversario de la muerte de Manzoni. A la luz de la ocasión que propiciaba la interpretación de esta música y el local elegido para el estreno, es evidente que la mesurada reacción del público de esa noche tuvo mucho que ver con consideraciones de tipo místico y religioso. Tres días después del estreno Verdi volvió a dirigir su Réquiem, esta vez en el Teatro de La Scala, y entonces el público se le entregó apasionadamente, como en las mejores noches de estreno de sus óperas. Fue quizá esto lo que motivó el calificativo de ópera con ropaje sacro, cuyo autor fue nada menos que Hans von Bülow, el connotado pianista y director de orquesta. Una opinión similar fue emitida por Richard Wagner (1813-1883) cuando escuchó el Réquiem de Verdi en noviembre de 1875; es claro que la furibunda oposición entre wagnerianos y verdianos podía aparecer en terrenos ajenos a la ópera. Von Bülow tuvo al menos el valor de escribir a Verdi una carta, fechada el 7 de abril de 1892, en la que se retractaba de su primera opinión sobre el Réquiem, y afirmaba que una audición reciente de la obra lo había hecho llorar. Al mencionar como excusa el “enceguecedor prejuicio wagneriano” en su carta a Verdi, Von Bülow asestaba un explícito golpe crítico a Wagner, muerto en 1883. ¿Tendría esto algo que ver con el hecho de que casi treinta años antes la mujer de Von Bülow, Cósima Liszt, lo había abandonado para fugarse con Wagner?
El caso es que Von Bülow pedía perdón a Verdi por haber juzgado mal su Réquiem y Verdi, siempre lúcido y honesto, le contestó una cálida y agradecida carta en la que hacía una interesante comparación cultural e histórica, al llamar a los compositores alemanes “hijos de Bach” y a los italianos “hijos de Palestrina”. Es muy probable que al escribir esto Verdi no se imaginaba que con el paso del tiempo su Réquiem habría de escalar alturas que, al menos en el gusto del público, la pondrían en un nivel comparable, si no es que superior, al de las grandes misas de Juan Sebastián Bach (1685-1750) y de Giovanni Pierluigi da Palestrina (ca. 1525-1594).

Juan Arturo Brennan












“Una ópera con ropaje sacro” fue como calificaron al Réquiem de Giuseppe Verdi (1813-1901) aquellos que no podían concebir un Réquiem musical lleno de pasión y tormenta; el Sturm und Drang de las cumbres románticas, decían, no debía entrar en la iglesia. Al hacer esta afirmación, los detractores del Réquiem de Verdi olvidaron dos cuestiones fundamentales. La primera, que era lógico que un Réquiem surgido de la pluma de Verdi debía, por la fuerza de su propio estilo, tener una componente dramática abiertamente expresada por la música y por el tratamiento del texto. La segunda, que la expresión emocional de Verdi no provenía de un simple exabrupto creativo o religioso, sino del más auténtico y profundo luto por la muerte de un gran hombre: Alessandro Manzoni.
Nacido en 1785 y muerto en 1873, Manzoni fue uno de los grandes italianos de su tiempo. Novelista, poeta, filósofo, hombre de ideas, Manzoni guió su vida a partir de dos principios fundamentales: una diáfana concepción del cristianismo como línea de conducta y un liberalismo humanista que lo colocó a la vanguardia del pensamiento político de su tiempo. De clara inspiración política, y de un romanticismo muy lúcido, sus obras le valieron la justa admiración de sus contemporáneos, incluso la de personajes como Goethe. El mismo Verdi admiraba profundamente a Manzoni, y la muerte de éste, ocurrida en Milán el 22 de mayo de 1873, fue un duro golpe para el compositor. Verdi escribió entonces a su amiga, la condesa Maffei, quien también pertenecía al círculo social de Manzoni:

Todo ha terminado, y con él termina la mayor, la más pura y más sagrada de nuestras glorias. He leído muchos diarios y ninguno habla de él como se merece. Hay muchas palabras, pero ninguna es profunda y emotiva. Incluso, no faltan los improperios. ¡Contra Manzoni! Qué raza tan mezquina es ésta a la que pertenecemos.

En contra de esa mezquindad, Verdi aplicó su propia generosidad a la creación de un homenaje póstumo a Manzoni. Cinco años antes, a la muerte de Gioachino Rossini (1792-1868), un grupo de compositores italianos se dio a la tarea de componer un Réquiem colectivo en su memoria. El proyecto fracasó y quedó trunco, pero Verdi conservó el manuscrito de lo que debió haber sido su contribución a la obra: el Libera me que en 1874 se convirtió en la última sección de su Réquiem por Manzoni. Junto con la notable escritura contrapuntística del Libera me, ligada directamente con los conceptos de la fuga en el más puro estilo barroco, destaca en el Réquiem de Verdi el Dies irae, para el que el compositor convocó una imaginería sonora potentísima y por momentos espeluznante en la que el creador de óperas brilla en todo su esplendor dramático.
El Réquiem de Verdi fue estrenado en la iglesia de San Marcos en Milán, el 22 de mayo de 1874, justamente en el primer aniversario de la muerte de Manzoni. A la luz de la ocasión que propiciaba la interpretación de esta música y el local elegido para el estreno, es evidente que la mesurada reacción del público de esa noche tuvo mucho que ver con consideraciones de tipo místico y religioso. Tres días después del estreno Verdi volvió a dirigir su Réquiem, esta vez en el Teatro de La Scala, y entonces el público se le entregó apasionadamente, como en las mejores noches de estreno de sus óperas.


Juan Arturo Brennan