Cri-Crí, Soler 28/02/2014
FRANCISCO GABILONDO SOLER, CRI-CRI (1907-1990)
No faltan en nuestro medio musical los solemnes pretenciosos que se refieren a Francisco Gabilondo Soler con una buena dosis de desprecio o, cuando menos, con una condescendencia digna de mejores causas. No han faltado, tampoco, quienes han tratado de encontrar el lugar que ocupa Gabilondo Soler en la historia de la música mexicana comparándolo con los grandes ídolos de la canción vernácula (craso error, sin duda), o con los más importantes compositores de música de concierto (error aún más craso). En medio de estos desorientados intentos de descalificar a Gabilondo Soler se encuentra, probablemente, una dosis significativa de envidia, por una parte, y por la otra, un desprecio excluyente por todo aquello que los autodenominados “cultos” no consideran música “culta”. Por fortuna, el paso del tiempo y, literalmente, el clamor popular, han colocado a Francisco Gabilondo Soler en el lugar que le corresponde, un lugar que por cierto está en la cúspide misma de su oficio: la creación de inolvidables canciones para niños.
Francisco Gabilondo Soler fue originario de Orizaba, Veracruz, donde vivió hasta los 21 años de edad. En 1928 se instaló en la Ciudad de México, donde habría de vivir durante los siguientes 44 años. Después de realizar sus estudios básicos, Gabilondo Soler profundizó por su cuenta en diversos temas y materias, entre los que destacan las letras, la historia, la geografía y las matemáticas. Entre las materias menos usuales que abordó en esa etapa de su vida se encuentran el oficio de linotipista, y un curso de navegación que realizó por correspondencia en una institución de Maryland, llegando a realizar algunas importantes travesías marítimas. También se dejó tentar, de manera muy seria y comprometida, por la astronomía y, junto con todos estos temas, tuvo siempre cerca a la música, llegando a desarrollar un competente nivel en la ejecución del piano. No fue ajeno tampoco a la actividad deportiva, dedicándose con asiduidad a la práctica de la natación y el boxeo.
Desde sus años de juventud en Orizaba, Gabilondo Soler ya componía, dedicándose sobre todo a escribir piezas en los ritmos populares más en boga por esa época. De esa primera etapa de su producción como compositor, no se ha conservado prácticamente nada. Años más tarde, ya instalado en la Ciudad de México, dejó a un lado esas piezas bailables y escribió el que sería el primero de sus grandes éxitos: El chorrito. Puede decirse que el camino de Gabilondo Soler a la fama se inició en 1932 a partir de su programa radiofónico El guasón del teclado. Más tarde, en el año de 1934, inventó en la XEW su inmortal alter ego en la figura de Cri-Crí, El grillito cantor, cuya música y cuya fantasía ha nutrido la imaginación de varias generaciones de mexicanos. En los siguientes años, Cri-Cri escribió un número significativo de canciones para niños, cuya virtud más destacada es que en sus temas y sus textos Gabilondo Soler muestra un admirable respeto por la inteligencia y la sensibilidad de los pequeños, cosa que no puede decirse de numerosos comerciantes de la música, disfrazados de compositores, que ven en la niñez un mercado más, y que suelen subestimar la capacidad infantil de fantasear y reinventar a través de la buena música. En el numeroso catálogo de canciones de Cri-Crí hay creaciones que al paso del tiempo se han vuelto clásicas; entre ellas destacan El chorrito, La muñeca fea, El ratón vaquero, La patita, Marcha de las letras, Bombón, Cucurumbé, Ché araña, Tango medroso, Caminito de la escuela, Di por qué, El ropero, Métete Teté, etc. Quienes se han encargado de estudiar y conservar la obra de Cri-Crí afirman que su producción de música infantil comprende 216 canciones, la mayoría de las cuales está sustentada en la fantasía de personalizar a los animales y a las cosas. Además de esta línea de conducta, conectada directamente con la imaginación de los niños, las canciones de Cri-Crí se distinguen por la riqueza y variedad de sus ritmos, estilo, lenguajes y gestos musicales, ideales para desencadenar la curiosidad infantil por el vasto mundo de la música. No menos importante es el sencillo (pero no simple) sentido del humor que habita en las canciones del grillo cantor.
A pesar de sus detractores, Cri-Crí recibió numerosos reconocimientos, entre los que destacan una estatua conmemorativa en Orizaba, una fuente que le fue dedicada en el Bosque de Chapultepec, un reconocimiento del Conservatorio Nacional de Música, una serie de timbres postales con las figuras de sus personajes más famosos, así como una emisión de billetes de la Lotería Nacional con la imagen de Francisco Gabilondo Soler. Lo que poca gente sabe, incluso entre sus admiradores, es que a Cri-Crí le gustaba tanto fantasear con las estrellas, que se dedicó muy en serio a su afición por la astronomía, al grado de que el auditorio de la Sociedad Astronómica de México fue nombrado en su honor. Francisco Gabilondo Soler, Cri-CrÍ, El grillito cantor, terminó por mudarse a las afueras de la Ciudad de México, viviendo en Texcoco hasta el día de su muerte, ocurrida en el año de 1990. Entre los numerosos testimonios que existen de que Cri-Crí fue tomado muy en serio (pero sin solemnidad) en ciertos ámbitos académicos de la música mexicana, uno de los más interesantes es el libro Cri-Crí, El mensajero de la alegría, escrito por ese importante crítico musical y musicólogo que fue José Antonio Alcaraz, publicado por el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical (CENIDIM) en el año de 1996.
En el año 2007, a los cien años del nacimiento de Cri-Cri, todo México se llenó con su música, con muy merecidas celebraciones que fueron desde la remembranza de sus míticos programas de radio, hasta la realización de conciertos sinfónicos con su música, pasando por diversas puestas en escena de sus canciones con diversas dotaciones instrumentales y vocales. Hoy, es de absoluta justicia seguir recordando a Cri-Crí y sus sensacionales canciones, aunque no se cumpla ningún aniversario suyo.
Juan Arturo Brennan