Rameau / Paganini / Beethoven 02/05/2014

Juan Arturo Brennan | Xalapa
Zaïs RCT 60 - Jean-Philippe Rameau / Concierto para violín n.° 1 - Nicolò Paganini / Sinfonía n.º 7 - Ludwig van Beethoven

A Jean-Philippe Rameau (1683-1764) le tocó en suerte, como a tantos otros compositores, tener un padre que insistía en que el joven e inquieto melómano estudiara leyes. Sin embargo, los planes paternos se frustraron, y el joven Rameau se escapó para tocar el violín con una compañía teatral ambulante. Con el paso del tiempo, y de manera casi totalmente autodidacta, Rameau se convirtió no sólo en un gran compositor, sino también en importante autor de tratados teóricos. Sus esfuerzos recibieron el mayor premio posible en el año de 1745, cuando Rameau fue nombrado director de la Ópera Cómica y, simultáneamente, compositor de la corte del rey Luis XV. Especialmente para compositores, musicólogos y otros profesionales del oficio, la herencia fundamental de Jean-Philippe Rameau está en el campo de sus innovaciones armónicas; para melómanos, aficionados y mortales comunes, Rameau fue sobre todo un importante creador de música para clavecín y, especialmente, de música para la escena; en sus ópera la danza tiene un papel primordial, muy a la usanza de la época. En este ámbito, Rameau produjo alrededor de una treintena de obras, inscritas genéricamente en los rubros de tragedia en música, ópera-ballet, comedia-ballet, comedia lírica, ballet heroico, acto de ballet, divertimento, pastoral heroica, ópera cómica en vodevil, tragedia lírica. Este listado reafirma el hecho de que por aquellos tiempos la ópera todavía no alcanzaba su total independencia de otras formas dramático-musicales, y aún no tenía una identidad plenamente establecida.
En el contexto de las obras escénicas de Rameau, Zaïs pertenece al género del ballet heroico, aunque algunas fuentes la designan como pastoral heroica y otras como ópera. Se trata de una obra en un prólogo y cuatro actos, compuesta por Rameau a partir de un libreto redactado por Louis Cahusac. Este dramaturgo y libretista se hizo famoso particularmente por sus colaboraciones con Rameau; de su pluma surgieron los libretos para otras obras del compositor, tales como Las fiestas del Himeneo y el Amor, Naïs, Zoroastro, El nacimiento de Osiris, Anacreonte y Las Boreadas.
Zaïs, un genio, se disfraza como pastor para ganar el amor de la pastora Zélide. Después de una serie de tareas en las que Zaïs demuestra que está dispuesto a sacrificar sus poderes mágicos por el amor de Zélide, consigue que Oromases, rey de los genios, le otorgue la inmortalidad a Zélide para que los amantes puedan casarse.
La primera representación de Zaïs de que se tiene noticia (probablemente su estreno) ocurrió el 29 de febrero de 1748; años más tarde, el 19 de mayo de 1761, se volvió a representar, esta vez sin el prólogo original. La obertura de Zaïs es notable porque en ella Rameau describe imaginativamente cómo del caos surgen los cuatro elementos.


Al igual que los otros de la serie, el primero de los conciertos para violín de Nicolò Paganini (1782-1840) tiene la estructura clásica de tres movimientos contrastantes. El movimiento inicial, después de una larga introducción orquestal, presenta un tema noble y majestuoso, de amplio diseño. El segundo movimiento deja la impresión de un lamento o una cantilena fúnebre. Desde el punto de vista técnico, es un movimiento relativamente sencillo, y su contenido expresivo llevó a Franz Schubert (1797-1828) a decir:

En el Adagio de Paganini escuché el canto de un ángel.

Para el movimiento final, en forma de rondó, Paganini propone un tema vivaz y ágil, diseñado para probar la habilidad del solista en el manejo del arco.
Como en toda la música concertante de Paganini, la orquestación es hasta cierto punto rudimentaria y primitiva (caso similar a los conciertos para piano de Frédéric Chopin, 1810-1849)) y sirve como apoyo discreto al omnipresente y extrovertido violín. Para finalizar, vale la pena conocer otra cita relativa a Paganini, esta vez a cargo del gran poeta alemán Heinrich Heine, quien al final de una extensa y admirable descripción del violinista genovés escribió lo siguiente:

¿O es acaso un cadáver que se ha levantado de su tumba, un vampiro con un violín que ha venido a chupar, si no la sangre de nuestros corazones, sí el dinero de nuestros bolsillos?

He aquí una prueba fehaciente de que música, publicidad y negocios hacen una combinación nada novedosa, y de que si Paganini viviera en nuestro tiempo sería sin duda una de las máximas estrellas del videoclip.


Casi sin excepción, todas las notas que se han escrito respecto a ésta, probablemente la más bella de las sinfonías de Ludwig van Beethoven (1770-1827), citan la famosa frase en la que Richard Wagner (1813-1883) afirma que la Séptima sinfonía es la apoteosis de la danza. Sin embargo, lo dicho por Wagner va más allá de esta categórica definición, y es ciertamente interesante conocer más a fondo la descripción hecha por el gran compositor de óperas y dramas musicales. En el año de 1850, casi cuarenta años después del estreno de la obra, Wagner escribió esto:

La Séptima sinfonía de Beethoven es la alegría, que con una omnipotencia orgiástica nos lleva a través de todos los espacios de la naturaleza, de todas las corrientes y los océanos de la vida, dando voces de alegría y consciencia, por donde caminamos al ritmo audaz de esta danza humana de las esferas. Esta sinfonía es la apoteosis de la danza, la mejor realización de los movimientos corporales en forma ideal.

Beethoven inició la composición de la Séptima sinfonía en el año de 1807 y la terminó en el verano de 1812. El estreno se llevó a cabo en la Universidad de Viena el 8 de diciembre de 1813 bajo la batuta de Beethoven mismo. Como solía ocurrir en aquellos tiempos, el concierto fue organizado con un fin especial: recaudar fondos para los soldados austríacos y bávaros heridos en la batalla de Hanau mientras defendían a su patria de las huestes de Napoleón, quien en otros tiempos había sido el héroe de Beethoven. Además de la Séptima sinfonía, Beethoven estrenó en ese concierto una de sus obras más extrañas y menos características: La victoria de Wellington, también conocida como Sinfonía de la batalla o La batalla de Vitoria. Además del buen recibimiento que el público dio a la Séptima sinfonía, la crítica vio con buenos ojos y escuchó con buenos oídos esta obra maestra. La reseña publicada en el Allgemeine Musikalische Zeitung afirmaba que la Séptima era la más melodiosa, agradable y accesible de las sinfonías de Beethoven. Otro gran sinfonista, Gustav Mahler (1860-1911), después de una ejecución de la Séptima de Beethoven en el año de 1899, afirmó esto:

El último movimiento de la sinfonía tuvo un efecto dionisíaco sobre el público. Todos salieron de la sala de conciertos como embriagados, y así debe ser.

No cabe duda que la Séptima sinfonía de Beethoven aún tiene la hermosa capacidad de producir ese efecto, y es seguro que la noche de su estreno la embriaguez del público fue doble, porque no sólo asistieron al estreno de una obra maestra sino que además, con esa noche de espléndida música beethoveniana, estaban celebrando de algún modo la derrota de Napoleón a manos de Europa.

Juan Arturo Brennan