Händel / Haydn /Nielsen 07/03/2014
La carrera operística de Georg Friedrich Händel (1685-1759) comenzó en 1705, cuando compuso Almira mientras trabajaba para la ópera de Hamburgo. A partir de entonces, el compositor nunca estuvo lejos de las casas, los escenarios y las intrigas propias de la ópera. De hecho, fue gracias a la representación de su ópera Rinaldo en Londres que la ópera italiana quedó firmemente establecida en Inglaterra. Durante los siguientes 20 años, el interés primordial de Händel como compositor fue la ópera, ámbito en el que trabajó en circunstancias muy bien descritas en un artículo a su respecto que aparece en la Enciclopedia Británica. He aquí un fragmento de ese artículo:
La ópera seria del siglo XVIII fue muy bien descrita por el Dr. Johnson como un entretenimiento exótico e irracional, porque los textos estaban en italiano, un idioma que muy pocos entre el público entendían; las historias eran terriblemente enredadas, llenas de disfraces, imposturas y engaños; y los libretos eran escritos casi siempre por destajistas mediocres a sueldo de los empresarios de los teatros. A los compositores les importaba menos la efectividad dramática que el mostrar las fenomenales habilidades de los cantantes, entre quienes reinaban los castrati. Los cantantes, hombres y mujeres, eran terriblemente vanidosos, y Händel tuvo frecuentes conflictos con ellos sobre la interpretación de su música.
Händel compuso su ópera Rinaldo sobre un libreto de Giacomo Rossi, basado a su vez en un bosquejo de Adam Hill inspirado en uno de los episodios de la Jerusalén liberada de Torcuato Tasso. Básicamente, se trata de la historia de Rinaldo, joven caballero templario que se enamora de Almirena, hija de Godofredo de Bouillon, y de los esfuerzos de la hechicera Armida por hacer que el héroe se enamore de ella. Final evidente: la hechicera fracasa en su intento y Rinaldo se une con Almirena, y viven felices por siempre. Esta ópera fue compuesta por Händel durante su primera visita a Londres, y su estreno en el Queen’s Theatre de la capital inglesa (24 de febrero, 1711) significó un triunfo para el compositor. Fuentes históricas de la época indican que para una escena que tiene lugar en un jardín encantado, se utilizaron pájaros reales, cosa inusitada en aquella época y que fue recibida con asombro y júbilo por el público
La anécdota que hay detrás de la Sinfonía No. 45 de Franz Joseph Haydn (1732-1809) es sin duda una de las historias más llamativas en los anales de la música. En el año de 1761, Haydn había sido contratado como maestro de capilla asistente por el príncipe Paul Anton Esterházy, y a la muerte de su patrón al año siguiente, el compositor se convirtió en la máxima autoridad musical en la corte del sucesor, Nicolás Esterházy, hermano de Paul Anton. Durante los siguientes 24 años, Haydn se dedicó asiduamente a componer música para la lujosa corte de Esterháza y a perfeccionar su estilo sinfónico aprovechando la disponibilidad de la muy buena orquesta que el príncipe tenía a su servicio. Sin embargo, no todo fue alegría durante esos 24 años, y uno de los momentos de mayor tensión entre el compositor y su patrón ocurrió en 1772.
El príncipe Nicolás, enamorado de su palacio campestre en Esterháza, alargaba año con año sus vacaciones veraniegas, de modo que Haydn y los músicos de la orquesta se veían obligados a pasar a pasar más y más tiempo lejos de sus familias, muchas de las cuales se hallaban instaladas en la cercana ciudad de Eisenstadt. Un buen día, los músicos se quejaron de esta situación con Haydn y el compositor, siempre discreto y diplomático, decidió enviar un sutil mensaje al príncipe. Entonces, concibió y compuso su famosa Sinfonía No. 45, conocida como Los adioses, cuyo último movimiento es un tradicional presto que, sorpresivamente, da paso a un triste adagio. Durante la ejecución de este adagio final, y por instrucciones expresas de Haydn en la partitura, los músicos debían dejar de tocar uno a uno, apagar las velas de sus atriles y retirarse del salón. Así se hizo el día que se estrenó la sinfonía en presencia del príncipe Nicolás, y los músicos fueron saliendo uno por uno hasta que al final sólo quedaron Haydn y el violinista Luigi Tommasini tocando suavemente sus violines con sordina. Finalmente, Haydn y Tommasini dejaron de tocar, apagaron su vela y salieron del salón. Dice la historia que el príncipe Esterházy, hombre intuitivo y generoso, entendió el mensaje de inmediato y dijo:
Bueno, si los músicos se van, lo mejor es que nos vayamos todos.
Y al día siguiente, los cortesanos, los músicos y Haydn dejaron Esterháza para ir a reunirse con sus familias.
Se dice que la fuente principal de inspiración para la creación de su Segunda sinfonía (1901-1902) fue una rústica pintura que Carl Nielsen (1865-1931) vio colgada de la pared de una posada en el campo; por esas fechas, además, el compositor danés estaba especialmente preocupado por el tema de la caracterización a través de la música, de modo que el concepto de los cuatro temperamentos (que proviene de las teorías del médico Galeno) apareció como una importante salida creativa. En una discusión sobre las seis sinfonías de Nielsen, el especialista Hugh Ottaway comenta lo siguiente:
La Sinfonía No. 2 (Los cuatro temperamentos) fue compuesta diez años después que la Primera sinfonía. Fue inspirada por un grupo de pinturas cómicas que Nielsen había visto en una taberna de pueblo en Zealand, y refleja su creciente maestría como sinfonista y su profundo interés en el carácter humano. Cada temperamento –el colérico, el flemático, el melancólico y el sanguíneo- es explorado con una visión y una simpatía muy lejanas a la caricatura burda de las pinturas; se trata de un buen ejemplo de cómo un incidente trivial a veces puede detonar la imaginación creativa en toda su riqueza y variedad. La percepción de Nielsen respecto a que los temperamentos pueden interpenetrarse para formar una unidad móvil y compleja se revela en muchas facetas de la sinfonía, especialmente en la tonalidad. La sinfonía progresa de si menor a la mayor en lo que claramente está concebido como un esquema continuo.
Lo dicho por Ottaway en el párrafo citado es corroborado puntualmente por otro analista de la obra de Nielsen, el musicólogo Torben Schousboe, quien afirma que una buena proporción de las obras de Nielsen anteriores a 1908 están señaladas por un interés particular en la caracterización musical; entre todas ellas, sin duda la más importante es la Sinfonía Los cuatro temperamentos.
Carl Nielsen dedicó la partitura de su Segunda sinfonía al compositor, pianista y teórico italiano Ferruccio Busoni (1866-1924) y la obra fue estrenada el primero de diciembre de 1902 en la Sociedad Danesa de Conciertos, bajo la batuta del compositor. Más arriba, mencioné que la Sinfonía Los cuatro temperamentos de Nielsen es una de las dos obras más importantes dedicadas a este tema; la otra es Los cuatro temperamentos (1946) de Paul Hindemith (1895-1963).
La Segunda sinfonía de Nielsen (habría de componer otras cuatro) data del turbulento período de la vuelta de siglo entre el XIX y el XX. En lo personal, el año 1901 fue de bonanza para el compositor danés, ya que el reconocimiento que finalmente obtuvo de la crítica y de sus colegas tuvo como consecuencia que el gobierno de su país le otorgara ese año una pensión anual que lo libró de seguir dando clases particulares para ganar dinero. Ese mismo año, terminó su ópera Saúl y David, así como la música incidental para la obra teatral Atalanta de Gustav Wied, y su Cantata para la asociación Estudiantil. Entre sus colegas más ilustres, uno de los más activos en ese año fue Sergei Rajmaninov (1873-1943), quien en 1901 concluyó su Sonata para violoncello, sus Preludios Op. 23, su Suite No. 2, y la más popular de sus obras, el Segundo concierto para piano. Del mismo año es la Cuarta sinfonía de Gustav Mahler (1860-1911) y los Juegos de agua de Maurice Ravel (1875-1937). Interesante casualidad, que la Segunda sinfonía de Alexander Scriabin (1872-1915) es cabalmente contemporánea de la Segunda de Nielsen.
Juan Arturo Brennan