Ravel / Sibelius 13/06/14

Juan Arturo Brennan | Tlaqná
Alborada del gracioso - Maurice Ravel / Sinfonía n°. 2 - Jean Sibelius
Maurice Ravel Alborada del gracioso Fue en el año de 1905, el de su último y fallido intento por obtener el codiciado premio de Roma, que Maurice Ravel (1875-1937) escribió sus Espejos para piano, una suite en cinco movimientos en la que el compositor demostraba, a pesar de lo que dijera el jurado, que su talento estaba ya en pleno camino de una revolución en el lenguaje pianístico de su época. La suite Espejos está formada por los siguientes movimientos: Noctuelles; Oiseaux tristes; Une barque sur l’ocean; Alborada del gracioso; La vallée des cloches. Es inmediatamente notable que el título del cuarto movimiento de la suite está anotado por Ravel en español, a diferencia de los demás que están en francés. En su versión original para piano, Espejos fue estrenada por el pianista Ricardo Viñes el 6 de enero de 1906. Dos años después, en 1908, Ravel cedió una vez más a la continua tentación que le asediaba y volvió a la partitura original de la obra para piano con la intención de convertirla en música orquestal. Así, transcribió para orquesta una de las partes de la suite, Une barque sur l‘ocean. Años después, en 1918, Ravel regresó a sus Espejos para piano y transcribió la Alborada del gracioso para una gran orquesta. El estupendo pianista alemán Walter Gieseking, quien se especializó en la interpretación de música francesa, solía decir que la versión original de la Alborada del gracioso era una de las piezas para piano más difíciles de toda la literatura. Por ello, no es casualidad que la versión orquestal de la obra sea también una de las piezas en las que Ravel hizo un mayor alarde de maestría orquestal. En la transcripción sinfónica Ravel pide, entre otras cosas, dos arpas y una gran sección de percusiones en la que, dada la inspiración española, no podían faltar las castañuelas. Con su innegable sabiduría en el manejo de la orquesta, Ravel supo traducir perfectamente las complejidades armónicas de su original para piano, expandiendo orquestalmente algunas ideas, como por ejemplo una sección de la obra en la que las cuerdas están divididas en 24 partes. Y por supuesto, en una obra de este tipo y de este origen, no podía faltar el impulso rítmico que invita a la danza, también evidente en otras obras de Ravel como el Bolero, La valse y la Rapsodia española. La versión orquestal de la Alborada del gracioso fue estrenada el 17 de mayo de 1919 por la Orquesta Pasdeloup, bajo la dirección de Rhené-Baton. Valses nobles y sentimentales Para averiguar en qué estaba pensando Ravel cuando compuso esta peculiar obra, a la que puso un título ciertamente llamativo, lo mejor es recurrir a las palabras del propio compositor. Decía Ravel: “El título de Valses nobles y sentimentales describe con claridad mi intención de componer un grupo de valses a la manera de Schubert” Vale decir que Ravel compuso los Valses nobles y sentimentales en 1911 y el estreno de la obra se llevó a cabo en circunstancias muy especiales. Dicho estreno tuvo lugar en un concierto de la Sociedad Musical Independiente, en el que se tocaron diversas obras que no fueron anunciadas ni identificadas previamente, pidiendo al público que, después de escucharlas intentara adivinar su origen, atribuyéndolas a diversos compositores. Parece ser que a Ravel le divirtió mucho el hecho de que sus Valses nobles y sentimentales fueran atribuidos indistintamente a Erik Satie (1866-1925), a Zoltan Kodály (1882-1967) y a Theodore Dubois (1837-1924). Ahora bien, no hay que olvidar que aquellos que conocen bien la partitura de los Valses nobles y sentimentales afirman que hay en ellos una sección que es casi una cita textual de una de las Gimnopedias de Satie. Ello parece demostrar, quizá, que había más afinidad entre Ravel y Satie que la que demostraron públicamente. Al respecto, puede citarse un artículo escrito por el compositor francés Georges Auric (1899-1983), miembro del notorio Grupo de los seis. En el artículo, publicado en 1952, Auric hace una reminiscencia de su descubrimiento de la música de Satie, pero también se refiere tangencialmente a otros temas. Decía Auric: “No me tardé mucho en descubrir a Debussy y Ravel, cuyas obras más atrevidas traté de leer a primera vista. Estas obras aún no tenían la aprobación de que gozan hoy en día. Me escapé de mi clase de armonía y me fui de prisa a una tienda de música cuyo dueño, al verme, me entregó con una sonrisa de complicidad la partitura del primer volumen de los Preludios de Debussy. Me parece que el pianista Alfred Cortot los acababa de estrenar ante el público parisino. Y quedé admirado ante los Valses nobles y sentimentales de Ravel, que este mismo público había recibido con una casta reserva que entonces me parecía inexplicable.” Si acaso hacía falta alguna explicación para los Valses nobles y sentimentales de Ravel, él mismo la proporcionó, aunque de un modo un tanto socarrón, al escribir en el frontispicio de la partitura original para piano una frase de Henri de Regnier, uno de los más importantes poetas franceses de la primera década del siglo XX: “El delicioso placer de una ocupación inútil” Jean Sibelius En octubre de 1940, el compositor y crítico estadunidense Virgil Thomson escribió en el periódico Herald Tribune de Nueva York una reseña en la que afirmaba: “Encuentro que la Segunda sinfonía de Sibelius es vulgar, complaciente y provinciana en un grado indescriptible” No tuvo que pasar mucho tiempo para que quedara ampliamente demostrado el error de Thomson; hoy en día, la Segunda sinfonía de Jean Sibelius (1865-1957) es considerada como una pieza indispensable del repertorio sinfónico, no sólo por su indudable atractivo sonoro, sino también porque en ella el compositor ofreció al mundo una interesante proposición musical en la que alteraba los procedimientos tradicionales de la composición sinfónica. En el año de 1901, un amigo cercano de Sibelius, el barón Axel Carpelan, otorgó al compositor una cantidad de dinero que le permitió viajar y componer. Así, el invierno de 1901-1902 vio a Sibelius instalado en el pueblo italiano de Rapallo, donde inició la composición de la Segunda sinfonía, obra que habría de concluir a su regreso a Finlandia. Es importante recordar que esta obra es música absoluta, y que con o sin las diversas descripciones de fuego patriótico que se le han asignado, lo cierto es que la Segunda sinfonía de Sibelius se mantiene hasta hoy como uno de los logros más notables de la forma sinfónica, con su equilibrada combinación de proposiciones nuevas y respeto a las tradiciones del sinfonismo del siglo XIX. Hasta la fecha, el curioso procedimiento constructivo del primer movimiento de esta sinfonía sigue siendo objeto de largos y complicados debates. Una buena forma de comprenderlo y asimilarlo es descubrir que Sibelius ha propuesto en este movimiento una clara forma cíclica, de modo que las últimas páginas del movimiento son casi idénticas a las primeras, salvo que los temas fragmentarios son presentados en forma inversa. Cualquier duda sobre lo coherente y unitario de la sinfonía se disipa en el último movimiento, cuya solemnidad y nobleza cierran con broche de oro esta proposición sinfónica, clásica y novedosa por igual. Sibelius dedicó la partitura de la Segunda sinfonía a su generoso benefactor, el barón Axel Carpelan. El estreno de la obra se llevó a cabo en Helsinki, la capital finlandesa, el 3 de marzo de 1902, bajo la dirección del compositor. Desde entonces, cada interpretación de esta magistral sinfonía ha servido un triple propósito: deleitar al público con su riqueza sonora, maravillar a los melómanos con la ingeniosa construcción de su primer movimiento, y demostrar cuán equivocado estaba Virgil Thomson en su juicio crítico respecto a esta bella obra. Juan Arturo Brennan