Arias de Ópera Francesa 06/12/14

Alfonso Colorado | Tlaqná
Werther - Charles Gounod / Fausto - Jules Massenet / Les Pêcheurs de Perles y Carmen - Georges Bizet / Don Carlos - Giuseppe Verdi / Andrea Chenier - Umberto Giordano

Cuando se escucha “ópera” es probable que se piense en Verdi, en Puccini, en Donizetti, es decir en ópera italiana; o quizá en Wagner (alemana) o en Carmen de Bizet (francesa). Sea lo que sea que se tenga en mente, la ópera es mucho más. Se trata de un inmenso mundo, con numerosos matices donde caben muchas cosas.
Por ejemplo, la ópereta La bella Galatea (1863) de Franz von Suppé (1819-1895) trata sobre un escultor que se enamora de un producto de su trabajo. Cuando la diosa del amor, Venus, le concede su deseo, las cosas saldrán de una manera muy diferente a la que había pensado. Galatea prefiere al criado Ganimedes y se deja cortejar por Midas. Celoso, desesperado, inseguro, tras descubrir a Galatea con las manos en la masa, el escultor Pigmalión pide a Venus que la convierta de nuevo en piedra (Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia... claro). Esta chispeante opereta muestra que en el arte lírico no todo es seriedad, dulzura o tragedia. La brillante obertura condensa muy bien su carácter ligero y divertido.
Igualmente, y a pesar de su título, Don Juan (1888) no tiene que ver con el amor en su tratamiento tradicional. La obra se inspira en un poema inconcluso de Nikolaus Lenau (1802-1850) cuyo protagonista seduce a incontables mujeres pero de quien se apodera el tedio. Su forma vida, que se basa sólo en el erotismo, va creando un vacío en él. Harto de todo, cada vez necesita experiencias más extremas, por lo que no le importa guardar las formas. Retado a duelo, muere en él. La obra de Richard Strauus (1864-1949) es un poema sinfónico, es decir, una obra con trama. En términos generales describe escenas de amor, un alegre (y exultante) carnaval y , por último, el duelo final. Pero más importante es que traza un carácter: el empuje, la fuerza de Don Juan (ejemplificda en el famoso solo de corno, que nunca se debilita, que busca hasta el final seguir, sin importarle que eso lo lleve a la autodestrucción. El autor de esta obra maestra tenía ¡24 años! Con ella, Strauss se colocó en el primer plano de los compositores de su tiempo. Y ahí sigue.
Si, en términos generales, la ópera italiana busca ante todo la pasión, la expresión intensa de sentimientos, la francesa tiene otro carácter. A principios del siglo XIX la grand opera tuvo predilección por los temas históricos, con el pueblo como protagonista, con grandes masas y efectos (espectaculares desfiles por ejemplo). Su culminación fue paralala a la del Imperio de Napoleón Bonaparte, gran admirador suyo. Más tarde, con la Restauración triunfó la ópera cómica (no porque su tema fuera gracioso sino porque no era heroico; “cómico” significa aquí costumbrista, modesto). Más tarde surgió la ópera lírica. El crítico Paul Henry Lang la caracterizó muy bien con pocas líneas: “su principal preocupación fue la expresión elegante. El romance o melodie, su núcleo, era una pieza de salón, sentimental, superficial... es música antidramática, cortés, refinaa”.
Las diversas arias de ópera francesa que escucharán aquí cumplen ese patrón. Las óperas Werther (1892) y Fausto (1859) se basan en grandes obras de la literatura germánica: respectivamente Las penas del joven Werther (1774) y la primera parte (1808) del Fausto de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832). De esas obras de contenido desgarrado, trágico y filosófico los compositores franceses Charles Gounod (1808-1893) y Jules Massenet (1842-1912) tomaron únicamente la historia de amor. Goethe fue muy leído en toda Europa y Francia no fue la la excepción. Cuando el 2 de octubre de 1808 se encontraron en Erfurt, Napoleón, gran lector, le dijo, delante de todo su estado mayor: “Vous êtes un homme!” (Usted es un hombre) y después comentó con él algunos detalles de sus obras, especialmente de Werther.
Los pescadores de perlas (1863) es una ópera de Georges Bizet (1838-1875), la que más se escucha después de su obra maestra Carmen (1875). La trama se lleva a cabo en Ceilán (actualmente Sri Lanka) en el Golfo de Bengala. Zurga es el jefe de la tribu, un hombre en la plenitud de su poder, Nadir, un joven pescador, que comienza a destacar por su inteligencia. La obra explora, además de las relaciones humanas, el equilibrio del poder político en un grupo social y la relación entre experiencia y juventud. Ambos hombres están enamorados de la misma mujer, pero deciden no permitir que eso interfiera en su amistad. Este dúo es uno de los máximos tributos de la ópera a ese sentimiento (de nuevo: no todo es el amor). La prueba será que uno decidirá sacrificar su vida por el otro.
También la amistad (y el poder) es el tema de Don Carlos (1867) de Giuseppe Verdi (1813-1901). Ante la tumba de su abuelo, ni más ni menos que Carlos V, el Infante Carlos confiesa a su amigo Rodrigo que está enamorado de Isabel de Valois, recién convertida en su madrastra. No sólo comparten la empatía por la edad, creen en el mismo ideal: la libertad. Representan el ideal político regenerador frente a la autoritarismo oscurantista de Felipe II. Mientras ambos hacen votos por seguir juntos pase lo que pase, el coro recuerda, en su canto de fondo, que el emperador en cuyos dominios no se ponía el sol, no es ahora más que polvo.
Y más política: Andrea Chenier (1896), ópera de Umberto Giordano (1867-1948), está inspirada en la vida de un personaje real, el poeta francés Andrea Chenier, ejecutado durante la Revolución francesa. El aria que se escuchará es el monólogo de un hombre de origen humilde que se ha vuelto poderoso. Carlo Gerard preside un tribunal revolucionario y debe firmar la condena de Chenier bajo el cargo de “enemigo de la Patria”. Hombre y político curtido, escéptico, cínico, sabe que tras esa denominación en realidad a menudo se oculta la animadversión personal u otras razones turbias. A punto de firmar la sentencia recuerda su juventud, los ideales acariciados, vencidos, traicionados: un día un verso del poeta Chenier lo inspiró a lanzarse a la lucha política. Y ahora, convertido en su rival de amores, firma su sentencia. El deseo puede más que la ideología, es el motor del mundo.
Las situaciones y dilemas que presenta la ópera desde luego se aplican también a la realidad latinoamericana. Sin embargo, podría pensarse que nuestros países están muy alejados de ese ámbito artístico. Pero no es así. Hay una tradición musical nuestra ligada profundamente a ella: la canción popular. Muchas de Agustín Lara o de María Greever se relacionan con el mundo de la zarzuela, la música clásica ligera, la opereta y la ópera. Todos estos géneros constituían un sólo espacio artístico a finales del siglo XIX y principios del XX. La prueba de ello es muy simple: los grandes cantantes dl siglo XX, igual que los del XXI (en el que sobresalen muchos latinoamericanos) tienen como parte de su repertorio regular las canciones que se escucharán hoy aquí. Estas son también testimonio de una época y una sensibilidad. Ya las parejas no utilizan ese lenguaje, ya no se estila el cortejo largo y gradual, ya son vistas como normales muchas cosas antes inaceptables... pero esas canciones, gracias a su calidad, perviven. A pesar de tantos cambios, los sentimientos perviven (y los despeñaderos también, como idealizar a la persona amada). Son también un testimonio histórico de la época en que la canción latinoamericana conquistó Europa y el mundo a lo largo de varios momentos del siglo XX. La cultura y el arte son un campo donde América Latina no es una promesa sino una realización plena, la vanguardia de lo que un día esperamos se haga extensivo a toda nuestra contrastante realidad.

Alfonso Colorado