Mozart /Prokofiev 26/01/15
WOLFGANG AMADEUS MOZART
Sinfonía No. 36, K. 425, Linz
En junio de 1783 nació el primer hijo de Mozart (1756-1791) y su esposa Constanza, al que llamaron Raimund Leopold. Un par de meses después, el 19 de agosto, el hijo estaba muerto; igual suerte habrían de correr otros tres hijos de Mozart antes de pasar la infancia. Dos meses después de esta tragedia, Mozart y su esposa dejaron Salzburgo para dirigirse a Linz, en un trayecto que los llevó por Vöcklabruck y Lambach. Los Mozart llegaron a Linz el 30 de octubre de 1783 y al día siguiente el compositor le escribió una carta a su padre:
Cuando llegamos a las puertas de Linz un sirviente nos esperaba para conducirnos a la casa del viejo conde Thun, donde nos hemos hospedado. No puedo decirte con cuánta amabilidad nos tratan en esta casa. El jueves 4 de noviembre voy a dar un concierto en el teatro, y como no traigo conmigo ninguna sinfonía, estoy hasta las orejas escribiendo una nueva, que debe estar lista para entonces.
¿Por qué la prisa? Resulta que el conde Thun era suegro de uno de los alumnos que Mozart tenía en Viena, y al ofrecer su hospitalidad al compositor y su esposa el noble caballero aprovechó para solicitar una sinfonía que debía estrenarse en un concierto privado en la fecha señalada. Y en efecto, Mozart terminó la sinfonía la víspera del estreno (le tomó cuatro dias componerla), dando muestras, una vez más, de la asombrosa facilidad que tenía para concebir grandes estructuras musicales y después ponerlas en papel. Para esta sinfonía, Mozart eligió un procedimiento que hasta entonces no había utilizado: iniciar el primer movimiento con una introducción lenta de espíritu majestuoso, muy a la manera de muchas de las sinfonías de Joseph Haydn (1732-1809). Es posible que este detalle fuera una especie de introducción a otros pasajes serios, casi sombríos, que aparecen a lo largo de toda la obra y que algunos estudiosos han tratado de relacionar con las penurias que Mozart pasaba por esos días. Sin embargo, el balance general de la obra tiende a la luz y no a la oscuridad. Como bien lo hace notar Charles Rosen en un texto suyo sobre Mozart, en esta sinfonía el compositor buscó más la brillantez que la majestuosidad.
Y ciertamente brillante fue el estreno de la sinfonía Linz, realizado en casa del conde Thun el 4 de noviembre de 1783. El anfitrión quedó muy complacido con su sinfonía, de modo que invitó a los Mozart a permanecer unos días más en su casa. No fue sino hasta principios de diciembre que Mozart y Constanza regresaron a Viena, donde el compositor se puso a trabajar arduamente, tratando de olvidar su fallida visita a Salzburgo, que al menos fue matizada por los agradables días pasados en casa del conde Thun en Linz.
SERGEI PROKOFIEV
Sinfonía No. 7, Op. 131
Hallar los puntos de contacto entre Sergei Prokofiev (1891-1953) y Dmitri Shostakovich (1906-1975) es sin duda una tarea musicológica apasionante y muy satisfactoria. Para efectos de este texto, sin embargo, basta decir que ambos fueron grandes compositores soviéticos y que los dos fueron hostigados y perseguidos por la brutalidad del régimen stalinista, especialmente a través del esbirro cultural de Stalin, el nefasto Andrei Zhdanov. Como era lógico que ocurriera, y a pesar de posibles discrepancias estéticas o ideológicas, Prokofiev y Shostakovich se tenían un gran respeto mutuo. Una de las muchas pruebas de ello es este texto de Shostakovich, escrito para la publicación Música Soviética:
El canto del cisne de Prokofiev, su Séptima sinfonía, es una de las mejores obras de nuestra época. Refleja las emociones y los ideales de la vanguardia de la humanidad y expresa la vitalidad optimista de la juventud. Gloria al compositor que ha logrado en sus últimos días crear una obra tan luminosa que cautiva al oyente con su belleza musical, su sinceridad de expresión, su serena simplicidad. Esta es la verdadera música realista de nuestra era, esta música que presagia un magnífico futuro.
Salvo por el discutible “magnífico futuro”, que quizá nunca llegó, el texto de Shostakovich es una buena aproximación a la última de las sinfonías de Prokofiev, y tiene un valor especial por haber sido escrito por quien quizá haya sido el más grande sinfonista ruso de todos los tiempos.
La Séptima sinfonía de Prokofiev fue el resultado de un encargo que le hizo al compositor la división infantil de Radio Moscú; de ahí que el lenguaje de la obra sea mucho más simple y directo que el de sus anteriores sinfonías, especialmente la Quinta y la Sexta. De hecho, algunos autores se han referido a esta obra como la Sinfonía Juventud, aunque la partitura no lleva este título ni ningún otro. La aparente sencillez de la sinfonía fue criticada en su momento como una especie de concesión o regresión por parte de Prokofiev, y esto fue quizá lo que ocasionó que la obra no tuviera inicialmente mucho éxito fuera de las fronteras de lo que fue la Unión Soviética.
Prokofiev escribió la Séptima sinfonía entre 1951 y 1952, y tuvo la partitura de piano lista en marzo de 1952. Para entonces, su salud ya estaba muy deteriorada, de modo que para orquestar la sinfonía tuvo que solicitar la ayuda de su amigo el pianista Anatol Vedernikov. El estreno de la Séptima sinfonía de Prokofiev se llevó a cabo en Moscú el 11 de octubre de 1952, bajo la dirección de Samuel Samosud, y resultó un éxito a nivel local.