Mendelssohn / Debussy / Bartók 06/04/15
FELIX MENDELSSOHN
Obertura Sueño de una noche de verano, Op. 21
Vale la pena comenzar diciendo que, por lo general, las obras de los compositores que han gozado el beneficio de ser catalogados suelen ser designadas con un número que las identifica y que en el caso de la obra que hoy nos ocupa, la numeración es doble. La obertura que Felix Mendelssohn (1809-1847) escribió para la obra teatral de William Shakespeare lleva el número de Opus 21; en tanto el resto de las piezas de la música incidental que Mendelssohn compuso para esta obra están catalogadas colectivamente con el número de Opus 61. Ello se debe a que Mendelssohn compuso la obertura en el año de 1826, cuando era una criatura de 17 años, y esperó otros 17 años para componer el resto de la música incidental, cosa que hizo a petición expresa del rey Federico Guillermo IV de Prusia, en el año de 1843.
La música incidental que Mendelssohn escribió para la comedia de Shakespeare fue concebida para soprano, mezzosoprano, coro y orquesta, y los textos se deben a una espléndida traducción al alemán realizada por August Wilhelm Schleger a partir del original de Shakespeare en inglés. La obertura fue estrenada en concierto por Carl Loewe en 1827, al año siguiente de su creación, y la música incidental completa se estrenó en octubre de 1843 en el Hoftheater de Potsdam, acompañando a una puesta en escena de la comedia de Shakespeare. Es indudable que Mendelssohn logró en esta partitura una de sus mejores obras, y es más admirable aún si se considera el hecho de que el compositor solía decir que las palabras le parecían demasiado vagas para expresar sentimientos que la música podía comunicar a la perfección. He aquí que, a pesar de esta idea, Mendelssohn logró combinar perfectamente ambos mundos y crear una hermosa obra musical a partir de otra gran obra, hecha de palabras. No es casualidad tampoco que Mendelssohn haya escrito varias series de piezas para piano a las que tituló Canciones sin palabras.
FELIX MENDELSSOHN
Concierto para violín y orquesta en mi menor, Op. 64
Solemos hablar del Concierto para violín de Mendelssohn como si fuera una obra única en su catálogo, cuando de hecho el compositor alemán escribió otro Concierto para violín, mucho menos conocido que el famoso Concierto Op 64, y del que existen incluso un par de grabaciones. Además, existen al menos un par de antecedentes juveniles al Concierto Op. 64, una de las obras más populares de Mendelssohn. La gestación de la pieza se inició en 1838, año en que el compositor escribió a su amigo, el violinista Ferdinand David, sobre su intención de componer un concierto especialmente para él. La correspondencia subsecuente entre Mendelssohn y David hizo prosperar los planes del compositor y unos años más tarde el concierto estaba terminado. Mendelssohn compuso el concierto en Solden, cerca de Frankfurt, durante un período de reposo vacacional. La partitura quedó concluida el 16 de septiembre de 1844 y la obra se estrenó en Leipzig el 13 de marzo de 1845.
Parece ser que Ferdinand David era un violinista altamente competente, respetado y admirado por sus contemporáneos de la misma manera que Joseph Joachim lo fue por los suyos. El aprecio de Mendelssohn por David era tal que cuando llegó a ser director de la famosa Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig insistió en que su amigo violinista fuera el concertino. En efecto, David tomó el cargo de primer violín en Leipzig en 1843 y lo ocupó hasta su muerte en 1873. Durante ese período fue también profesor en el Conservatorio de Leipzig y colaboró estrechamente en la composición del Concierto Op. 64 de Mendelssohn, de modo que muchos de los aciertos instrumentales de la obra se deben a él. Hoy en día este Concierto para violín de Mendelssohn está situado indiscutiblemente a la cabeza del repertorio para el instrumento, junto con los conciertos de Ludwig van Beethoven (1770-1827), Johannes Brahms (1833-1897) y Piotr Ilyich Chaikovski (1840-1893).
Sabemos que a pesar del aprecio que se le tuvo en vida, Mendelssohn sufrió, casi cien años después de su muerte, la persecución de las hordas nazis de Adolfo Hitler. En Alemania se prohibió estrictamente tocar la música del judío Mendelssohn, y los nazis llegaron al extremo de derribar una estatua suya que se hallaba frente a la sala de conciertos de la Gewandhaus en Leipzig, para luego fundirla. Al paso del tiempo, con la figura de Richard Wagner (1813-1883) como profeta, los proponentes del fascismo habrían de descubrir que la buena música es bastante más sólida y duradera que el bronce. Una de las mejores pruebas de ello es el Concierto para violín de Mendelssohn, que fue estrenado por Ferdinand David con un sensacional éxito de público, que perdura hasta nuestros días.
CLAUDE DEBUSSY
Preludios para piano, Libro I
Cuando comenzó a escribir su primer libro de Preludios, Claude Debussy (1862-1918) se había establecido ya como un compositor importante y prolífico. Había escrito ya la mayor parte de las composiciones que pasarían a la historia como obras maestras. Sus veinticuatro Preludios, compuestos entre 1909 y 1913, representan no sólo la última obra programática de Debussy para el piano, sino también la más madura. En ellos se manifiesta plenamente como un maestro en el color y la expresión, el claroscuro, la armonía y la melodía, la textura y el ritmo.
La contribución de Debussy a este género es un punto de referencia en la creación músical. No sólo infundió cada uno con el lenguaje armónico y técnicas compositivas características de su obra, sino que también hizo del escucha un cómplice con quien compartir sus intenciones programáticas. Cada Preludio lleva un título descriptivo, colocado no al principio sino al final de la partitura musical, como evocando simplemente la visión que inspiró la composición, o la impresión que tras escucharla sugiere el autor al intérprete y al oyente.
Ce qu’a vu le Vent d’Ouest (Lo que ha visto el Viento del Oeste)
Toda la sutileza de Debussy desaparece en esta representación violenta del Viento del Oeste, en forma de una tormenta destructiva. La concepción pianística es de alto virtuosismo en su naturaleza, una marea implacable de notas que comienza silenciosamente en tanto la tormenta se acerca, y crece constantemente a medida que la pieza progresa. Abundan los efectos de trémolos en el registro grave del piano, así como acordes punzantes que sugieren el choque de los vientos en la costa.
La Cathédrale engloutie (La Catedral sumergida).
La catedral en cuestión es la Catedral de Ys, que según la leyenda se hundió en la costa de Bretaña en el siglo IV o V, como castigo por la impiedad de sus feligreses. Cuenta esta leyenda que cada mañana clara, al levantarse el sol, la catedral se eleva temporalmente para mostrarse como una advertencia eterna. La Catedral sumergida abre misteriosamente, con el sonido de sus campanas sofocadas por las profundidades del mar. Después de la demostración plena de su gloria, la catedral comienza su descenso y se escucha el sonido de las olas que cubren sus enormes arcos. Las campanas resuenan de nuevo al final, justo antes de que su sonido fantasmal sucumba suavemente al silencio del agua profunda.
La danse de Puck (La danza de Puck)
Caracterización del mitológico hacedor de travesuras que Shakespeare inmortalizó en el “Sueño de una noche de verano”, este Preludio es una exploración alegre y ligera de un mundo de fantasía. Como un ‘alegre nómada de la noche’, Puck es, en la comedia de Shakespeare, el responsable de administrar el elixir de amor que causa una confusión ridícula entre todos los personajes. Durante todo el Preludio se atestiguan las aventuras de la ágil criatura: bailes y deslices, viajes y caídas, causando un pequeño caos antes de desaparecer súbitamente, como un soplo.
BÉLA BARTÓK
Suite El mandarín milagroso, Op. 19
En la primera década del siglo XX la literatura húngara estaba representada por tres corrientes principales. La primera, abanderada por el grupo de escritores reunidos alrededor de la revista literaria Nyugat (El Occidente), representaba lo mejor de las letras húngaras de esa época. Un segundo grupo consistía en una camarilla de escritores oficialistas que producían textos de corte muy nacionalista y muy conservador. La tercera corriente literaria estaba formada por los llamados escritores de boulevard, y el único fin de sus textos era el entretenimiento superficial del lector. A este tercer grupo de escritores húngaros perteneció Menyhért Lengyel, uno de cuyos cuentos fue tomado por Béla Bartók (1881-1945) como base para su pantomima orquestal El mandarín milagroso. A pesar de que Lengyel está clasificado en el grupo más bajo de la literatura húngara del inicio del siglo XX, el cuento mismo no deja de ser interesante y llamativo...
Tres siniestros rufianes habitan una casa dilapidada y tétrica y tienen a una bella mujer como cómplice de sus fechorías. El plan que diseñan es muy simple: ella se asoma a la ventana luciendo sus encantos para atraer a los transeúntes. Quien cae en la trampa y entra a la casa es asaltado y despojado de sus pertenencias. Los dos primeros incautos que sucumben a la tentación y entran a la casa en busca de la mujer resultan ser pobres, y los rufianes los echan a la calle. El tercero es un misterioso mandarín; su apariencia repele a la mujer pero ella decide seguir adelante con el plan trazado por sus ocultos cómplices. La mujer ejecuta una sensual danza ante el mandarín, que siente crecer su deseo por ella. Cuando el mandarín intenta abrazarla, los tres malhechores salen de su escondite y lo atacan. Milagrosamente, el mandarín sobrevive ileso a los tres ataques de los bandidos: su deseo es más fuerte que la muerte misma. Finalmente, subyugada por el extraño personaje, la mujer cede y se funde con el mandarín en un abrazo. Satisfecho su deseo, las heridas del mandarín comienzan a sangrar, y finalmente muere.
La composición de El mandarín milagroso fue abordada por Bartók como una especie de reencuentro consigo mismo como compositor. Su ópera El castillo de Barbazul había sufrido un rechazo inicial de tal magnitud que desde 1911 hasta 1917 Bartók abandonó casi por completo la composición, dedicándose a sus trabajos de estudio y recopilación de la música popular húngara. En 1917 su ballet El príncipe de madera fue producido con tal éxito que la Ópera de Budapest decidió montar El castillo de Barbazul. La aceptación de ambas obras impulsó a Bartók a retomar la composición, y entre 1917 y 1922 produjo una serie de obras en las que se nota particularmente la progresiva liberación de la tonalidad y, sobre todo, una identificación creciente con la tendencia expresionista de la época. Entre estas obras están su Segundo cuarteto de cuerdas, sus Cinco canciones sobre poemas de Endre Ady, sus dos sonatas para violín y piano y el ballet-pantomima El mandarín milagroso, al cual posteriormente Bartók hizo algunos cortes y extrajo la Suite que hoy escuchamos.
Juan Arturo Brennan