Ravel / Tchaikovsky 13/04/15

Juan Arturo Brennan | Tlaqná
Suites 1 y 2, Daphnis et Chloé - Maurice Ravel / Concierto para violín Op. 35 - Piotr Ilich Tchaikovsky

MAURICE RAVEL
Daphnis et Chloé, Suites 1 y 2
En 1909, el empresario y aventurero artístico ruso-francés Sergei Diaghilev comisionó a Maurice Ravel (1875-1937) la composición de la música para un ballet, basado en la novela Daphnis et Chloé, del autor griego Longo (Siglo II AC). Ravel concluyó la composición en 1911, y el estreno del ballet se realizó el 8 de junio de 1912 en el Teatro del Châtelet en París. Al consultar algunos textos sobre este estreno, se antoja indispensable mencionar a quienes participaron en él, como una muestra de la clase de talento que se reunía en el París de principios del siglo XX para proyectos de este tipo. Veamos: encargo de Sergei Diaghilev, música de Maurice Ravel, coreografía de Michel Fokine, diseños de León Bakst, dirección musical de Pierre Monteux y los papeles protagónicos del ballet, bailados por Vaslav Nijinski y Tamara Karsavina. Al ceder un poco al impulso de la cursilería, no sería exagerado llamar constelación a esta combinación de personajes que estrenaron el Daphnis et Chloé.
El libreto del ballet no estuvo basado en el romance pastoral original de Longo sino en la traducción francesa del poeta renacentista Jacques Amyot. El primer tratamiento narrativo fue realizado por el coreógrafo, Michel Fokine, y adaptado por el propio Ravel para sus fines musicales. La partitura de Daphnis et Chloé en su versión para piano estuvo lista en 1910, y al año siguiente, en el proceso de orquestación, Ravel hizo algunas alteraciones, entre las que destaca la transformación integral de la Danza general con la que concluye la obra.
En la actualidad son pocas las ocasiones en las que se baila esta obra maestra según las intenciones originales de sus creadores. Por otra parte, las apariciones de Daphnis et Chloé en las salas de conciertos suelen realizarse en la forma de las dos suites en tres partes arregladas posteriormente por el propio Ravel, que constituyen apenas la mitad de la música compuesta originalmente. Una audición completa de la obra revela de inmediato la que quizá sea la obra más notable -y mencionar de paso que también la más larga- del gran compositor francés.
Si bien Daphnis et Chloé no es estrictamente una sinfonía, se sabe que la intención de Ravel fue la de componer una sinfonía coreográfica, es decir, una obra que se apegara a ciertos principios formales y tonales de una sinfonía, y que al mismo tiempo tuviera la flexibilidad necesaria de toda buena música de ballet. Desde el punto de vista sonoro, Ravel logra en Daphnis et Chloé algunos de sus más felices hallazgos de orquestación. Una ojeada a la partitura permite descubrir los elementos instrumentales utilizados por Ravel con el fin específico de enriquecer el color orquestal: flauta en sol, castañuelas, crótalos, máquina de viento, celesta, glockenspiel, xilófono, dos arpas. Es decir, un complemento instrumental digno del más refinado pensamiento musical impresionista.

PIOTR ILICH TCHAIKOVSKY
Concierto para violín y orquesta, Op. 35
Puede decirse que, como suele ocurrir con frecuencia, el Concierto para violín de Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893) no fue tan popular en su estreno como lo es en nuestros días, puesto que recibió algunas críticas poco amables. El concierto fue estrenado por el violinista Adolph Brodski en Viena, el 4 de diciembre de 1881, con Hans Richter dirigiendo a la Filarmónica de Viena. Al día siguiente, en el periódico vienés Neue Freie Presse apareció la crítica del estreno, a cargo de la ácida pluma de Eduard Hanslick, el más conocido y más feroz de los críticos en Viena. Decía Hanslick:
De seguro, el compositor ruso Tchaikovsky no es un talento ordinario, sino un talento inflado, con una obsesión de genio que no conoce el gusto ni la discriminación. Así mismo es su largo y pretensioso Concierto para violín. Por un rato, se mueve musicalmente, con sobriedad, y con cierto espíritu. Pero pronto la vulgaridad se hace presente y domina hasta el final del primer movimiento. El violín ya no es tocado: es jalado, roto, golpeado. El segundo movimiento de nuevo se porta bien, para pacificarnos y ganar nuestra buena voluntad. Pero pronto se termina para dar paso a un final que nos transporta a la brutal y confusa alegría de una fiesta rusa. Vemos claramente los rostros salvajemente vulgares, oímos maldiciones, olemos el vodka. Friedrich Vischer observó alguna vez, hablando de pinturas obscenas, que apestan a la vista. El Concierto para violín de Tchaikovsky nos da por primera vez la horrorosa noción de que puede haber música que apesta al oído.
Tchaikovsky compuso este concierto durante la primavera de 1878, durante una estancia en Suiza en compañía de Joseph Kotek, un notable violinista ruso que ayudó al compositor con la parte solista, haciendo indicaciones de técnica, arcadas y otros detalles. La obra, desde que fue terminada, corrió con mala suerte a manos de varios instrumentistas. Para empezar, Kotek rehusó estrenar el concierto, por lo que Tchaikovsky dedicó la obra a Leopold Auer. A su vez, Auer declaró, después de estudiar la partitura, que el concierto era poco violinístico y que no se podía tocar. Acto seguido, Tchaikovsky se aproximó al violinista francés Emil Sauret, quien también rechazó su Concierto para violín. Finalmente, Adolph Brodski se comprometió a estrenarlo, pero lo hizo a regañadientes, haciéndole saber a Tchaikovsky que él tampoco apreciaba mucho la obra. El paso del tiempo, como de costumbre, le dio la razón a Tchaikovsky. El violinista Brodski se hizo famoso tocando esta obra y Leopold Auer decidió finalmente que el concierto sí se podía tocar; lo hizo en repetidas ocasiones, con gran éxito de público. Parece que sólo Eduard Hanslick se mantuvo firme hasta el final en su poco generosa crítica hacia éste, uno de los conciertos para violín de mayor fama y prestigio en la historia de la música.


Juan Arturo Brennan