Beethoven / Mussorgsky 25/08/15
LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770-1827)
Sinfonía No. 8 en fa mayor, Op. 93
Entre las nueve sinfonías de Beethoven, quizá ninguna haya nacido en circunstancias más curiosas que la octava. De acuerdo con la teoría que dice que Beethoven alternaba enormes, poderosas sinfonías (primera, tercera, quinta, séptima, novena) con obras sinfónicas de menor dimensión y alcance (segunda, cuarta, sexta, octava), podría suponerse que su Octava sinfonía es una obra menor, y sin embargo no es así, a pesar de que el propio Beethoven, todavía emocionado con el éxito de su Séptima sinfonía, la llamó “mi pequeña sinfonía en fa”, obra que quedó concluida apenas cuatro meses después de la exitosa Séptima sinfonía. Respecto a la relación entre ambas obras, que han sido comparadas con frecuencia, el musicólogo inglés Donald Francis Tovey afirmó lo siguiente:
La Octava sinfonía de Beethoven refleja el sentimiento de poder que inspira a un hombre para una tarea delicada cuando acaba de triunfar en una tarea colosal.
Si en su Quinta sinfonía Beethoven había construido un gran edificio musical a partir del famoso motivo de cuatro notas, en la octava dio algunas pinceladas en el mismo sentido. El breve motivo de seis notas con que se inicia la Octava sinfonía (y que es la primera parte del tema principal de la obra) cierra de manera tranquila y optimista el primer movimiento, en una muestra del pensamiento musical cíclico que si bien Beethoven supo aplicar en ciertas ocasiones, fue más típico de compositores como Wagner, Liszt y Berlioz. Respecto al segundo movimiento de la sinfonía hay una interesante anécdota. En el verano de ese mismo año de 1812 Beethoven asistió a una cena en la que uno de los invitados era Johann Nepomuk Maelzel, inventor del metrónomo. Después de la cena, Beethoven improvisó al piano un canon en honor de Maelzel y su invento, y de ese canon surgió la idea principal del Allegretto scherzando de la Octava sinfonía. Se dice que los dieciseisavos que caracterizan a este movimiento representan el rápido tic-tac del metrónomo de Maelzel.
La Octava sinfonía de Beethoven fue estrenada en la Redoutensaal de Viena en febrero de 1814, bajo la dirección del compositor. En ese concierto se interpretaron también fragmentos de la música incidental que Beethoven había compuesto para Las ruinas de Atenas, la Séptima sinfonía, y la Sinfonía de la batalla, conocida también como La victoria de Wellington o La batalla de Vitoria.
MODEST MOUSSORGSKY (1839-1881)
Cuadros de una exposición (Orquestación de Maurice Ravel)
La parte anecdótica de la creación de estos Cuadros de una exposición es bien conocida. En el año de 1873 el pintor y arquitecto Víctor Hartmann murió a la edad de 39 años. Poco después, el crítico de arte Vladimir Stasoff, amigo de Hartmann y de Moussorgsky, organizó una exposición con los dibujos y acuarelas de Hartmann. La visita de Moussorgsky a la muestra fue la fuente del material musical de la versión original para piano de los Cuadros de una exposición.
Después de muchos años de ser considerados como perdidos, muchos de los cuadros de Hartmann fueron rescatados por Alfred Frankenstein, crítico musical estadunidense; sería muy interesante poder ver reproducciones de las obras de Hartmann y trazar una posible relación causa-efecto entre ellos y la música de Moussorgsky. La partitura de Moussorgsky pinta con sonidos diez de los cuadros de Hartmann, y las distintas secciones de la obra están conectadas por varias apariciones del promenade (paseo), tema conductor con el que el autor introduce su suite y con el que nos lleva de un cuadro a otro, de una sala a otra de la galería pictórica, cada vez con un carácter diferente. El primer promenade es marcial y definitivo, a cargo de la trompeta y los demás metales; el segundo es más pausado y contemplativo; el tercero es un poco más vivo y definido; el cuarto comienza ligero y etéreo para volverse más decisivo y fundirse con el quinto cuadro; el quinto promenade que es, en realidad, la coda de la pieza que representa el octavo cuadro, es misterioso y melancólico al mismo tiempo. Los cuadros mismos llevan títulos suficientemente descriptivos, y en algunos de ellos podemos hallar interesantes toques de orquestación y la aparición de diversos instrumentos solistas.
El carácter evidentemente sinfónico del original para piano de Moussorgsky pronto se convirtió en un motivo de tentación para directores y orquestadores de todas partes. Ya en 1891 se estrenaba en Rusia la primera versión orquestal, a la que siguieron muchas más, llegando así los Cuadros de una exposición incluso al ámbito del rock progresivo. Sin duda, de entre todas estas versiones o arreglos, la más célebre por méritos propios es la que realizó Maurice Ravel en 1922. El resultado rinde honor justo a ambos compositores, lo cual no es tarea fácil: la genialidad de Ravel no solo consiguió conservar la fuerza, intensidad e imaginación desbordante del original de Moussorgsky, sino que también supo destacar estas cualidades mediante un uso magistral de los recursos de la orquesta.
Y siendo estos Cuadros de una exposición la obra más popular del catálogo de Moussorgsky, cabría preguntar directamente al público que tantas veces la ha oído, y que tantas veces la volverá a oír: ¿qué es lo que trasciende más en esta música: los desvaríos de un músico alucinado e iconoclasta que murió prematuramente a causa del alcoholismo (delirium tremens y epilepsia de por medio), la mano maestra de un orquestador agudo y perceptivo como pocos (Maurice Ravel), o las atrevidas ideas musicales de un compositor netamente realista, aventurero en el plano armónico y tonal, incomprendido según algunos y sobrevalorado según otros?
Juan Arturo Brennan