Fantasía Celestial y Los Planetas 05/10/15
ALAN HOVHANESS (1911-2000)
Fantasía Celestial, Op. 44
Estadunidense de origen armenio y con un poco de sangre escocesa, Alan Hovhaness fue una de las personalidades musicales más interesantes de su tiempo y de su entorno. Sus frecuentes y numerosos viajes le permitieron conocer y asimilar variadas influencias musicales y culturales, la primera de las cuales fue la música del gran compositor finlandés Jean Sibelius (1865-1957). Más tarde, Hovhaness retomó con fuerza sus raíces armenias y las combinó con su interés por las culturas de oriente y por una marcada tendencia místico-religiosa. De esta síntesis surgió una música potente, expresiva e inconfundible por el uso constante de ciertos elementos, tanto en el lenguaje armónico como en la instrumentación. Para algunos, la música de Hovhaness es una de las expresiones sonoras más individuales y originales del siglo XX; para otros, es solamente un collage de tics y lugares comunes orientalizantes; para otros, es un lenguaje musical cuya densidad y misticismo lo hacen atractivo, si bien incomprensible; otros más, sin saber por qué, se dejan envolver por las innegables cualidades hipnóticas de esta singular música. Autor prolífico e incansable, Alan Hovhaness escribió cerca de quinientas obras. En 1935 Hovhaness compuso su Fantasía Celestial para orquesta de cuerdas, y en 1944 realizó la orquestación completa de la pieza. Esta partitura llevaba originalmente el título de Nerses Shnorhali, en referencia a un importante jerarca de la iglesia ortodoxa armenia.
GUSTAV HOLST (1874-1934)
Los planetas, Op. 32
Si fuera necesario hacer una lista de los compositores con tendencias místicas, seguramente entre los primeros lugares estarían músicos como el ruso Alexander Scriabin (1872-1915), el estadunidense Alan Hovhaness (1911-2000), y muy cerca de ellos, el inglés Gustav Holst. La genealogía y la historia de sus primeros años no parecen justificar el hecho de que Holst haya desarrollado un interés tan especial en ciertas cuestiones esotéricas. Originalmente, la educación musical de Holst parecía tenerle reservado un buen futuro como pianista, pero una lesión en una mano lo obligó a dedicarse al órgano y, con mayor vocación aun, al trombón. Después de terminar sus estudios de trombón con el profesor Case, el joven Holst se unió a la orquesta de la Compañía de Ópera Carl Rosa como primer trombón. Durante su estancia en esta orquesta Holst comenzó a interesarse por la mitología y la filosofía del oriente, al grado de que se puso a aprender el idioma sánscrito para poder estudiar la literatura oriental en versiones originales. De estos primeros contactos de Holst con el misticismo surgió lo que a la larga sería una de las dos vertientes principales de su música. En la otra vertiente hallamos una serie de obras suyas relacionadas directamente con el espíritu inglés, ya sea en forma de canciones basadas en poemas ingleses, o sus suites para banda, o su música para piano basada en temas populares. Por otra parte, encontramos que Holst transformó en música su interés por las cuestiones místicas a través de diversas formas musicales. Así, compuso la ópera Sita basada en un episodio del Ramayana, el libro sagrado hindú. Más tarde, Holst escribió varias piezas vocales y corales sobre otro de los textos sagrados del hinduísmo, el Rig Veda, y para completar el ciclo de los libros sacros de la India, compuso la ópera ‘Savitri’, basada en un episodio del Mahabarata. Hacia 1901 Holst se interesó por una peculiar fiesta religiosa de Argelia, y sobre ella escribió la suite orquestal Beni Mora. Así pues, no es extraño que Holst haya decidido abordar en su música un tema místico que es común a toda la humanidad: la astrología, bajo cuya inspiración compuso la más popular de sus obras, y sin duda una de las suites orquestales más interesantes del siglo XX: Los planetas.
El nacimiento de esta pieza tiene una interesante historia, que bien vale la pena de ser narrada otra vez. El gran director de orquesta inglés Adrian Boult escuchó en una ocasión la versión primera, para dos pianos, de Los planetas, tocada por dos señoritas que eran asistentes de Holst en la Escuela de San Pablo, donde el compositor era maestro. Poco después, en el otoño de 1918 y en plena Primera Guerra Mundial, Holst se puso en contacto con Boult para hacerle una proposición. El compositor debía partir hacia Salónica, en donde participaría en los proyectos de educación del ejército británico. Sucedió entonces que Balfour Gardiner, un compositor menor cuyo mérito principal fue el de promover continuamente la música de sus colegas, ofreció a Holst un interesante regalo de despedida: una orquesta sinfónica y un auditorio a su disposición durante toda la mañana de un domingo. Fue entonces que, para aprovechar al máximo el regalo, Holst se aproximó a Boult y le propuso que dirigiera la versión orquestal de Los planetas. Así, en la mañana del 29 de septiembre de 1918, con la Orquesta del Queen’s Hall dirigida por Adrian Boult (quien aún no había sido armado caballero por la reina), se escucharon por primera vez Los planetas de Gustav Holst, para gran emoción del compositor y el deleite de muchos de los asistentes. Entre ellos se hallaban algunos miembros de la Sociedad Filarmónica Real, quienes invitaron a Boult a repetir la ejecución de Los planetas en uno de sus conciertos.
Quienes conocen a fondo esta suite y al mismo tiempo saben algo de astrología nos dicen que el significado de cada uno de los siete movimientos de Los planetas debe ser descifrado a partir del perfil astrológico de cada planeta y no a partir de cuestiones mitológicas que tengan que ver con los dioses griegos. Los planetas, un verdadero alarde de maestría en el manejo del color orquestal, tienen muchos momentos felices y asombrosamente poderosos y evocativos, entre los cuales tres merecen especial atención.
El primero es el brutal impulso guerrero de Marte, logrado por Holst a base de un incesante pulso en compás de 5/4. El segundo es la compacta y categórica brillantez de Júpiter, llena de fuerza y de contagiosa energía. El tercero es la conclusión de la obra, en la que el misticismo de Neptuno se presenta bajo el aura de un movimiento que, paradójicamente, carece casi por completo de movimiento y que se va diluyendo en un final que parece no terminar nunca.
Entre las muchas preguntas, no necesariamente místicas, que podrían surgir después de escuchar Los planetas de Holst, una es particularmente apropiada: ¿por qué no aparecen en esta suite ni la Tierra ni Plutón? En el caso de la Tierra, sólo podemos especular que Holst no se sintió capaz de crear una representación sonora de este complejo y atribulado planeta que le sirvió de hogar. Otra posible explicación: desde la antigüedad, los alquimistas solo consideran a estos siete planetas como pertenecientes al sistema energético que rige el destino de la humanidad. El caso de Plutón es más sencillo: este planeta fue descubierto por al astrónomo Clyde Tombaugh en 1930, doce años después de que Holst se marchara a Salónica para cumplir sus deberes de guerra, tras escuchar el estreno de sus Planetas dirigidos por Adrian Boult. Como dato curioso, cabe recordar que en el año 2006 la Unión Astronómica Internacional reconsideró la clasificación de Plutón como planeta con todas las de la ley, y de manera controversial lo degradó a ‘planeta enano’. Esta categoría quizás no le habría alcanzado para merecer un espacio en la célebre suite de Holst…
Juan Arturo Brennan