La Novena de Bruckner 22/08/16
ANTON BRUCKNER (1824-1896)
Sinfonía No 9 en re menor
Después de terminar la segunda versión de su monumental Octava sinfonía, Anton Bruckner emprendió en 1887 la composición de la Novena, tarea que habría de ocuparlo, literalmente, hasta el último día de su vida, una vida que por desgracia no le alcanzaría para concluir la obra. Los dos primeros movimientos quedaron terminados en febrero de 1894, y hacia el final de ese mismo año Bruckner concluyó el soberbio Adagio. De inmediato comenzó a bosquejar el cuarto movimiento, pero su precaria salud física y mental hizo que el trabajo marchara con extrema lentitud. Es probable que Bruckner supiera para entonces que sus días estaban contados, porque dio a su Adagio un título especialmente significativo: Abschied vom Leben, o sea, Despedida de la vida. Así, con lentitud y no mucha seguridad, Bruckner avanzaba penosamente en la creación del cuarto movimiento de su Novena, para el cual tenía pensadas algunas cosas realmente interesantes. Por ejemplo, había planeado una gran fuga como medio de impulso motor para los temas del movimiento; tenía la idea de comprimir las secciones de desarrollo y recapitulación para hacer más compacto el discurso musical, y decidió incluir citas explícitas de algunas de sus obras anteriores. La más interesante de ellas es una cita de su Te Deum (1881), tan explícita que Bruckner escribió bajo el pentagrama de la Novena las palabras Te Deum. De este detalle ha surgido la versión de que, sabiendo que no viviría para terminar la sinfonía, el compositor indicó que en lugar del cuarto movimiento, si quedara inconcluso, habría de interpretarse el Te Deum, cosa poco probable porque el Te Deum está en otra tonalidad (do mayor) que nada tiene que ver con la tonalidad (re menor) de la sinfonía. De hecho, algunas ejecuciones modernas de la Novena de Bruckner con el Te Deum como cuarto movimiento han resultado poco satisfactorias.
El caso es que los dos últimos años de vida de Bruckner estuvieron marcados por un constante deterioro de su fuerza física y un recrudecimiento de su debilidad nerviosa, así como de las manías que durante tanto tiempo le habían acompañado: la manía de contar cosas, la manía religiosa, la necrofilia, etc. No es descabellado, pues, hallar expresiones musicales altamente neuróticas en esta sinfonía, sobre todo en el Adagio. Lo más fascinante del caso es que en esos momentos musicales en los que Bruckner volcó sus fantasmas internos se convirtieron en los puntos culminantes de su expresión creativa en esta, la última de sus obras. Desde el extraño intervalo de novena menor con que inicia el Adagio, pasando por su sección media en la que Bruckner repite obsesivamente una nota, hasta el final del movimiento, pleno de nobleza y paz, es posible seguir un discurso musical en el que es evidente ese ámbito crepuscular, ese adiós a la vida con el que el compositor daba por terminada su conflictiva relación con el mundo. Cuando esa relación quedó cortada para siempre el 11 de octubre de 1896, el cuarto movimiento quedó inconcluso, sobreviviendo sólo algunos bosquejos de la estructura total, y algunos pasajes orquestados en su totalidad por Bruckner. Hoy en día existen al menos un par de versiones completas del cuarto movimiento, reconstruidas a partir de los bosquejos de Bruckner. Una de ellas fue realizada por William Carragan; la otra estuvo a cargo del equipo formado por Nicola Samale, John A. Phillips, Benjamin-Gunnar Cohrs y Giuseppe Mazzuca. Por cuestiones de autenticidad, son pocos los directores que tocan o graban estas versiones de la Novena sinfonía de Bruckner con el cuarto movimiento restaurado. Respetando esta línea, la versión de la Novena que la OSX presenta esta noche incluye solamente los tres movimientos completados por Bruckner.
Juan Arturo Brennan