La novena de Mahler 29/11/16

Juan Arturo Brennan | Tlaqná
Sinfonía n.° 9 - Gustav Mahler

GUSTAV MAHLER (1860-1911)

Sinfonía No. 9 en re mayor

Después de su monumental Octava sinfonía, conocida no sin cierta hipérbole como la Sinfonía de los mil, Gustav Mahler regresó en la Novena a un mundo musical más abstracto y austero, al componer una sinfonía puramente instrumental. Mucho se ha dicho respecto a que, como en el caso de varios otros compositores, el catálogo y la vida de Mahler concluyeron con una Novena sinfonía que fue como una despedida; Ludwig van Beethoven (1770-1827), Franz Schubert (1797-18128), Anton Bruckner (1824-1896), Antonin Dvorák (1841-1904), Ralph Vaughan Williams (1872-1958) son los otros ejemplos utilizados para mantener viva esta leyenda de las novenas sinfonías como frontera última. Es difícil saber si Mahler estaba consciente de la proximidad de su muerte al abordar la composición de esta obra; es un hecho indudable que cuando inició la creación de la Novena sinfonía, sabía que su salud y su condición física eran precarias. Sea como fuere, el hecho es que más de un estudioso ha creído detectar en el primer movimiento de la Novena sinfonía de Mahler (en el que está concentrado lo fundamental de la obra) la presencia de la muerte o, para decirlo con mayor propiedad, la premonición de la muerte. Más aún: los musicólogos suelen afirmar que es tal el peso específico de este primer movimiento, que los demás no están a su altura, ni en lo formal ni en lo expresivo. El compositor Alban Berg (1885-1935) tuvo la oportunidad de estudiar en 1910 el manuscrito del primer movimiento de la Novena sinfonía de Mahler, después de lo cual escribió a su prometida una carta en la que le decía lo siguiente:

Una vez más he tocado la partitura de la Novena de Mahler: el primer movimiento es la cosa más celestial que Mahler haya escrito jamás. Es la expresión de un excepcional cariño por esta tierra, el anhelo de vivir en paz en ella, de disfrutar la naturaleza y sus profundidades antes de la llegada de la muerte. Porque la muerte llega, irresistiblemente. Todo el movimiento está permeado de la premonición de la muerte. Aparece aquí una y otra vez, todos los elementos del sueño terrenal culminan en la muerte... de manera más categórica en el colosal pasaje en el que esta premonición se convierte en certeza, donde en medio del poder de la casi dolorosa alegría de la vida, la muerte misma es anunciada con gran violencia.

Desde el punto de vista formal, sin una visión demasiado estricta, puede decirse que la Novena sinfonía de Mahler es un enorme lamento de carácter elegíaco expresado en los movimientos primero y cuarto, interrumpido por la presencia más mundana de los dos movimientos centrales, en los que quizá sea posible detectar un humor negro, a la vez amargo y desafiante.

El primer movimiento de la Novena sinfonía de Mahler tiene la estructura de una forma sonata de grandes dimensiones. Entre los musicólogos que han analizado a fondo sus materiales temáticos hay quienes afirman que el primer tema, encomendado al violín solo, contiene reminiscencias de la sonata Los adioses de Beethoven, así como del vals Disfrutemos la vida de Johann Strauss (1825-1899); en caso de que esto resultara cierto, sería una prueba más de las intenciones expresivas de Mahler. El segundo movimiento de la obra está basado en la danza rústica austríaca conocida como ländler, utilizada por Mahler en numerosas ocasiones en sus obras. Aquí, sin embargo, la idea del ländler como la danza arquetípica de la vitalidad y la alegría es trastocada por el compositor a través del empleo de esquemas rítmicos y dinámicos que apuntan hacia una parodia del ländler tradicional. Este gesto de sarcasmo se acentúa todavía más en el tercer movimiento, en el que Mahler presenta una serie de fragmentos temáticos que son tratados de una manera salvaje, casi anárquica, salvo por un interludio en el que el material temático es más tradicional y está presentado de una manera más coherente. El conmovedor Adagio final es de una intensidad lírica poco común, y tiene como cualidad unificadora el hecho de que Mahler utiliza aquí fragmentos temáticos de los otros movimientos. El director de orquesta Bruno Walter, personaje cercano a Mahler y su más grande promotor en los años siguientes a la muerte del compositor, se refirió en estos términos a la parte final de la Novena sinfonía:

Nos ofrece una atmósfera de transfiguración lograda por una singular transición entre el dolor de la despedida y la visión del radiante cielo.

Mahler compuso su Novena sinfonía entre 1909 y 1910, prácticamente al mismo tiempo que escribía su ciclo de canciones sinfónicas titulado La canción de la tierra, sobre la colección de poemas La flauta china de Hans Bethge. Así, es lógico que la sinfonía y el ciclo compartan un ámbito sonoro similar y, sobre todo, una componente emocional análoga. (Hay quienes dicen, por cierto, que La canción de la tierra debió ser en realidad la Novena sinfonía, pero que el compositor se resistió a numerarla así por el miedo supersticioso a las novenas sinfonías que solían ser preámbulo de muerte). Si el primer movimiento de la obra contiene esa premonición de la muerte a la que se han referido los especialistas, el Adagio final es un episodio conmovedor y contemplativo en el que algunos han querido oír la despedida de Mahler, el adiós a una vida que él sabía que se le terminaba. (No está de más recordar que la última canción del ciclo la canción de la tierra lleva por título Abschied, es decir, despedida). En este caso particular, la Novena sinfonía se convirtió de hecho en una obra póstuma, ya que no se estrenó sino hasta el 26 de junio de 1912, en Viena, un año después de la muerte del compositor, bajo la dirección de su amigo Bruno Walter. A fin de cuentas, todo el terror, toda la superstición de Mahler respecto a su Novena sinfonía como símbolo del último trance, quedó en lo meramente anecdótico; antes de morir, Mahler escribió un movimiento completo de su Décima sinfonía y dejó bosquejos y apuntes suficientes para que el musicólogo Deryck Cooke terminara la obra, cuya primera versión fue estrenada en 1964, más de medio siglo después de la muerte del compositor.

Juan Arturo Brennan