Arpa Sacra y Profana 01/02/17
Ralph Vaughan Williams y el mito de la novena sinfonía
El compositor y teórico Arnold Schönberg dijo una vez (en su ensayo acerca de Mahler): "Parece que una novena es un límite. No se sabe qué pasará si se va más allá. Parece como si hubiera algo que no debemos saber y que nos impide llegar a una décima, algo para lo cual no estamos preparados. Los que han escrito una novena ya estaban cerca de la otra vida".
Son varios los compositores de la tradición vienesa del Siglo XIX, entre los que destacan Beethoven, Schubert, Bruckner, Dvorak y el citado Mahler, que comparten un curioso patrón: ninguno logró superar la barrera de la novena sinfonía. La muerte de Beethoven fue el suceso que dio comienzo a esta superstición. El mito: ningún compositor vivirá para ver terminada una décima sinfonía. En otras palabras, morirá después de escribir (o estrenar) su novena.
Esta creencia es un mito popular que en realidad no tiene ninguna validez musicológica o histórica pero que no deja de ser curiosa. Inclusive, algunos compositores que se atemorizaron por dicha maldición se inventaron tretas para burlarla, como el propio Mahler, quien, obsesionado por el mito, prefirió eliminar toda referencia al título “sinfonía” en su noveno trabajo sinfónico, al que nombró “La Canción de la Tierra”. Valga decir que la fórmula no le valió de mucho, pues murió meses después de terminar su Sinfonía No. 9, dejando inconclusa la Décima.
A pesar de ser sólo un mito, resulta inquietante la manera en que, como si se tratara de una epidemia, otros grandes compositores fallecieron después de componer su Novena, entre ellos el autor que aquí nos ocupa, Ralph Vaughan Williams (1872-1958). Rozaba ya Vaughan Williams los 85 años de edad cuando emprendió la composición de su novena y última sinfonía. Su intención inicial de crear una obra programática se diluyó a medida que avanzó el trabajo, y el resultado final fue una sinfonía en cuatro movimientos, de un carácter profundamente desconcertante. Ante ella, es difícil encontrar las palabras justas para describirla: es quizá la creación más personal y enigmática de un Vaughan Williams que -a sus 85 años- trajo esta música, desbordante de imaginación, de algún lugar que solo él conoció, y con la que parece decirnos, socarronamente, que la vida apenas empieza… Una espléndida obra que -a casi 60 años de su estreno- la OSX presenta por primera vez en México.
Para alimentar el mito, valga una anécdota curiosa: Vaughan Williams gozaba de una salud envidiable cuando falleció repentinamente, en agosto de 1958, apenas unos meses después del estreno de la Novena. Tenía un plan interesante para ese día: asistir a los estudios de la BBC para estar presente en la primera sesión de grabación de su nueva sinfonía. La muerte se lo malogró.
Carlos Chávez (1899-1978), compositor mexicano, compuso su Sinfonía India en 1936, trabajo en el que, luego de una primera obra orquestal inspirada en la antigua Grecia, vuelve su mirada a las tradiciones y al material musical de las etnias autóctonas de México, en particular yaquis y seris de Sonora y huicholes de Nayarit, para crear un trabajo que se ha vuelto fundamental en el repertorio mexicano. En cuanto a las melodías autóctonas, hay que mencionar que no fue esta la única obra en la que Chávez acudió a tales fuentes musicales; en partituras como Los cuatro soles y El Fuego nuevo se valió también con éxito de este tipo de materiales.
Las Danzas Sacra y Profana para arpa y orquesta de cuerdas de Claude Debussy (1862-1918), fueron compuestas en 1904 como parte de un encargo del constructor de arpas Pleyel, con el propósito de usarlas para publicitar su modelo de arpa de concierto más reciente. El compositor francés puso en marcha un nuevo concepto de la música, ya que su obra contiene elementos modernistas, simbolistas y de otras influencias (étnicas, por ejemplo) que estaban en boga a finales del siglo XIX. Debussy era de la idea que la música no debía transcribir la naturaleza sino evocarla. A menudo se le ha denominado como “impresionista musical” por cuanto utilizó los sonidos del mismo modo que los pintores impresionistas empleaban los colores, buscando efectos o sensaciones luminosas.
Para el mismo instrumento compuso el italiano Mario Castelnuovo-Tedesco (1895-1968) su Concertino para arpa, Op. 93. Castelnuovo fue uno de los más notables compositores italianos de la primera mitad del Siglo XX, sobresaliente por sus obras para guitarra. El Concertino fue compuesto en 1936, tres años antes de que se viera obligado a dejar su natal Italia, que estaba bajo el control del régimen fascista. En su país ya había sido vetado de la radio y los teatros debido a su ascendencia judía. A su llegada a los Estados Unidos, su trabajo echó profundas raíces en Hollywood, donde realizó la musicalización de unas 200 películas. Entre sus discípulos más célebres se cuenta al afamado compositor de música para cine John Williams.
Notas al programa por Diana Elisa Flores y Enrique Vázquez Selem