Lomán / Elgar / Tchaikovsky 18/08/17

Diana Elisa Flores y Fausto Gómez | Tlaqná
Obertura Mexicana - Rodrigo Lomán / Introducción y Allegro para cuerdas, Op. 47 - Edward Elgar / Sinfonía No. 5, Op. 64 - Piotr Illich Tchaikovsky

Rodrigo Lomán
Obertura Mexicana
Concebida como un breve recorrido por algunas regiones de México, la Obertura Mexicana de Rodrigo Lomán explora lugares místicos y tradicionales propios de la cultura mexicana, como el sotavento veracruzano, la tierra caliente de Guerrero y Michoacán, el norte del país y el Istmo de Tehuantepec en Oaxaca, tejiendo así un viaje que honra a la identidad mexicana. A lo largo de la obra, el autor plasma reminiscencias de las bandas oaxaqueñas y norteñas, de las músicas de las fiestas patronales, de las danzas mestizas, evoca peregrinaciones en los pueblos, las ferias, los fandangos; las comidas típicas, las formas de vestir, de hablar y de vivir. Todo esto se estructura dentro de una forma clásica, la llamada forma sonata, y con recursos técnicos propios de la música de concierto. En palabras del propio Rodrigo Lomán:
Utilicé un nutrido contrapunto para aludir a la diversidad de nuestras tradiciones; procuré emplear los timbres de forma muy colorida para emular lo pintoresco de nuestras festividades; en algunos pasajes me basé en melodías características del violín calentano, en otros, imité figuras de la tuba tradicional del noroeste y del bajo sexto del noreste, refiriéndome asimismo a sones, canciones y corridos originarios de estas regiones: todos ellos acervo indispensable de mi ser mexicano.

Edward Elgar
Introducción y Allegro para cuerdas, Op. 47
Durante el periodo barroco nació en Italia una de las formas musicales más interesantes y características del siglo XVII: el Concerto Grosso (término acuñado por el célebre compositor Arcangelo Corelli), forma innovadora caracterizada por el uso de dos conjuntos instrumentales simultáneos: por un lado, una orquesta o tutti (“todos”, en lengua italiana) y por el otro un pequeño grupo de solistas, o concertino. Para el siglo XIX esta forma había ya caído en desuso, sin embargo, algunos autores románticos supieron encontrar la manera de refrescarla y sacarle partido nuevamente.
Enmarcada en esta corriente se encuentra la Introducción y Allegro para cuerdas del compositor ingles Edward Elgar (1857-1934), compuesta en 1905 y estrenada en ese mismo año por la recién formada Orquesta Sinfónica de Londres. Autodidacta, Elgar creció en una familia de fuertes inclinaciones artísticas, cultivando el interés por la música y la literatura. Como hábil lector, se entendió en teoría musical y composición a través de su pasión por los libros. Careció de una educación sistematizada, sin embargo sus esfuerzos para posicionarse como un compositor reconocido dentro del circuito musical europeo le rindieron buenos frutos: en el mismo año de 1905, la Universidad de Yale, en los EUA, condecoró a Elgar con el Doctorado Honoris Causa. La ocasión resultó propicia para interpretar la Marcha Pompa y Circunstancia No. 1, por la cual Elgar había alcanzado ya el estatus de celebridad en el Reino Unido, y que le valió al autor volverse igualmente famoso en el ámbito universitario de los EUA. A manera de agradecimiento, Elgar dedicó la Introducción y Allegro a su amigo Samuel Sanford, pedagogo y músico, quien había sido el principal promotor para que la Universidad de Yale le concediera la distinción.
La obra evoca la arcaica forma de un Concerto Grosso, en el que un cuarteto de cuerdas hace las veces de grupo concertino, estableciendo un diálogo con la orquesta o tutti, de sublime pero enérgica elegancia. La obra refleja el virtuosismo para la ejecución del violín que poseía Elgar, quien antes de dedicarse por completo a la composición había intentado desarrollar una carrera como violinista. La recepción inicial de la obra fue tibia, sin embargo con el paso del tiempo se ha establecido como una de las obras más relevantes en su género, dentro del repertorio orquestal.
Piotr Illich Tchaikovsky
Sinfonía No. 5, Op. 64
Luego de una etapa de inactividad, Tchaikovsky (1840-1893) decidió emprender la composición de una nueva sinfonía, la Quinta en su catálogo, diez años después de haber concluído la Cuarta. A su regreso de un viaje a Alemania, decidió instalarse en una aislada comarca, de nombre Frolovskoie, en donde se encontraría con la musa creativa de su nueva sinfonía. Para entonces, aseguraba que su inspiración “estaba flaqueando”, pues tanto sus problemas personales como su carácter inestable le impedían concentrarse dentro del “mundanal ruido” de San Petersburgo. En esta nueva residencia, recobraría la inspiración y pudo comenzar a extraer de su “cerebro embotado” una nueva sinfonía:
Me he enamorado absolutamente de Frolovskoie;
esta comarca me parece el cielo en la tierra…
Tchaikovsky compuso su Sinfonía No. 5 en 1888; con ella tenía el objetivo, luego de un período de amargura, de “demostrar al mundo que su creatividad musical no había muerto”. Ideó una estructura cíclica, en la que un tema principal -o motto- que se presenta desde la apertura del primer movimiento, reaparece una y otra vez, vestido de distintas formas, a lo largo de toda la obra. Este tema Tchaikovsky lo concibió como "la llamada del destino", concepto inspirado en la filosofía del viaje heroico, en el que a partir de un inicio incierto y tortuoso, el protagonista debe sortear una larga lista de penalidades y pruebas hasta obtener por fin la gloria. Así pues, Tchaikovsky compuso su Quinta Sinfonía basado en el leitmotiv del “destino”, para mostrar cómo este poder era capaz de conducir y modelar la música. Aunque en el estreno fue elogiada por el público, la Quinta no tuvo igual acogida ante la crítica, que mayormente la calificó de deficiente, provocando que en un principio Tchaikovsky quedara insatisfecho con su creación. Posteriormente se reconcilió con ella, abriendo paso para la realización, poco tiempo antes de morir en extrañas circunstancias, de su Sexta –y última– sinfonía, la indiscutible Patética.

Notas por Diana Elisa Flores y Fausto Gómez