Reinecke / Bruch / Beethoven 01/09/17
Persistencias clásicas
Dos años antes de fallecer, Carl Reinecke (1824-1910) compuso su ahora popular Concierto para flauta y orquesta, obra que refleja algunas de sus mejores virtudes como compositor. Reinecke fue uno de los últimos exponentes de la era romántica, con un estilo eminentemente conservador, a “contracorriente” de su propia época. En la época que compuso su Concierto para flauta, pululaban ya una variedad de tendencias musicales novedosas, que al poco tiempo darían paso a la Segunda Escuela de Viena y el advenimiento de otras tendencias de avant-garde. Pese a ello, su Concierto para flauta y orquesta se ha establecido como un anacronismo propio del repertorio romántico. Fuertemente influido por la estética de Mendelssohn, Schumann y Brahms, muchos críticos han señalado que esta obra solventa la ausencia de un concierto para flauta en el repertorio de la escuela germana de fines del Siglo XIX.
Se trata de un concierto dinámico y elegante, que no pierde su naturaleza entusiasta, y que a la vez exhibe el virtuosismo del intérprete y exige de éste un refinado sentido de musicalidad. Tal como lo hace con su obra más popular, la Sonata Ondina, Reinecke logra una demostración coherente de las posibilidades de la flauta trasversa como instrumento solista. Reinecke fue un compositor prolífico en su tiempo, aunque nunca recibió el mismo nivel de atención que tuvieron otros de sus contemporáneos. Destacó también como pedagogo en el Conservatorio de Música de Colonia, donde instruyó a distintos intérpretes y compositores, entre los cuales se cuenta a Max Bruch (1838-1920), compositor y pedagogo alemán quien, al igual que Reinecke, se caracterizó por su apego a una estética romántica tardía, por no decir trasnochada.
Bruch compuso tres conciertos para violín, de los cuales únicamente el Concierto No. 1, estrenado en su versión definitiva en 1868, alcanzó cierta notoriedad, convirtiéndose pronto en elemento del repertorio estándar de los violinistas. Después de su estreno, Bruch vendió los derechos de la partitura por una suma irrisoria a un editor alemán, sin embargo conservó para sí una copia del original. Varias décadas después, al término de la Primera Guerra Mundial, Bruch se encontraba en una delicada situación financiera, e imposibilitado de obtener ganancias por derechos de autor a causa del desastre económico propio de la posguerra. A fin de hacerse de algún recurso para sobrevivir, vendió su copia de la partitura a un dueto de hermanas pianistas, quienes le prometieron revender la obra en los EUA y enviarle el dinero obtenido, pacto que no cumplieron, y Bruch murió sin haber recibido ganancia alguna por la esperada transacción. Las susodichas hermanas conservaron celosamente el manuscrito y el misterio de su paradero, hasta que finalmente lo revendieron a una coleccionista en 1949, quien posteriormente lo donó a una biblioteca en la ciudad de Nueva York, donde permanece hasta la fecha.
Por su parte, la Sinfonía No. 1 de Ludwig van Beethoven (1770-1827) es considerada como un puente de transición entre la música del periodo clásico y la del periodo romántico. Antes de su composición, Beethoven había estrenado ya otras cinco obras orquestales, la mayoría de ellas con solista, y con esta su Sinfonía No. 1, estrenada en Viena en 1800, iniciaba su periplo por este género, que culminaría en 1824 con su célebre Novena. Fiel a la costumbre de la época, Beethoven dedicó la obra a quien entonces era su mecenas, el noble Gottfried van Swieten. Diversos críticos destacaron en su tiempo la evidente influencia tanto de su maestro, Franz Joseph Haydn, como de Wolfgang A. Mozart.
La Sinfonía No. 1 se halla anclada aún dentro de la estética del Siglo XVIII, sin embargo en ella pueden ya barruntarse algunas de las innovaciones que paulatinamente caracterizarían al movimiento romántico. En su momento se trató de un trabajo llamativo por sus propuestas novedosas, y aunque su arquitectura musical corresponde en general a la de la tradición propia de su época, elementos como la construcción temática, la instrumentación, y –sobre todo- los tiempos, son inusuales, por no decir revolucionarios, en una obra sinfónica de principios del Siglo XIX. Con su Sinfonía No. 1, Beethoven se presenta ya como un compositor de avanzada, declaración a la que se mantuvo fiel a lo largo de toda su vida.