Transgresiones Musicales 09/10/17

Diana Elisa Flores y Fausto Gómez | Tlaqná
Concertino de Cámara - Jacques Ibert / La Sinfonía Fantástica - Héctor Berlioz

Transgresiones musicales
Hacia finales del siglo XIX, París se había establecido como la gran metrópolis de la vanguardia artística en el orbe. Distintas ciudades alrededor del mundo trataban de emular su modernismo, provocando que los circuitos parisienses se transformaran paulatinamente en grandes promotores de la literatura, teatro, artes plásticas y visuales, danza y -por supuesto- música. En ese contexto irrumpieron con fuerza los “ritmos americanos”, particularmente el jazz y su antecesor, el ragtime. Distintos músicos afroamericanos popularizaron estos géneros en los salones de baile parisinos, en donde alcanzaron un éxito tal que pronto atraería a los compositores de la vanguardia a integrar elementos de estos géneros en sus propias obras. Bajo este rubro se encuentran los trabajos pioneros de Claude Debussy (1862-1918) y Erik Satie (1866-1925), así como la irrupción de la polirritmia en obras como La Consagración de la Primavera, de Igor Sravinsky (1882-1971).
Estas influencias dieron paso a la creación de obras antonomásticas de este tipo. Entre ellas se encuentra el Concertino de Cámara del compositor francés Jacques Ibert (1890-1962), obra concertante para saxofón alto y un reducido ensamble instrumental. En esta obra es notable la influencia del jazz en sus dos movimientos, en los que se destaca la exigencia interpretativa para el solista y el ensamble. El Concertino fue estrenado en 1935, con dedicatoria especial al saxofonista Sigmund Raschèr, quien fue una figura importante en el desarrollo del saxofón como instrumento de estudio académico. La utilización del saxofón, junto con el evocativo ritmo en blues del segundo movimiento, coloca al Concertino de Cámara como una de las obras más representativas e influyentes dentro del repertorio de música de concierto con sabor a jazz.
La Sinfonía Fantástica: Episodios de la vida de un artista
Después de presenciar la puesta en escena de una de las obras más destacadas dentro de la literatura universal, Hamlet, Hector Berlioz (1803-1869) quedaría completamente enamorado de la actriz irlandesa Henrietta Smithson, quien interpretaba el papel de Ofelia. Tras varios intentos fallidos por conquistarla mediante cartas, y devastado por el rechazo de su pretendida (a quien ni siquiera llegó a tratar en persona), Berlioz plasmó la depresión que sufrió en ese periodo en su ahora reconocida Sinfonía Fantástica. Originalmente compuesta en 1830 y estrenada en el Conservatorio de París, la sinfonía es considerada hoy en día como una de las composiciones más simbólicas de los comienzos del romanticismo. El hilo programático de la obra muestra los episodios de la vida de un músico locamente enamorado de una joven, que tras sufrir el rechazo de la amada decide suicidarse ingiriendo un veneno, lo que le produce una serie de alucinaciones desvariadas y perversas. Aunque la temática resultaba harto extravagante para su época, la pieza fue muy bien recibida en su momento, al punto que la propia Smithson, curiosa, asistiría a una de las funciones en 1832. De inmediato se percató de que la sinfonía se trataba de ella misma, y envió a Berlioz un mensaje de felicitación. Al poco, Berlioz recibió al fin el ansiado permiso de Smithson para conocerla y pronto se convirtieron en amantes, contrayendo nupcias al año siguiente.
A continuación, un breve recorrido por los movimientos que conforman la Sinfonía Fantástica:
Sueños y Pasiones: El primer movimiento de la obra relata la ansiedad sufrida por el protagonista antes de conocer a su amada, continuando con el amor apasionado que ella le inspira. Al final de este movimiento se puede percibir la discrepancia entre el ímpetu amoroso del protagonista y el dolor por el rechazo.
Un baile: En este segundo movimiento se da el reencuentro del protagonista con la amada tras el rechazo, como su nombre lo indica, en un baile. La música adopta el ritmo de un vals, representando la inquietud del protagonista por mirar a su amor platónico.
Escena en el campo: La peculiaridad de este movimiento es la notoria influencia de Beethoven y su Sinfonía Pastoral. La escena describe un paisaje campestre en el que dos pastores (representados por el corno inglés y el oboe), disfrutan de una maravillosa tarde de verano. Hacia la mitad del movimiento aparece la amada, y el protagonista es invadido por terribles presentimientos. Más tarde se alternan distintos estados de ánimo que se manifiestan de manera contrastante: la esperanza y la duda, el sufrimiento y la serenidad. Al final reaparece el corno inglés, evocando de nuevo el tema pastoral, y el movimiento finaliza con un redoble de timbal insinuando un clima misterioso.
Marcha al cadalso: El cuarto movimiento describe una pesadilla del artista, en la que sueña que mata a su amada y, en consecuencia, es condenado a ser ejecutado en la guillotina. En ese momento recuerda por última vez el sentimiento de amor. La marcha se construye sobre dos temas principales, interpretados respectivamente por las secciónes de cuerdas y de alientos. El movimiento finaliza con redobles de tambor y timbales, junto con acordes marcados por los metales, que simbolizan el poder de la justicia.
Sueño de una noche de aquelarre: Durante el último movimiento el protagonista es víctima de sus alucinaciones, presenciando su propio funeral rodeado por brujas y espíritus, entre los que puede ver a su amada transformada en una arpía. El tema principal de este movimiento se asoma en el clarinete, describiendo la aparición de la amada entre las brujas y los espíritus. Para finalizar la obra, Berlioz introduce el tema del Dies Irae (himno litúrgico del siglo XII, perteneciente a la tradición del canto gregoriano) junto a la ronda de las brujas, acompañado del tañer de campanas.