El Ciclo de la Vida 27/11/17
EL CICLO DE LA VIDA
Aaron Copland
Appalachian Spring
En los albores de los movimientos nacionalistas del siglo XX, distintos compositores retomaron sus raíces folclóricas, a fin de reflejar su herencia cultural en territorios que anteriormente mantenían una hegemonía estética de los países europeos, primordialmente de la esfera germana. En ese sentido, pocas obras ilustran de manera tan poética los orígenes de los Estados Unidos de America como Appalachian Spring (que puede traducirse ambiguamente como "Primavera Apalache" o "Manantial Apalache") del compositor estadounidense Aaron Copland (1900-1990). La obra fue comisionada por la notable benefactora de las artes Elizabeth Sprague Coolidge, quien sugirió a Copland la composición de un ballet coreografiado por la destacada bailarina Martha Graham, figura central en el desarrollo de la danza contemporánea. El ballet, dividido en ocho secciones, fue compuesto entre 1943 y 1944. La historia retrata una fiesta primaveral en una granja de colonos de Pennsilvania, cuya narrativa evoca al “sueño americano” mediante el uso del espacio y el afincamiento, tal como los pioneros ingleses establecieron sus colonias. El nombre de la pieza fue tomado del poema The Dance, del poeta norteamericano Harold Hart, perteneciente a la colección titulada The brigde. Tal como su nombre lo indica, la música es representativa del espíritu primaveral y de alegres danzas:
¡Oh manantial? de los Apalaches! Alcancé la cornisa
escarpada, inaccesible sonrisa que se dobla hacia el este
Y hacia el norte alcanza la purpúrea cuña
de los montes Adirondack
Richard Strauss
Muerte y Transfiguración
En las tradiciones religioso-filosóficas del mundo existen tres opciones para el entendimiento de la muerte: la extinción total, la preservación de la personalidad y el continuo renacimiento del alma. Entendida como el renacimiento del alma, la muerte no tiene una existencia absoluta: es un grado de vida, una fase más dentro de la energía (que no se crea ni se destruye) que es la vida. No se concibe como una presencia todopoderosa, invisible y aniquiladora, sino como una contracción de una fuerza universal infinita. De este modo Richard Strauss (1864-1949) expresó mediante la música uno de los temas que regían la atmosfera emocional hacia finales del siglo XIX: la muerte. Iniciado en 1888 y terminado el 18 de noviembre de 1889, Muerte y Transfiguración es un poema sinfónico que tiene como trama principal los últimos momentos de un artista que recuerda a los grandes amores de su vida. Aunque mucho se especula aceca de la creación de la obra a partir de una grave enfermedad que atormentaba al compositor, en realidad la composición surgió a raíz del poema homónimo que Strauss había encargado a su amigo, el también músico Alexander Ritter, que recalca el significado de la muerte en la música. El propio Strauss se ocupó de dejar para la posteridad una descripción detallada, en la que se refleja con bastante detalle el significado que quiso dar a la obra:
Se me ocurrió la idea de representar en un poema sinfónico la muerte de una persona que había luchado en pos de los más altos ideales, por lo tanto muy posiblemente un artista. El enfermo yace en su cama dormido, respira pesada e irregularmente; sueños agradables ponen una sonrisa en sus rasgos a pesar de su sufrimiento; su sueño se hace más ligero, despierta, nuevamente es asaltado por un dolor terrible, sus miembros tiemblan de fiebre... Cuando el ataque retrocede y se reduce el dolor, reflexiona acerca de su vida pasada, ante sus ojos pasan su infancia, su juventud con sus luchas, sus pasiones, y luego, mientras vuelve el dolor, aparece ante él el fruto de su paso por la vida, la idea, el Ideal que ha tratado de concretar, de representar en su arte, pero que no ha logrado perfeccionar porque no está en ningún ser humano la posibilidad de perfeccionarlo. Se acerca la hora de la muerte, el alma abandona el cuerpo, para encontrar perfeccionado en su forma más gloriosa, en el cosmos eterno, lo que no pudo cumplir aquí en la tierra.
Carl Maria von Weber
Concierto para fagot
Con tan sólo 25 años de edad, el compositor alemán Carl Maria von Weber (1786-1826) disfrutaba de un rotundo éxito en su joven carrera durante una gira artística que abarcaba distintos países germanos. De entre las obras que destacaron en aquel momento, su Concertino para clarinete Op. 26, estrenado en la corte bávara en 1811, le hizo merecedor de la atención necesaria para conseguir un importante patrocinio. Corría el inicio del siglo XIX, y el apoyo que recibían las artes por parte de las cortes germanas comenzaba a resultar indispensable para dar fuerza a la corriente artística del período romántico. El rey Maximiliano I quedó tan satisfecho con la interpretación de dicho Concertino, que pronto decidió comisionar a Weber la composición de dos conciertos más para el mismo instrumento, pero esta vez a escala completa. Así nacieron, en ese mismo año de 1811, los dos Conciertos para clarinete de Weber, piezas fundamentales hoy en el repertorio. Ante el éxito obtenido, una avalancha de músicos de la corte suplicaron a Weber escribir más obras para otros instrumentos, pero el único que tuvo éxito en convencer al Rey para que comisionara a Weber una composición más fue el fagotista Georg Friedrich Brandt. La pieza fue estrenada por el propio Brandt en Munich a fines de 1811, y con ella realizó distintas giras por Europa popularizando la pieza, que sin embargo no fue publicada sino hasta 1822. Hoy en día, el Concierto para fagot de Weber se ha transformado en una de las obras paradigmáticas del instrumento, destacando por su expresividad dramática, así como por un despliegue virtuosístico inusitado en su tiempo para un fagot, instrumento que hasta entonces se caracterizaba por emplearse meramente en un rol de acompañamiento orquestal.