Shostakovich 29/01/18

Alfonso Colorado | Tlaqná
Sinfonía n.° 7 - Dmitri Shostakovich

El 23 de agosto de 1942 comenzó el bombardeo alemán sobre Stalingrado (hoy Volgogrado), La ciudad industrial de 600,000 habitantes, modelo de urbanismo por sus grandes parques, quedó en ruinas en pocas horas. El Estado ordenó la evacuación de civiles no indispensables, pero el alto mando del Ejército, para evitar una desbandada, dificultó su salida y miles de niños y mujeres se quedaron a vivir en sótanos, cuevas, agujeros cavados en la tierra y donde fuera posible. Sólo había agua para beber, nadie se cambiaba la ropa en semanas y las epidemias eran comunes. Caballos, perros y ratas fueron devorados, hubo casos de canibalismo. En septiembre la gente comenzó a congelarse en la calle, cada día aparecían cientos de cadáveres. Una parte de la ciudad cayó en poder del enemigo, 60,000 prisioneros fueron condenados a trabajos forzados, las mujeres se volvieron esclavas y miles murieron como escudos humanos. Stalingrado resistió cinco meses. El Ejército Rojo finalmente se impuso el 2 de febrero de 1943.

Una nueva sinfonía de Dmitri Shostakovich (1906-1975) sería la manera ideal de celebrar la victoria. Flotaba el recuerdo del estreno en 1942 de la Séptima sinfonía en Leningrado. Ahí la prestigiosa Filarmónica había sido evacuada y sólo quedaban algunos supervivientes de una orquesta menor, la de la Radio. Al primer ensayo llegaron 15 músicos famélicos, tocaron 15 minutos antes de caer exhaustos, el trompetista no pudo tocar una sola nota. El ejército ofreció a los soldados eximir del frente a quien supiera tocar un instrumento, para integrarlo a la orquesta. El director Karl Eliasberg aplicó medidas extremas: ensayo seis días a la semana, quitar el pan a quien tocara mal o llegara tarde, aunque viniera del entierro de un familiar. Los músicos se desmayaban de hambre, tres murieron en pleno ensayo. El 9 de marzo de 1942 en la sala estaba la plana mayor del Ejército, del Partido Comunista y del gobierno. Orquesta y público morían de hambre (los ebanistas pedían por reparar cada instrumento un gatito para comer) pero estaban de gala. En la víspera el Ejército Rojo había bombardeado intensamente las líneas alemanas para silenciarlas apenas las horas justas para el concierto, que se transmitió por radio y por altavoces en la ciudad. Los alemanes lo escucharon y cañonearon el teatro, sin alcanzarlo. Fue un duro golpe al ánimo alemán, una prueba de que la ciudad no se iba a rendir. El éxito rozó el delirio, los aplausos duraron más de una hora. La sinfonía fue bautizada como “Leningrado” y se volvió un símbolo mundial de la lucha contra el fascismo. En Estados Unidos se tocó más de mil veces durante la guerra. La Sinfonía 7 representa con claridad la invasión nazi y el triunfo final sobre ella. Tras Stalingrado se esperaba por lo menos algo similar.

La Sinfonía 8 se estrenó el 4 de noviembre de 1943, todavía con Leningrado sitiada. El primer movimiento es colosal, va de lo patético a lo trágico. Las disonancias chocan con las fanfarrias, el climax es angustiante, y le sigue un largo solo de corno inglés, introspectivo, casi alienado; el segundo es una marcha que a su vez oscila entre la parodia y la amargura; el tercero presenta un fondo insistente, mecánico, y su intermedio es una marcha más de circo que de batallón, con una coda amenazante; el cuarto es una meditación (que algunos críticos consideran fúnebre) dominada por un expresivo clarinete, atosigado por el piccolo. Hay atisbos de angustia. El último movimiento inicia con una melodía casi pastoral del fagot, hay también lirismo en las líneas del violonchelo, pero pronto el ambiente se vuelve dramático. La sinfonía concluye con un extenso fragmento crepuscular, una lenta disolución que termina en el silencio.

Público y crítica estaban desconcertados, las autoridades, decepcionadas: en vez del triunfo, dolor, exasperación, burla. Buscando repetir la hazaña propagandística, el gobierno puso a la sinfonía el nombre de “Stalingrado” y promovió el rumor de que era una oración fúnebre para los muertos en combate y las partes irónicas, una burla hacia los nazis. Nadie lo creyó y se retiró la obra de las salas de concierto. En 1944 el congreso de la Unión de Compositores la repudió y en 1948 se prohibió su ejecución. (Igualmente fueron enlatadas las 200 entrevistas a supervivientes de Stalingrado realizadas por la Comisión de Historia de la Gran Guerra Patriótica apenas terminado el sitio. En ellas se mostraban las motivaciones personales, familiares, inmediatas de los combatientes; la Patria, la Revolución y el Socialismo apenas fueron mencionados. Recientemente fueron rescatadas por el joven historiador alemán Jochen Hellbeck). Y es que entonces la derrota alemana fue vista en la mayor parte del mundo como un logro de la URSS, incluso como una confirmación de la valía del sistema socialista. La batalla en la que se había logrado detener a la Alemania nazi tuvo un costo de dos millones de vidas.

Aunque la sinfonía se rehabilitó en 1956, siempre fue problemática, marginal, en una URSS que ensalzaba a su autor. En 1979, Solomon Vólkov publicó en Nueva York Testimonio, unas presuntas memorias de Shostakovich. Según este musicólogo ruso emigrado a Estados Unidos en 1976 la sinfonía era un réquiem en memoria de las víctimas del estalinismo. El libro argumenta que el compositor usaba un doble lenguaje, uno exterior y oficialista, y otro en clave, de protesta contra el régimen. Esto ahora parece bizantino, pero en plena Guerra Fría el debate fue importante y cada quien buscaba llevar agua a su molino. Las memorias siempre despertaron suspicacias, y en el año 2000 la musicóloga Laurel E. Fay demostró que eran un fraude. Hay una visión de Shostakovich como víctima del sistema soviético, a pesar de que tuvo los cargos más altos, los máximos honores (6 premios Stalin), y todas las prebendas posibles, como 40,000 rublos por sinfonía. La imagen de un compositor oficialista es puesta en entredicho porque fue extraordinariamente incómodo y problemático para el régimen. El debate sigue, mientras el siglo XXI ha redescubierto la Octava como una auténtica obra maestra, muchos expertos la consideran la sinfonía más importante de su autor. En época de paz habría sido vista como la obra de un transtornado genial con visiones apocalípticas; para algunos de sus contemporáneos, y para nosotros, es una hazaña: a través de la música da una idea del inconmensurable drama que este 2 de febrero de 2018 cumple 75 años de haber terminado.

ALFONSO COLORADO