Dorati / Mahler 13/02/18
Furtwängler, Markevitch, Kubelik… grandes directores del siglo XX fueron también compositores. Antal Dorati (1906-1988) fue puntal de la gran escuela húngara de dirección orquestal. Hizo más de 600 grabaciones, y fue un intérprete imprescindible lo mismo de su maestro Bartók que de Haydn, de quien realizó entre 1969 y 1972 la primera grabación integral de sus 104 sinfonías, al frente de la Philharmonia Hungarica, formada por músicos exiliados tras el aplastamiento soviético de la revuelta húngara de 1956. Dorati escribió varias obras para oboe, entre ellas el Divertimento (1977) que, como indica su nombre, es una obra de carácter lúdico y brillante, asida a la tradición a la manera de una suite antigua, con sus movimientos de danza, al tiempo que introduce efectos modernos, con una notoria influencia de Bartók. En una época de vanguardismo feroz, Dorati abogó por la tradición, actualizándola.
Una de las novelas más populares de Dickens fue La tienda de antigüedades, cuyas entregas vendían más de 100 000 ejemplares. La protagonista es Nell, una niña a punto de convertirse en adolescente, a cargo del abuelo que supuestamente la cuida. Tras mendigar por semanas cae en cama, exhausta. Miles de lectores escribieron a Dickens implorándole que no muriera; en los muelles de Estados Unidos la gente preguntaba a gritos en los barcos ingleses qué había pasado con ella. Su muerte fue una conmoción, porque millones de hogares ? desde chozas del campo hasta mansiones victorianas? habían vivido eso. La historia de la música lo refleja también con la muerte de los hijos de compositores como Gesualdo, Mozart y Dvorák. El retrato de Verdi (1860) de Giuseppe Boldini capta la tristeza que lo embargó desde la muerte de sus hijos en 1838. Un cuento de Anton Chéjov de 1880 retrata la casa de un médico:
Reinaba allí total quietud. Hasta el último detalle hablaba de la reciente tempestad. En la cama yacía un niño con los ojos abiertos y expresión sorprendida. Con las manos sobre él y la cara escondida en los pliegues de la colcha, la madre estaba de rodillas. No se movía, igual que el niño. Trapos, palanganas, charcos, la botella con agua de cal y otra con ácido fénico, todo reposaba. La pareja callaba, sin llorar. Con este niño desaparecía su derecho a tener hijos. Él tenía 44 años y parecía un viejo, su demacrada mujer tenía 35.
Cuando sus hijos murieron en 1833, el poeta alemán Friedrich Rückert abandonó la poesía lírica y escribió más de 400 poemas sobre el tema de la muerte. Entre 1901 y 1904 Gustav Mahler (1860-1911) puso música a cinco de ellos, en sus Canciones para los niños muertos. En el primero el padre dice: “la desgracia me ha ocurrido sólo a mí/ mientras que el sol brilla para todos”; en el tercero habla a su hijo: “cuando tu madre/ entra por la puerta/ me parece como si/ estuvieras entrando/ tras ella”; en el número cuatro delira: “los niños pronto regresarán/ ¡se fueron a caminar!”. No hay concesión alguna, todo es desolación. El consuelo aparece en su Cuarta sinfonía, la más “clásica” de Mahler por su estructura de cuatro movimientos y por su carácter alegre. Como en otras sinfonías suyas, en el primer movimiento hay sonoridades, como las campanillas, que aluden a la naturaleza y al mundo rural del que Mahler provenía y que evocaba en Viena o en Nueva York. La obra despliega recursos como la incesante transformación de melodías y su orquestación, con un claro fin narrativo. Los críticos han visto en este primer movimiento una descripción de la infancia; no en la forma de música para niños, sino de un adulto que rememora aquel mundo. Así, el solo de flauta representaría a un personaje en su periplo, y la llamada de trompeta (que será la misma con la que inicia la Quinta sinfonía) abruptamente corta un pasaje lírico. En el segundo movimiento hay un violín cuya afinación y melodía emulan la música folclórica, ahí está el violinista de la aldea (como los pintados por Marc Chagall) o Don José Hernández Santiago tocando huapangos afuera de la Unidad de Humanidades, en Xalapa, o el violín huichol de una famosa canción política cantada por un niño. Hay aquí a veces ironía, como en el solo amargo del corno o el sonido ríspido del arpa. La parte intermedia es un Ländler, un vals campesino. El tercer movimiento es un nocturno para orquesta, también con acusados contrastes; su final es la descripción de una epifanía, a la que sigue el tema del primer movimiento (la circularidad narrativa). Mahler consideraba que este Adagio (absurdamente menos conocido que el de la Quinta) era el mejor movimiento de todas las sinfonías que escribió. El movimiento final ?el primero que compuso Mahler y para el cual escribió los otros? es una canción para soprano sobre un poema de la colección El cuerno mágico del doncel (recopilación de poesía tradicional germánica), que él mismo abrevió y modificó. En él, unos niños describen La vida celestial tras su muerte ¿Por qué en vez de lo inmaterial y eterno describen con fruición una comida? En La vida terrenal, otra canción de Mahler de El cuerno mágico…, un niño dice "¡Madre, ay madre! Tengo hambre, /dame pan, o si no me muero" con voz de urgencia y angustia. Morirá. El hambre era una sombra sobre Europa. En la Irlanda de 1845 murieron de inanición dos millones de personas, y en el Imperio Austro-Húngaro, tierra natal de Mahler, en la zona de los Cárpatos los hombres estaban tan desnutridos que a los veinte años sus cuerpos y voces eran de niños. En 1890 apareció la novela Hambre, de Knut Hamsun. En l994 en la región de los altos de Chiapas, cuna de la rebelión zapatista, la tasa de mortalidad era del 39 porciento.
La Sinfonía No. 4 de Mahler se estrenó en Munich, el 25 de noviembre de 1901, bajo la batuta del autor. El 5 de julio de 1907 moría María, la hija mayor de Mahler. Tenía cuatro años.
Alfonso Colorado