Ortiz / Shostakovich 21/02/18

Alfonso Colorado | Tlaqná
Gabriela Ortiz - Hominum / Sinfonía n.° 1 - Dmitri Shostakovich

Gabriela Ortiz (1964) es una de las compositoras más importantes de México. Se formó en la Ciudad de México y en Londres. Ha recibido encargos de importantes orquestas, grupos y festivales, que han estrenado sus obras alrededor del mundo. Ha obtenido reconocimientos como el Premio Nacional de Artes de 2016. Su ópera Únicamente la verdad: la verdadera historia de Camelia la Tejana (2010) se presentó en la Ópera de Long Beach, en Los Ángeles. La grabación de ésta, así como el disco Aroma Foliado, obtuvieron, cada una en su género, una nominación al Grammy Latino. Recientemente Ortiz escribió, por encargo de la Filarmónica de Los Ángeles y su director Gustavo Dudamel, la obra Téenek-Invenciones de Territorio. También trabaja en una ópera titulada Yanga. Ortiz es profesora de tiempo completo en la Facultad de Música de la UNAM y su música es publicada por la importante editorial alemana Schott.
Hominum, originalmente concebido como un Concierto para Orquesta y posteriormente arreglado por la autora en formato de Suite, es un encargo del INBA. Sobre sus movimientos dice la compositora: “Negro es el principio de la convivencia primitiva, de lo arcaico, de los rituales oscuros o de los hábitos y costumbres regidos por los instintos; Luz representa el mundo de las ideas, de las leyes, de la convivencia social fundada en principios, dando prioridad a la organización y al orden. Agua, el tercer movimiento, describe el equilibrio entre las necesidades individuales y sociales, la combinación de lo humano, como lo emocional y lo racional. Rojo representa la fuerza ante las diferentes formas de injusticia, el resultado ante el caos o la falta de equilibrio”. La obra se estrenó en Nueva York en enero de 2017, con la orquesta de la importante escuela Julliard, dirigida por Carlos Miguel Prieto.

Con su Sinfonía No. 1, escrita a los 18 años, Dmitri Shostakovich (1906-1975) se convirtió en un símbolo del hombre nuevo que podía producir el régimen socialista. En 1927 el Estado soviético encargó al compositor de 21 años una obra para conmemorar el décimo aniversario de la Revolución. Su Sinfonía No. 2, A Octubre, termina con un coro gritando “¡La Edad Nueva y Lenin!”. Complacido, el régimen le encargó otra. La Sinfonía No. 3, 1 de mayo (1930), termina con un coro entusiasta: “Sobre las plazas, la Revolución/ ¡con un millón de pies en marcha!”. Pero en las purgas de los años 1930 el compositor temió ser arrestado e incluso ejecutado, como muchos amigos suyos. En los siguientes años el régimen lo llenó de honores pero condenó algunas de sus obras. La doctrina oficial, el realismo socialista, exigía obras optimistas que apoyasen la construcción de la nueva sociedad (en esa década también en Alemania, Italia y México había una estrecha relación entre el régimen político y los artistas; quien paga, manda). La Sinfonía No. 10 (1953) termina en clave humorística, lo que desagradó al régimen; pero la siguiente, El año 1905, despertó sus expectativas de nuevo.

La plaza del Palacio de Invierno describe el lugar en San Petersburgo donde –además de la residencia de los zares– está el museo Ermitage. La música pinta las actividades cotidianas, desde el amanecer (simbolizado con una trompeta), las guardias militares, el incesante paso de la gente. El segundo movimiento es estático, como la toma de una webcam fija. Hay un ambiente de presagio y tensión, el día descrito es El 9 de enero. Cien mil obreros, acompañados de sus familias, se manifestaron pacíficamente con retratos del Zar, íconos religiosos, cantando. A la cabeza iba el influyente padre Gapón. El Zar no estaba en el Palacio, pero soldados de infantería abrieron fuego y los heridos fueron rematados por tropas cosacas. El número de víctimas no quedó claro pero fue altísimo. A ellas está consagrada la sentida Memoria eterna. Campanas de alarma es una exhortación a la lucha. La sinfonía mezcla de manera virtuosa los procedimientos clásicos de desarrollo sinfónico con los temas de varias canciones populares que aparecen en los tres últimos movimientos: “¡Cuidado!”, “El prisionero”, “Oh, padrecito Zar”, “Descubríos”, “Victima inmortal”, “Valor camaradas, adelante”, “Bienvenida libertad”, “Rabiad tiranos”. El resultado es una puesta en escena, una vivaz película hecha con música.

Tras los disparos el padre Galpón gritó "¡No hay Zar, no hay Dios!". También Michael Koolhaas (1808) de Heinrich von Kleist narra el desconocimiento de un vasallo próspero contra su señor feudal tras el despojo de unos caballos. “La balanza de los Balek” (1953) de Heinrich Böll relata la fracasada rebelión de una aldea contra unos aristócratas que la han timado, pero que cada vez que aquéllos entran en la iglesia la gente canta “La Justicia de la tierra, oh señor, te dio muerte”, hasta que el himno es prohibido so pena de muerte. El 13 de junio de 2009 en Hermosillo, Sonora, diez mil personas realizaron una marcha desde la guardería ABC, en cuyo incendio murieron 49 niños. Roberto Zavala, padre de una víctima, gritó al micrófono: “Nadie ha aceptado su parte de culpa, pero hay alguien que la acepta y la lleva en las espaldas. Yo soy el principal responsable, por ser una persona honrada con empleo, cumplir con un horario de trabajo, por confiar en la seguridad social, por pagar mis impuestos”. (D. E. Osorno: Nosotros somos los culpables). La Sinfonía No. 11 de Shostakovich describe el dramático momento en que una persona que cree profundamente en un régimen desconoce su legitimidad.

El Domingo Sangriento de 1905 desató violentas protestas y la autocracia rusa apenas las contuvo, haciendo concesiones como la creación de un parlamento. El régimen soviético quedó complacido con la nueva sinfonía de Shostakovich, ya que vindicaba los hechos de 1905 como una protorevolución, lo cual es discutible. Para muchos no comunistas, ese día representó el quiebre de la legitimidad de 300 años de la dinastía Romanov. Cuando la sinfonía se estrenó en 1957 hacía poco que los tanques soviéticos habían invadido Hungría para derrocar al gobierno reformista encabezado por Imre Nagy, quien fue ejecutado con otros cientos de personas. Hubo quien dijo que Shostakovich tuvo en mente estos sucesos, aunque en realidad comenzó la composición de la obra antes. Dicha atribución es difícil de dilucidar, y secundaria, porque esta sinfonía, a través de la descripción de un suceso concreto, tiene la capacidad de retratar un proceso más general: el artero asesinato de civiles indefensos por parte del Estado que debía protegerlos.

Alfonso Colorado