Grieg / Strauss 09/03/18
Una de las tradiciones de la música es la evocación del pasado. En 1884 Noruega celebró los 200 años del nacimiento de Ludwig Holberg, el fundador de la literatura nacional, por lo que el gobierno encargó a Edvard Grieg la composición de una obra. El resultado fue la suite De los tiempos de Holberg, que Grieg escribió primero para piano y posteriormente orquestó. Su subtítulo es suite al estilo antiguo y ese estilo es el barroco, por lo que, siguiendo el formato típico de aquella época, consta de un vivaz Preludio y una colección de danzas. La Sarabanda, en la que juegan un papel destacado los violoncellos, es señorial; la gavota es una típica danza cortesana con un aire afectadamente ingenuo, la parte central imita el sonido de la gaita. El Andante (Air) fue definido por el entonces crítico musical más importante de Europa, Eduard Hanslick, como “ligera, amable y apacible melancólía” pero hay más que eso. Este intenso movimiento es una de las mejores páginas de Grieg, y su concentración es, en efecto, religiosa. El movimiento final es un vigoroso baile, casi un zapateado, que recuerda la fascinación por éste de numerosos compositores. El éxito de la suite fue atronador, no podía ser de otra manera con un gesto de afirmación nacional en un país consciente del carácter satelital de su cultura: Holberg era “el Molière del Norte”, la suite es un género típicamente francés y Grieg estudió en el Conservatorio de Leipzig. Esta obra es un ejemplo de algo que los historiadores saben: la reconstrucción del pasado siempre es con el prisma del presente, es imposible hacerlo de otra manera. Grieg reconstruye el pasado con sensibilidad romántica y lo tiñe del dorado matiz de la idealización.
(El afán nacionalista también está en el origen del Scherzino mexicano de Ponce (ca. 1909), una de las obras para piano más conocidas de Ponce que ha sido arreglada para guitarra y orquesta de cuerdas).
Tras la Segunda Guerra Mundial la vanguardia musical se volvió dominante, era lógico el afán por romper con el lenguaje (y por lo tanto con el mundo) del pasado. Honegger, compositor francés de origen suizo, permaneció fiel a las formas tradicionales, aunque dotándolas de un carácter contemporáneo. El Concierto de Cámara se apega además a los principios rectores de la escuela francesa de composición (formalizada en 1871 en la Société Nationale de Musique): claridad y transparencia. El compositor lo describe así “la primera parte se basa en temas muy simples de carácter popular que se destacan sobre el fondo de las armonías de cuerdas de las que surgen. El Andante contiene un tema melódico, que pasa de la solemnidad a un brillo agudo en una atmósfera de calma algo melancólica. El final tiene la sensación de un scherzo". A pesar de su apariencia tradicional, el concierto tiene un lenguaje moderno, en varios momentos se aleja de la tonalidad e incluso rompe con ella. Su inusual dotación se debe a que fue el encargo de una mecenas norteamericana para el principal de corno inglés de la Orquesta Sinfónica de Boston. Honneger completó la obra tras una crisis cardíaca, por lo que Geoffrey Spratt ve en el segundo movimiento un canto de acción de gracias “teñido con la gratitud de quien ha sobrevivido a una enfermedad mortal”.
El 12 de abril de 1945 Richard Strauss terminó Metamorfosis. En 30 años no había escrito una obra orquestal de relieve, pero el cataclismo de la guerra lo cimbró. Strauss fue un funcionario del régimen nazi, al que asimismo no se plegó y con el que se metió en dificultades. Nazis y antinazis se quejaron de él tras la guerra y por su falta de apoyo. Metamorfosis se refiere tanto a la obra de Ovidio como al tema de un poema de Goethe al que Strauss convirtió en obra coral en esa época:
Nadie logrará conocerse,
De su propio yo desprenderse;
pero prueba cada día
lo que por fin está claro desde fuera
lo que es y lo que era,
lo que puede ser y lo que querría ser.
Además de Goethe, también Beethoven y Wagner están en el trasfondo de esta obra, que cita dos de sus melodías, la marcha fúnebre de la Sinfonía Heroica (1805) y el lamento del rey Mark de Tristán e Isolda (1865). Metamorfosis emula y rinde homenaje a la tradición cultural de la cual proviene y que mucho importaba al compositor. En 1945, la destrucción de los teatros de ópera de Berlín, Dresde y Viena lo afectó realmente y tras el incendio del Teatro de la Corte de Munich escribió “es la mayor catástrofe de mi vida”; podemos creerle porque Klauss Mann dejó un retrato de Strauss en aquellos días en que lo muestra indiferente ante la muerte de sus compatriotas. Quizá su Metamorfosis sea un lamento por el hundimiento de Alemania, quizá sea la evocación de una época dorada previa a la guerra a la que se dice adiós, quizá sea una meditación sobre el final de una civilización que muta no en progreso sino en regresión. O es las tres cosas, y alguna más. Lo seguro es que se trata una obra intensa y sombría de audaz cromatismo que por momentos expresa desesperación.