La Apocalíptica de Bruckner 13/04/18

Alfonso Colorado | Tlaqná
Sinfonía n.° 8 - Anton Bruckner

El género de la sinfonía está en el centro del canon de la música orquestal, y en el centro de esta tradición está la sinfonía centroeuropea, que va de Haydn a Bruckner, pasando por Mozart, Beethoven, Brahms, entre otros. La importancia de estas obras trasciende la música, representan una corriente cultural e intelectual de vasto alcance, e incluso un poder económico. Miles de personas peregrinan cada año a Viena, a Berlín, a Praga, para escucharlas ahí, tocadas por orquestas de tradición centenaria, en las mismas ciudades donde esas obras se estrenaron. Millones de personas adquieren discos compactos o grabaciones de video o descargan esas interpretaciones. Año con año estas sinfonías son interpretadas por miles de orquestas alrededor del mundo. En este vasto corpus plagado de obras maestras (la Júpiter de Mozart, la Novena de Beethoven, la Cuarta de Brahms…) sobresale la Octava Sinfonía de Anton Bruckner (1824-1896).

Bruckner trabajó intensamente en el género durante décadas, pero sólo obtuvo pleno reconocimiento tras el estreno de su Séptima Sinfonía en 1883, cuando tenía casi sesenta años de edad (por eso la imagen que reproducen los manuales e historias de la música es siempre la de un hombre mayor). Cuando terminó la Octava, en 1887, Hermann Levi, el director que había hecho triunfar la Séptima, la rechazó. El compositor sufrió un colapso nervioso y hay indicios de que pensó en suicidarse. Revisó la obra con denuedo y se estrenó finalmente en 1892, con gran éxito; un prestigiado crítico vienés la llamó “la sinfonía de sinfonías”. Todo indica un final feliz, pero no es tan simple. Bruckner revisaba y corregía sus obras de manera casi obsesiva. El autor de estas poderosas sinfonías estaba convencido de su visión artística pero dudaba de su capacidad para concretarla. Compositores y directores de orquesta adquirieron también la costumbre de modificar sus partituras (armonía, instrumentación, duración), creándose una confusión en cuanto a la legitimidad de las distintas versiones. En 1929 se fundó la Sociedad Bruckner para editar sus obras de acuerdo a la visión original del autor. En 1935 el musicólogo Robert Haas (un nazi convencido) publicó una edición de la Octava Sinfonía basada en la versión de 1890, pero tomando elementos de la versión de 1887. Esta edición es la más interpretada (hay varias más).

No es sencillo ni interpretar ni oír esta sinfonía. Pone a prueba la capacidad de la orquesta, especialmente de los metales, que son llevados al límite en su registro más alto y en el más bajo. La partitura incluye cuatro tubas wagnerianas (instrumento que conjunta el corno y la tuba, diseñado por Wagner para usar en El anillo del Nibelungo). Demanda que el oyente atienda especialmente la estructura que se va edificando a lo largo de esta extensa obra. Aunque la obra contiene melodías memorables, en muchas partes hay células sonoras insistentes y alguna vez ríspidas (de hecho las primeras alteraciones de la sinfonía fueron para seguir el modelo de Brahms, haciéndola más melódica). En vez de arrancar con una melodía firme, hay lo que Tom Service describe como “un temblor inestable de un semitono en las violas, violonchelos y bajos, que se convierte en una colección de fragmentos cromáticos, serpenteantes y en búsqueda de algo”. Tras un largo desarrollo, la definición desemboca en una fanfarria y, más adelante, en un dramático llamado de trompetas, para concluir en la disolución gradual del movimiento. Como es usual en la obra de Bruckner, el Scherzo es vigoroso, lo que se acentúa con el trío (la parte lenta intermedia, que presenta a su vez dos secciones que también contrastan entre sí). El extenso Adagio es uno de los movimientos lentos más notables de la historia, acaso el principal motivo por el cual se califica la obra de Bruckner como mística: a lo largo de casi media hora se edifica magistralmente un inmenso coral (una melodía de carácter solemne que se utiliza como base de los himnos religiosos). La obra termina con un movimiento tan descomunal (en extensión y carácter) que dio pie a que un editor calificase a esta sinfonía como “apocalíptica”. Un testimonio señala que la marcha inicial fue inspirada por un desfile de cosacos, cuyo regimiento fue a presentar sus respetos al emperador en Viena. El movimiento alcanza cotas violentas que al final se recapitulan en un complejo tejido contrapuntístico, en el que se insertan temas de los movimientos anteriores. Con este final no sólo terminaba la última sinfonía que Bruckner logró completar (dejaría inconclusa su Novena) sino un siglo de tradición sinfónica centroeuropea. Esta culminación no pudo haber sido llevada a cabo por un compositor ingenuo que escribía casi de manera inconsciente obras maestras, como algunos han retratado a Bruckner. Aquí hay una prueba tajante de la complejidad y el poder de su pensamiento.

Alfonso Colorado