Que Vivan Los Amores Brujos 04/05/18
¡QUE VIVAN LOS AMORES BRUJOS!
Mosaico de luces y sombras, para incendiar de temblores nuestros oídos, universo sonoro donde resuenan las cálidas entrañas de la tierra. Así se podría definir este programa, dedicado a dos compositores que nos conducen hoy, a través de este repertorio de referencia, desde lo anecdótico a lo universal.
Manuel de Falla (1876-1946) nace en el Cádiz colonial y recuerda sus primeros años prendido de las canciones y las historias de La Morilla, su niñera. Seguirán años de juventud en Madrid, donde conoce a Pedrell, “lleno de alegría por encontrar ¡al fin! algo en España de lo que yo ilusionaba hallar desde el comienzo de mis estudios, fui a Pedrell para pedirle que fuese mi maestro, y a su enseñanza [...] debí la más clara y firme orientación para mis trabajos”. Falla pasará después siete años en París, experiencia truncada por el inicio de la Guerra Europea. Le seguirá una época en Madrid, etapa de estrechos contactos con los Ballets Russes. Ya en 1920 fijará su residencia en Granada. Y seguiríamos contando su periplo creativo, los homenajes de 1926 en Barcelona, la concepción de la Atlántida, historias de la Guerra Civil (con el dolor por García Lorca) y su última etapa en la Argentina, desde 1939 hasta su muerte, en1946.
Maurice Ravel (1875-1937) nació en Ziburu, país vasco francés, aunque su infancia transcurriría en París. Su refinado impresionismo orientalista emerge bañado de recuerdos, herencia del ambiente cultural en tiempos de exposiciones universales, por una parte y de su madre vasca, por otra, quien moriría, para su desesperación, en 1917, mientras él hacía la guerra. Ravel encaja también en este mosaico de creadores que saboreó París. Así lo escribe Jorge de Persia: “todos transitan para su formación y su desarrollo estético el eje con París”. Y añade: “Ricard Viñes estrenaba al piano las obras de Debussy, de Ravel, de Satie, de Albéniz, que triunfaba con la suite Iberia, a la vez que Debussy componía su Iberia orquestal. En el piano eran reconocidos Viñes, Malats y Granados, condiscípulos junto a Ravel en el Conservatorio”.
Pero más allá de las obras, existen otros territorios comunes. Son, por una parte, los de la imaginería tímbrica, que palpita entre lo sublime y lo colosal, en sus obras sinfónicas. Por la otra, fueron espacios de confluencia sus respectivas experiencias con visionarios como Sergei Diághilev, cuyo impulso estuvo también presente en la génesis de El Sombrero de tres picos (1917-1919), con libreto de María de la O. Lejárraga, basado en la novela de Pedro Antonio de Alarcón. El Teatro Eslava de Madrid (17 de junio de 1919) sería antesala del estreno del ballet completo en el Alhambra de Londres (22 de julio). En esta producción de los Ballets Russes, coreografiada por Léonide Massine, figurines, decorado y el telón llevaron la firma de Pablo Picasso. De la versión surgen en los años siguientes dos Suites para orquesta. Escucharemos hoy la primera de ellas, que incluye una breve introducción, preludio de “La tarde”, evocativa, antes de la explosión de la conocida “Danza de la molinera”, concebida bajo la poderosa forma del fandango. Le sigue “El corregidor”, goyesco y grotesco, para concluir con los impetuosos motivos de “Las uvas”. Volvamos aún a la versión concebida para la producción de los Ballets Russes, para recordar que nos obliga a pisar tierra desde una instrumentación intencionadamente llana (simulación de cornetas, voces, percusión). Cuando irrumpen las castañuelas, nos encontramos sumergidos en la evocación de lo ancestral, el rito profundo. Porque Falla resulta ser aquí pura cita, guiño, susto. Entre murmullos de jardines soñados suenan pájaros y recuerdos que, utilizando motivos inventados desde la tradición hispana, nos transportan a lo universal.
La Rapsodia Española, concebida inicialmente para dos pianos y estrenada en el Theâtre du Châtelet (París, 1908), permite ya apreciar la luminosa paleta orquestal de Ravel. Desde un insistente motivo descendente y la sutilidad de la cuerda del “Preludio a la noche”, la obra se despliega a través de una evocativa “Malagueña” de modo incierto, cuyo broche final retorna al citado ostinato inicial. Le sigue una “Habanera” (compuesta en 1895 para dos pianos), oscilante entre los modos mayor y menor, para llegar al cuarto movimiento, “Feria”, donde se despliega el artificio de alquimista, capaz de dominar el relato, suspenderlo, sofocarlo, generando intensos contrastes, entre evocación nostálgica y fiesta carnavalesca.
El amor brujo surgió de la intención del libretista Martínez Sierra de escribir una obra a la medida de la bailaora gitana Pastora Imperio. La gitanería de 1915 para orquesta de cámara, cantada y bailada por ella el 15 de marzo en el Teatro Lara de Madrid, se transformaría posteriormente en una obra para orquesta sinfónica y mezzosoprano (1916), además de convertirse en 1925 en el ballet del que extrajo Falla la Suite orquestal que hoy escuchamos.
Entre la concepción inicial como homenaje a Johann Strauss (1906) y el estreno del poema coreográfico para orquesta La Valse, acordada con Diághilev con la idea (frustrada) de que éste la aceptara como ballet, pasarían muchos años y una guerra. En efecto, el estreno tuvo lugar en diciembre de 1920. En realidad el pulso conductor de la obra es el ritmo de vals, casi obsesivo, que genera espirales sonoras crecientes destilando el “ruído” inicial hasta ordenarlo en impetuoso remolino que tiende al infinito.
Evocación y belleza, sueño, tinieblas, nos llevarán quizá a una catarsis sonora, venciendo, como Carmelo y Candelas, el espectro, conjurando desde lo más profundo del canto el horror ante la caverna del grito, la del rojo derramado sobre negro. Conjurando esta España que aplasta con el peso de su propio nombre la belleza que germina, acosada, entre sus grietas. Es la tierra abrasada de silencio, patria de los apátridas: la dejó atrás Manuel de Falla en 1939, camino del exilio argentino, para que los vencedores de aquella guerra no se apropiaran, bajo banderas que cubren tantos huesos sin nombre, de su música.
Rosa Tamarit Sumalla