Sierra / Loíza / Carrillo 13/05/18
Nativo de Puerto Rico, Roberto Sierra realizó sus estudios de composición en su país natal y en la Escuela Superior de Música de Hamburgo, bajo la guía de György Ligeti, uno de los más importantes compositores de la segunda mitad del siglo XX. Sus obras son tocadas frecuentemente tanto en Europa como en América por reconocidos intérpretes, ensambles y orquestas. En 2003, ganó el Premio en Música por la American Academy of Arts and Letters, y recientemente recibió el Premio Tomás Luis de Victoria, máximo honor otorgado en España a un compositor de origen español o latinoamericano. Actualmente es profesor de Composición en la Universidad de Cornell (EUA).
Roberto Sierra, en sus propias palabras…
Loíza (2014-15)
En la costa noreste de Puerto Rico existe un poblado llamado Loíza, cuyo nombre muchos afirman es de origen Taíno. Sin embargo, mi obra no alude a los pobladores que habitaban las islas del Caribe a la llegada de los españoles; más bien hago referencia a la maravillosa cultura afroantillana que surgió en la región producto de la gran concentración de descendientes de los africanos que llegaron a las costas de Puerto Rico como esclavos y que poblaron el área durante siglos. Muchos de los ritmos que hoy día forman parte del folklore y de la música popular puertorriqueña nacieron en la región. La célula rítmica conocida como cinquillo impulsa y genera mucho del material melódico-rítmico que se escucha en la obra. Mientras a veces los ritmos se sostienen de forma estática, la orquestación y los motivos melódicos cambian y se transforman continuamente.
Triple Concierto, para violín, violoncello y piano (2016)
El Triple Concierto es el resultado de dos aspectos de mi vida creativa. En primer lugar, llevo más de dos décadas escribiendo para la combinación de piano, violín y violoncello (con cuatro tríos compuestos al día de hoy) y, en segundo lugar la estrecha relación y los vínculos de amistad que he disfrutado a través de los años con los integrantes del Trío Arbós, para quienes he compuesto la obra, y a quienes la he dedicado. En línea con las tendencias de mis obras compuestas en los últimos años, el Caribe aparece de frente en este Triple Concierto. Un Caribe que se traduce en las claras resonancias de los ritmos populares, que se transforma y se desintegra, y que se revela en gestos sublimados dentro de los timbres y las estructuras sonoras.
Como es de esperarse, por ser un concierto, la obra demanda gran virtuosismo no solo por parte del trío como entidad/conjunto, sino que además cada uno de sus integrantes confronta retos individuales. Al componer la pieza quise mantener en continuo juego la idea de lo individual y lo colectivo, todo esto enmarcado dentro de la naturaleza dual y opuesta de los roles del solista (en este caso un trío) y la orquesta. Cada uno de los tres movimientos parte de un arquetipo distinto de la música popular: las figuras del montuno de la salsa caribeña (Enérgico), el bolero (Tiempo de bolero) y finalmente el merengue (Veloz, con aire de merengue). Si bien estas ideas permean cada movimiento, las mismas no son estáticas; éstas se funden en el crisol de mi lenguaje musical que, en el caso de este concierto, se centra en el uso de una escala simétrica de nueve notas que genera el material armónico y melódico. Esta escala -por su naturaleza limitada y polivalente (incluye elementos tonales, no tonales, y contiene la escala de tonos enteros)- me ofrece un marco sonoro capaz de expresar aquellos aspectos subjetivos, emotivos y referenciales al Caribe, al igual que abre las puertas hacia un tratamiento objetivo y abstracto del material musical.
A principios del siglo XX, emulando a las escuelas musicales nacionalistas de la periferia europea, se empezó a observar en México la síntesis de elementos musicales autóctonos que dieron origen a tendencias compositivas posteriores, como el “indigenismo modernista” de Carlos Chávez y el “realismo mestizo” de Silvestre Revueltas. Pero previo a ellas, el panorama musical mexicano de fines del siglo XIX vio el florecimiento de un grupo de compositores que se mantenían atentos a los cambios estilísticos en boga en Europa. Este hecho no debe resultar sorprendente, ya que durante el Porfiriato se auspició el talento de distintos artistas jóvenes, patrocinando su instrucción en el viejo continente, a fin de modernizar las instituciones culturales mexicanas. Fue así que autores como Manuel M. Ponce (1886-1948), José Rolón (1876-1945) y otros tuvieron la oportunidad de exponerse a las nacientes tendencias europeas, como el cromatismo postromántico, el impresionismo y el atonalismo, por mencionar algunas.
Entre los talentos beneficiados por esta política estuvo Julián Carrillo (1875-1965). Siendo un joven estudiante del Conservatorio Nacional de Música, Carrillo demostró sus espléndidas dotes musicales en un concierto donde se encontraba presente el mismísimo Porfirio Díaz, haciéndose merecedor de una beca para estudiar en el Real Conservatorio de Leipzig. En ese periodo de florecimiento intelectual Carrillo compuso su Sinfonía No. 1, música pura, plena de inspiración y evocativa de una época que estaba por cerrarse. La obra fue estrenada en Leipzig, en 1901, por la Real Orquesta del Conservatorio, dirigida por el propio compositor. Inscrita dentro de la estética alemana de mediados del siglo XIX, y lejos de cualquier afán revolucionario, es curioso notar que con el tiempo Carrillo llevó su lenguaje musical hasta el límite de fracturar el sistema armónico tradicional de doce tonos, convirtiéndose más adelante en uno de los teóricos del “microtonalismo”. También conocido como Sonido Trece, sus trabajos en este campo le significaron obtener en los ámbitos académicos más celebridad que la que obtuvo con sus composiciones. Durante más de un siglo su Sinfonía No. 1 ha permanecido en el olvido, y es apenas en años recientes que se le empieza a dar el reconocimiento que merece.
Notas por Diana Elisa Flores /René Pérez Torres