Mendelssohn / Shostakovich 10/06/18
Felix Mendelssohn: Obertura Las Hébridas
Con motivo de su su vigésimo cumpleaños, Félix Mendelssohn (1809-1847) viajó por vez primera a Inglaterra para luego visitar Escocia, sin saber que en su recorrido se toparía con un majestuoso paisaje que lo inspiraría a crear una de las mejores obras de de su catálogo musical. Durante este viaje conoció las islas Hébridas, en las que se encuentra el atractivo natural de la Gruta de Fingal, una gran cueva a la orilla del óceano sostenida por coloridos pilares de basalto. Tal fue el impacto de este paisaje que Mendelsson decidió reflejar a través de la música el entusiasmo y asombro que le causó aquella visita. Así lo manifestó en una carta enviada a su hermana Fanny Mendelssohn: “Para lograr que comprendas hasta qué punto me han afectado las Hébridas, te envío lo siguiente, que vino a mi cabeza allí”. Aunque pareciera ser un poema sinfónico por las cualidades evocativas de la pieza, en realidad es calificada como música programática, ya que se trata de la descripción de una escena. El nombre original en el manuscrito, concluído el 16 de diciembre de 1830, es La isla solitaria; sin embargo, tras revisar la partitura en 1832, Mendelssohn decidió modificar el nombre a Las Hébridas. aunque en la carátula de la partitura insertó también el título de La Gruta de Fingal,, de modo que la obra se conoce hoy con los dos nombres. El estreno se realizó en Londres en 1832, en un concierto donde se interpretó también otra de las más reconocidas oberturas del autor, El sueño de una noche de verano.
Dmitri Shostakovich: Sinfonía No. 9
Tras el rotundo éxito de su Octava Sinfonía, en la que Dmitri Shostakovich (1906-1975) encontró refugio en la música programática, al concluir la Segunda Guerra Mundial en 1945 se comenzó a esparcir el rumor de que el compositor soviético se encontraba componiendo una gran sinfonía, análoga a la Novena de Beethoven. Esto generó grandes expectativas en las autoridades estalinistas, que esperában una culminación triunfal, a manera de una trilogía de Sinfonías de Guerra (junto con la No. 7, “Leningrado”; y la No. 8, “Stalingrado”), inspirada en la palabra ¡Victoria!. Sin embargo, Shostakovich cambió el rumbo de la composición: la obra, lejos de evocar a la Novena de Beethoven, se inclinó más hacia un tributo a Haydn, por su carácter humorístico y su ligereza. Así lo reconocía el autor: “Me gustaría componerla para coro, solistas y gran orquesta, siempre que cuente con el material adecuado para el libreto y cuando esté seguro de no ser sospechoso de querer establecer analogías arrogantes”. En consecuencia, Shostakovich se encontró con un dilema al enfrentar una intención completamente ambigua, que a la vez buscara complacer al público melómano promedio y honrar a las víctimas de la guerra, cuya sangre y sacrificio eran el verdadero rostro de la victoria soviética. Tras una larga lucha entre pensamientos, llegó a una innegable conclusión: realizaría una obra que enalteciera a los pobladores de su amada tierra, celebrando con orgullo la victoria que estos merecían tras la guerra, dejando a un lado las expectativas de quienes esperaban una obra magna similar a la sinfonía coral de Beethoven, pues le resultaba inaceptable realizar una reproducción carente de originalidad artística. Como resultado, la Novena Sinfonía de Shostakovich es una obra en forma de suite en cinco movimientos, cuyo carácter satírico y melancólico provocó un gran debate tras su estreno, el 3 de noviembre de 1945, en Leningrado, por la Orquesta Filarmónica de Leningrado, bajo la batuta de Yevgeni Mravinski. Ya lo predecía el autor: “A los músicos les encantará interpretarla, y los críticos disfrutarán destrozándola”.
Notas por Diana Elisa Flores