Crisol de Sonidos 22/06/18
Metamorfosis musicales
La infancia es una de las épocas más propicias para la adquisición de conocimientos y el desarrollo de habilidades, como resultado de un trabajo intenso para quienes se esfuerzan por lograr sus ideales. A Georges Bizet (1838-1875) se le reconoce por pertenecer a una generación de niños prodigio musicales, similar a Mozart o Mendelssohn. Su talento innato se vio reflejado a temprana edad, sin embargo no gozó de la fama musical que merecía por causa de su muerte prematura. En 1871, ante la conmoción causada por la espera de su primer hijo, decidió componer una pieza que evocara las memorias de su niñez, la suite Juegos de niños, original para piano a cuatro manos. La originalidad de la obra consiste en estar dividida en doce fragmentos, que representan aquellos juegos que enriquecieron la niñez de Bizet. A pesar de la época en la que fue realizada la obra, estas piezas representan juegos que continúan vigentes en nuestros días, como los columpios y los caballitos de madera, juguetes típicos como las muñecas, los trompos, las pelotas y juguetes musicales, y aquellos juegos de astucia y estrategia que se solían jugar en grupos de amigos como la rueda, la gallinita ciega, las cuatro esquinas, etc. Esta obra fue pionera en Francia por aludir a un tema poco convencional como lo es el recuerdo de la infancia, – tema empleado también por Robert Schumann en sus Escenas de niños, lo que propició que años después autores como Debussy, Ravel o Fauré lo utilizaran como referencia para sus composiciones. En 1872, el compositor seleccionó cinco de los doce “pequeños esbozos”, como él los llamaba, que conforman la obra y las orquestó, dando lugar a la Pequeña Suite para orquesta que hoy se estrena en Xalapa.
Otro autor que incursionó en la metamorfosis de los sonidos orquestales es el prolífico compositor para la flauta Lowell Lieberman (1961), quien ha escrito tres conciertos para el instrumento y dos sonatas con acompañamiento de piano y guitarra. Dentro su producción se encuentra también la Sonata para flauta y piano, Op.23, que fuera reconocida en 1994 por la National Flute Society de los EUA como el mejor y más importante trabajo para flauta y orquesta del siglo XX. La pieza tuvo un impacto tal que el virtuoso flautista irlandés James Galway la agregó inmediatamente a su repertorio, invitando también a Liebermann a realizar una orquestación de la obra. A pesar de la petición, el autor respondió a Galway que se inclinaba más por elaborar un concierto completamente nuevo antes que orquestar la sonata. Aunque el Concierto tiene la estructura clásica en tres movimientos, la pieza es poco convencional ya que ninguno de los movimientos obedece a una arquitectura musical convencional. La música evoca en especial las posibilidades sonoras y expresivas de la flauta, tomando como referencia obras de Sergei Prokofiev como Romeo y Julieta; sin embargo, la personalidad compositiva de Liebermann se distancia del compositor ruso, porque aunque pareciera que existe similitud en la escritura, su estilo es completamente distinto. Los recursos melódicos y líricos de la pieza dieron como resultado un trabajo excepcional que remite a la época del romanticismo musical. El estreno del Concierto para flauta y orquesta tuvo lugar en el Powell Hall de Saint Louis, EUA, el 6 de noviembre de 1992 con la Orquesta de Saint Louis, bajo la dirección de Leonard Slatkin y el propio Galway como solista.
En el catálogo del compositor poblano Eduardo Angulo (1954), destaca por su colorida orquestación el poema sinfónico para orquesta El corazón de piedra verde, obra compuesta en el año 2006 para la celebración del 70° aniversario de la Orquesta Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional. La pieza fue estrenada en ese mismo año, bajo la batuta de Alfredo Ibarra.
El siglo XX vio nacer un nuevo género musical: el Concierto para orquesta. Compositores tan diversos como Hindemith, Bartók y Lutos?awski vieron en él la oportunidad de hacer a un lado las incómodas obligaciones del género Sinfonía, y encontraron en él una invitación a deleitarse con las inigualables posibilidades coloristas de la orquesta sinfónica moderna. Henri Dutilleux (1916-2013) no fue ajeno a este conflicto. Luego de escribir en la década de 1950 dos sinfonías que fueron duramente criticadas, volteó la mirada hacia este nuevo género, y encontró en Métaboles su propio Concierto para orquesta. Su exuberante variedad de paisajes sonoros orquestales lo ha convertido en una de sus obras más populares y aclamadas. Dutilleux inició la composición en 1959 y la concluyó en 1964, a partir de una invitación por parte del Director George Szell para componer una pieza con el propósito de conmemorar el cuadragésimo aniversario de la Orquesta de Cleveland, a celebrarse en 1965. Los primeros cuatro movimientos están diseñados para poner el foco de atención en cada sección de la orquesta (maderas, cuerdas, metales y percusiones), mientras que el quinto y último reúne a todos en una exhibición de virtuosismo orquestal. El título Métaboles se origina de una palabra griega que significa cambio gradual e incremental, un proceso que al principio es imperceptible, pero que con el tiempo produce una transformación total, experimentando así un cambio completo de la naturaleza de los materiales originales. Los cinco movimientos abarcan una amplia gama de estados de ánimo e ideas audazmente amplia, y cada uno de ellos parte de una idea ya presentada en el movimiento previo. La principal preocupación del autor era realizar una obra alejada de los patrones tradicionalistas. En palabras del propio autor:
El término retórico Métaboles, aplicado a una forma musical, revela mi intención: presentar una o varias ideas en un orden diferente y desde diferentes ángulos, hasta que por etapas sucesivas, se las hace cambiar completamente de carácter.
Notas por Diana Elisa Flores