Festival Brahms 2 07/06/19

Axel Juárez | Tlaqná
Johannes Brahms: Obertura Trágica / Sinfonía n.° 3 / Concierto para Violín

En el verano de 1880, Johannes Brahms (1833-1897) compuso dos Oberturas durante su estancia en el centro vacacional de Bad Ischl –conocido por sus manantiales medicinales y baños de salmuera–. “Una que llora y otra que ríe” comentó a su biógrafo Max Kalbeck. La pieza risueña se refiere a su Obertura del Festival Académico, Op. 80, escrita como agradecimiento por el nombramiento de doctor Honoris Causa que la Universidad de Filosofía de Breslau le otorgó en 1879; y la pieza que llora se trata de la Obertura Trágica, Op. 81 (1880), fuerte contrapeso de la primera. Brahms explicó su motivación diciendo «simplemente no podía negarle a mi naturaleza melancólica la satisfacción de componerle una obertura a la tragedia». Se ha intentado encontrar el origen de esta obertura en algunas tradiciones literarias, aunque no fue escrita para ninguna tragedia en específico, se especuló que la Obertura Trágica había sido una comisión para escribir la música incidental del Fausto de Goethe, sin embargo esto nunca se llevó a cabo. Otra teoría es que Brahms había leído la obra de Nietzsche El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, publicado en 1872. También se ha relacionado con esta obra el interés de Brahms en las tragedias de Sófocles, sugiriendo que la composición de dos oberturas tan contrastantes fue el diseño de un experto en los clásicos, en cuanto a seguir con una tragedia el inicio de una comedia o sátira. Además de su gusto por Goethe y Sófocles, Brahms disfrutaba también leyendo las tragedias de Shakespeare, lo que ha generado especulaciones sobre la vinculación de la Obertura Trágica con el Rey Lear o Hamlet. Sin embargo, los diferentes títulos que Brahms consideró para la pieza —Obertura Dramática y Obertura a una Tragedia— sugieren más una celebración al espíritu de la tragedia que el encierro en un drama específico. El erudito en Brahms Walter Niemann escribió: «Los fugaces toques de estremecimiento, de emoción, en esta obertura no se encuentran en el conflicto y en la tormenta, sino en la aplastante soledad de silencios terribles y sobrenaturales, en lo que se ha llamado “lugares muertos”». Podríamos escuchar esta Obertura como un comentario dramático al espíritu de la tragedia humana.
La profunda amistad, admiración y pasión que se profesaron Clara Schumann y Johannes Brahms se acentuaba en el oficio compartido. A menudo Clara era la primera persona que escuchaba sus composiciones, y en alguna ocasión se mostró irritada porque la Sinfonía No. 3, en Fa mayor, Op. 90 (1883) llegó a varios oídos antes que a los suyos; no obstante, en una carta a Brahms el 11 de febrero de 1884, mostró su opinión de la obra, un poco menos que eufórica: «No sé dónde te encontrará esta carta, pero no puedo abstenerme de escribirla porque mi corazón está lleno. He pasado tantas horas felices con tu maravillosa creación… que me gustaría al menos decirte esto. ¡Qué obra! ¡Qué poema! ¡Qué armonioso estado invade toda la obra! ¡Todos los movimientos parecieran una sola pieza, un latido del corazón, una joya cada uno! De principio a fin uno está envuelto con el misterioso encanto de los bosques. No podría decirte qué movimiento amo más. En el primero quedé encantada por los destellos del amanecer, como si los rayos del sol estuvieran brillando a través de los árboles. ¡Todo emana vida, todo respira y es realmente exquisito! El segundo es un idilio puro; puedo ver feligreses arrodillados ante un pequeño santuario en el bosque, escucho el murmullo y el zumbido de los insectos. Hay tal revoloteo y zumbido alrededor que uno se siente atrapado en la red gozosa de la Naturaleza. El tercer movimiento es una perla, pero una gris, sumergida en una lágrima de dolor, y al final la modulación es completamente maravillosa. ¡Qué gloriosamente sigue el último movimiento con su apasionado impulso ascendente! Pero el corazón de uno, palpitante, pronto se vuelve a calmar para la transfiguración final, que comienza con tanta belleza en el motivo de desarrollo que las palabras me fallan!»
Escrito en la tonalidad de Re mayor, al igual que los únicos conciertos para violín de Beethoven y Tchaikovsky, el Concierto para violín, Op. 77 (1878) de Brahms evoca, para muchos –como a Clara la tercera sinfonía– un idilio con la naturaleza. Fue en los paisajes naturales donde Brahms encontró inspiración toda su vida, como muestran sus constantes visitas a balnearios y centros vacacionales. El verano de 1878, lo pasó en Pörtschach, a orillas del lago Wörthersee en Austria; allí, durante sus paseos por el virginal lago, concibió las ideas del Concierto. Sin embargo, Brahms no dominaba suficientemente la técnica violinística, por lo que buscó otra fuente de inspiración y sabiduría técnica en su viejo amigo, el célebre y virtuoso violinista Joseph Joachim (1831-1907), a quién le mandó un primer borrador de la obra, en agosto de 1878, con la siguiente solicitud: «Por supuesto, lo que te pido son correcciones. Y no quiero excusas como que la música es demasiado buena para cambiarla, o no lo demasiado buena como para preocuparse». Los detallados comentarios que recibió Brahms de Joachim, respecto a la parte solista, tuvieron una influencia decisiva en la versión final del Concierto, estrenado el 1 de enero de 1879, en la sala Gewandhaus de Leipzig. El solista fue Joachim –a quien también está dedicado el Concierto– y la dirección estuvo a cargo del propio Brahms.
Si la Obertura Trágica se puede interpretar como un homenaje a la tragedia y la Tercera Sinfonía –siguiendo a Clara– como una oda a la naturaleza, el Concierto para violín puede ser una emotiva celebración a la amistad, que honra la longeva y fructífera relación entre Johannes Brahms y Joseph Joachim.

Axel Juárez