Mahler / Borodin 15/03/19
MAHLER LA RESURRECCIÓN
MARZO 15 • 16, 2019
En la Rusia de mediados del siglo XIX, surgió un grupo de compositores conocido como Los Cinco —conformado por Mili Balákirev, César Cuí, Modest Mussorgsky, Nikolai Rimsky-Korsakov y ALEXANDER BORODIN (1833-1887)—que tenía como objetivo componer un tipo de música rusa que no imitara a la que se estaba haciendo en Europa. Una de las obras colectivas que produjo este grupo fue Paráfrasis: 24 Variaciones y 15 Pequeñas Piezas sobre un Tema Simple (1879), basadas en la popular melodía Chopsticks [Palillos chinos], conocida en Rusia como Tati-Tati —escrita a los dieciséis años por la compositora británica Euphemia Amelia Nightingale Allen (1861–1948). La Pequeña Pieza número trece de Paráfrasis fue compuesta por Borodín y la llamó Requiem; en la partitura anotó la primera frase en latín de la misa de Réquiem de la liturgia romana «Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis» [Dales Señor, el eterno descanso, y que la luz perpetua los ilumine]. Años después, el gran director de orquesta británico LEOPOLD STOKOWSKI (1882-1977), célebre por sus transcripciones orquestales, orquestó el pequeño Requiem de Borodín añadiendo un tenor y coro masculino para cantar la frase inicial.
Con la aparición del movimiento literario alemán del Romanticismo —durante el último cuarto del siglo XVIII y todo el XIX— surgió un fenómeno importante en la historia de la vinculación música-literatura: los escritores románticos se obsesionaron por la música y los músicos buscaron constantemente dotar de significado literario a sus composiciones. Una de las doctrinas, o más bien sentimiento, devoción, donde se volcaron estas hibridaciones músico-literarias fue el Nacionalismo —apuntalado por la Revolución Francesa de 1789 y las guerras Napoleónicas—, hijo dilecto del Romanticismo. Es en este periodo donde surge un individualismo que impulsó a los artistas a reflejar en sus obras sus sentimientos, alegrías, penas… imponiendo así la imaginación y la sensibilidad sobre la razón. Estas personalísimas visiones sobre la música, florecieron literariamente en variadas críticas, artículos y ensayos bajo la pluma de grandes compositores como Hector Berlioz, Carl Maria von Weber y Robert Schumann.
En el romanticismo tardío, o postromanticismo, sobresalieron dos personajes: el antisemita Richard Wagner (1813-1883) y el judío GUSTAV MAHLER (1860-1911). Mahler creció admirando a Wagner, de él heredó la fuerza y exuberancia orquestal, las frases largas sostenidas por la cuerda, la arquitectura grandiosa y sentimental. Ambos estuvieron profundamente influenciados por Beethoven y su Novena Sinfonía y, por el uso de la poesía para significar a la música. Beethoven utilizó la poesía alemana de Schiller para inmortalizar su Novena y Wagner recurrió a la poesía épica alemana de la Edad Media para construir su monumental Anillo del Nibelungo. Mahler, en cambio, necesitaba la inspiración adecuada para apuntalar su religiosa Segunda Sinfonía (1888-94). Para el cuarto movimiento Urlicht [Luz primordial] utilizó textos de una colección de poesías y cantos populares alemanes llamada Des Knaben Wunderhorn [El Cuerno Mágico del Doncel]. Sin embargo faltaba la fuerza poética que sostuviera el gran Scherzo final —a la manera del final de la Novena de Beethoven—. Su inquietud la reflejó en las siguientes frases: «No puedo componer música hasta que mi experiencia pueda ser reunida en palabras. Mi exigencia de expresarme musical y sinfónicamente sólo comienza cuando dominan las oscuras sensaciones y dominan en el umbral que conduce al otro mundo, al mundo en el que las cosas ya no se descomponen en el tiempo y en el espacio». La experiencia musical de Mahler encontró cobijo literario en Hamburgo, el 29 de marzo de 1894, durante el funeral de Hans Guido von Bülow, considerado el primer director de orquesta profesional —antes del siglo XIX, esta actividad quedaba en manos del concertino o de los propios compositores—. En la ceremonia se encontraba Gustav Mahler dirigiendo, con la orquesta de la Ópera, la Marcha Fúnebre de El ocaso de los dioses de Wagner, en el momento justo en que pasaba el cortejo fúnebre frente a la Iglesia de San Miguel. Durante el funeral se interpretó una versión cantada del poema Aufersteh’n [Resucitarás] de Friedrich Klopstock. Mahler quedó tan impresionado, e inspirado por la audición, que ése mismo día bocetó el final de su sinfonía y modificó el poema de Klopstock a partir de la segunda cuarteta. Posteriormente escribió: «Cuando Bülow murió, asistí a su servicio fúnebre. El estado de ánimo en que me encontraba, pensando en el difunto, correspondía exactamente al de la obra que me preocupaba sin descanso. En un momento dado, el coro entonó la oda de Klopstock “Resurrección”. Yo me sentí iluminado. Todo se hizo claro para mí. Sólo me restaba transportar a la música esta experiencia».
Cabe mencionar aquí que el primer movimiento de la Sinfonía No. 2 de Mahler existió previamente, durante cinco años, bajo el título de Totenfeier, en español: Celebración mortuoria o Ceremonia fúnebre. La relación de Mahler con la muerte fue significativamente lúgubre, ocho de sus hermanos murieron siendo niños, otro se suicidó a los veintidós, y otra a los veintiséis. En 1907 murió, a la edad de cinco años, su hija mayor Maria Anna ‘Putzi’ y pocos días después le fue diagnosticada una enfermedad coronaria incurable, que el 18 de mayo de 1911 terminaría con su vida.
Axel Juárez