Márquez 28/06/19

Axel Juárez | Tlaqná
Arturo Márquez: Danzón no. 9 / Cantata Sueños / Tres sones veracruzanos
500 AÑOS VERACRUZ PUERTA DE MÉXICO JUNIO 28, 2019 Rastrear el origen de cualquier tipo de música significa adentrarse en la historia cultural de países, pueblos, costumbres. El árbol genealógico de muchas músicas nos sorprende por su frondosidad y majestuosidad, en el caso del danzón encontramos un buen ejemplo. Antiguas danzas campesinas inglesas (country dance), pasaron a Francia en el siglo XVII bajo el nombre de contradanza (contredanse), posteriormente a las colonias francesas como la isla Saint-Domingue (actualmente Haití y República Dominicana) que el 14 de agosto de 1791, al ritmo de los tambores vudú, estalló en la isla el primer movimiento revolucionario afroamericano, algunos habitantes que pudieron alcanzar un barco de tránsito se embarcaron hacia Nueva Orleans, los que sólo disponían de veleros lo hicieron hacia Cuba, arribando en Santiago. Entre las variadas danzas y ritmos que llevaban consigo los fugitivos estaban la gavota, el passepied y sobre todo la contradanza francesa, que rápidamente se transformó en cubana. En su maravilloso ensayo La música en Cuba (1946), Alejo Carpentier señala la importancia de esta llegada. «El hecho es de capital importancia para la historia de la música cubana, ya que la contradanza francesa fue adoptada con sorprendente rapidez, permaneciendo en la isla, y transformándose en una contradanza cubana, cultivada por todos los compositores criollos del siglo XIX, que pasó a ser, incluso, el primer género de la música de la isla capaz de soportar triunfalmente la prueba de la exportación. Sus derivaciones originaron toda una familia de tipos, aún vigentes. De la contradanza en 6 por 8 —considerablemente cubanizada— nacieron los géneros que hoy se llaman la clave, la criolla y la guajira. De la contradanza en 2 por 4, nacieron la danza, la habanera y el danzón». Al arribar a Cuba la contradanza se fundió con el cinquillo —motivo rítmico evidentemente africano—, las orquestas de baile de Santiago se apropiaron de esta fusión para salpimentar su repertorio y más de cincuenta años después encontraron resonancia en La Habana. Recuerda Carpentier que «en época en que el viaje de La Habana a Santiago era aventura de quince días o más, podían coexistir dos tipos de contradanza: una, más fiel a patrones clásicos, marcada por el espíritu del minué, que luego se reflejaría en el danzón, a través de la danza; otra, más populachera, que proseguía su evolución iniciada en Santo Domingo, gracias a la presencia de “negros franceses” en la región oriental de la isla. Porque, cuando se habla de la contradanza cubana, no debe olvidarse que paralelamente existieron dos tipos particulares durante toda la primera mitad del siglo XIX: la de Santiago y la de La Habana. (Casi todas las que se escribieron en México, por ejemplo, provenían de la segunda.) Sólo en las últimas décadas del mismo siglo llegaría el cinquillo a la capital, pasando al danzón y al bolero, y haciéndose uno de los elementos integrantes de la música cubana». Entre 1920 y 1950 los géneros musicales afrocubanos llegaron a nuestro país, teniendo una gran aceptación, sin embargo ya desde 1868 se sabía en México del danzón y se bailaba en parejas, especialmente en Yucatán, Veracruz y posteriormente la Ciudad de México. Jesús Flores y Escalante, en su libro Salón México. Historia documental y gráfica del danzón en México (1993) relata que el danzón llegó primero a «Yucatán vía Puerto Progreso pasando después a Campeche y Champotón, continuando hasta Alvarado y el Puerto de Veracruz, para seguir hasta Tuxpan y Tampico». Para finales del siglo XIX el danzón había llegado a la Ciudad de México, cautivando a todas las clases sociales y pasando de bailarse en pulquerías y burdeles a las fiestas de la clase media del porfiriato. La relación íntima que Veracruz tiene con el danzón tiene su origen en el último tercio del siglo XIX, cuando una gran migración cubana llegó al Puerto. Don Antonio García de León nos refiere este episodio histórico en su artículo Con la vida en un danzón: notas sobre el movimiento inquilinario de Veracruz en 1922 (1990): «El estado de Veracruz sería la entidad mexicana que recibiría el mayor número de emigrantes cubanos durante el porfiriato. Enseguida vendría Yucatán, que también desde tiempos coloniales mantuvo una estrecha relación con la Isla. En tercer sitio aparecería el Distrito Federal». El compositor sonorense Arturo Márquez (1950- ) es reconocido por utilizar en sus obras formas y estilos de la música popular y tradicional mexicana. Sus inquietudes musicales comenzaron escuchando valses, polcas y chotises; a los dieciséis comenzó sus estudios de violín, tuba, trombón y piano; entre 1970 y 1975 estudió en el Conservatorio Nacional de México; en 1982 ingresó al Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical "Carlos Chávez" (CENIDIM) y, entre 1988 y 1990, becado por la Fundación Fullbright estudió en el Instituto de Artes de California, donde incursionó en la computación aplicada a la música; de regreso a México, y aplicando sus recientes conocimientos, echó mano de la computadora y los sintetizadores para componer su Danzón no. 1 (1990). Durante los meses del levantamiento zapatista en Chiapas compone y estrena su Danzón no. 2 (1994). Aunque exploró muchas otras formas y tradiciones musicales no dejó de lado su proyecto danzonero, reivindicando la música de salón, justo como sucedió en Europa con la polca y el vals; sucedieron así su Danzón no. 3 (1994), Danzón no. 4 (1996), Danzón no. 5 “Portales de madrugada” (1997), Danzón no. 6 “Puerto Calvario” (2001), Danzón no. 7 (2001) y el Danzón no. 8 “Homenaje a Maurice” (2004) donde explora las atmósferas y sonoridades ravelianas. Más de diez años después compuso su Danzón no. 9 (2017), dedicado al gran director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel y que en las palabras del compositor «se trata de una pieza que tiene que ver con el encuentro de sentimientos, en una forma Rondó, donde cada parte aborda un sentimiento específico, empieza con furia, después se va al dolor, a la lejanía, a la pasión y finalmente a la alegría, regresar a la alegría después de todo el suceso». Compuesta para conmemorar los 500 años de Veracruz, Tres sones veracruzanos (2019) es un homenaje a la música de nuestro Estado, que desde hace tiempo ha sido inspiración para Márquez. Inspirada en el Fandango, la antigua fiesta tradicional del sur de Veracruz, y en algunos de sus sones, y que en sus orígenes, según don Antonio García de León «fue la fiesta que daba identidad al mundo de los blancos, mestizos, negros y mulatos que compartían la cultura local sin identificarse ni con los peninsulares ni con los indios, que creaban una cultura propia a partir de los pueblos camineros, antiguas cabeceras ahora mestizadas y que conservaban, en muchos casos, sus barrios aborígenes, sus repúblicas de indios». La obra está compuesta por tres sones; nos dice Márquez sobre el primero, Son Llama, que «es un homenaje a una especie de fanfarria que tiene que ver con La Bamba, con el Toro Zacamandú, con el son de pareja. Es una obra que llama». Sobre el segundo, Son Profundo, que «está apegado a temas como ‘El Fandanguito’ y ‘La Lloroncita’» dilectos suyos; y el tercero, Son Candela, está basado en el zapateado jarocho y en la célula rítmica que todo fandanguero recuerda con el mnemónico “café con pan”, señala Márquez: «hice mi propio movimiento basado en esta base rítmica». Derivada del madrigal renacentista, la cantata es una antigua forma musical nacida en los albores del barroco italiano a principios del siglo XVII; aunque desde sus inicios las temáticas de las cantatas fueron de índole amorosa, también existieron algunas con tratamiento dramático de temas históricos, con un vívido énfasis en el valor y el significado de las palabras e inusuales giros de armonía y melodía. No es de extrañar que este tipo de composición atrajera a un compositor tan comprometido socialmente como Arturo Márquez, que encontró en la cantata el medio adecuado para explorar sonoramente diversos Sueños. En palabras de Márquez «Vivir sin sueños es un absurdo, es dejarse llevar por la desesperanza, caminar sin luz y sin sentido. Es no amarse a si mismo ni a la humanidad que le rodea. Es el principio de los malos pensamientos, es ocio emocional, es pesadilla. Los sueños pueden empezar como fantasías pero también pueden terminar en bellas realidades. Porque algo es muy cierto, los sueños nacen para realizarse, son metas para el futuro. Son esqueleto y carne y son el alma de nuestra existencia. Tenemos sueños propios, comunes y sueños de grandes pensadores que nos nutren constantemente. Son motor de vida, ejemplos a seguir, vitaminas diarias, caminos para recorrer, luz constante. Nutrirnos de sueños pasados es resetearlos, volverlos a la vida. Vivimos en un mundo lleno de sueños realizados y sueños por realizar. Don Pedro Calderón de la Barca nos señala que “La Vida es Sueño”, es el sueño permanente que permite que nos realicemos constantemente por nuestro propio esfuerzo». La Cantata Sueños (2006) se estrenó el mismo año de su composición en el Festival Cervantino bajo la dirección de Eduardo García Barrios, la parte escénica estuvo a cargo de José Luis Cruz y Eduardo Langagne en la creación y adaptación poética de textos. Conformada por cinco partes: I. Es un sueño todavía; II. Sin lamento; III. Tengo un sueño; IV. Aforismos y V. Internacionalicemos. El propio Arturo Márquez nos explica que «Es un sueño todavía, para narrador, coro y orquesta se basa fundamentalmente en una décima de mi amigo Guillermo Velázquez. El contenido de sus versos resume en gran medida la intención conceptual que buscaba para esta obra. “El sueño de mi país es un sueño todavía” enmarca esa esperanza por el bienestar común de cualquier país con sueños a realizar. Quise hacer esta obra a manera de un son que reflejara la música huapanguera del maestro Velázquez. Sin Lamento, para barítono, coro y orquesta es una recreación poética musical de las palabras que el Jefe Seathl de la tribu Suwamish, envía al presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce en 1855. Éste hace una oferta a Seathl para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Washington. A cambio, promete crear una "reservación" para el pueblo indígena. La respuesta del jefe Seathl es quizá uno de los mejores ejemplos de la lucha del hombre por su entorno como beneficio de un bien común. Leí ese texto por primera vez en un póster que me regaló el dueño de un pequeño restaurante en algún lugar de Chiapas, a finales de los años setenta y me acompañó hasta la composición de esta obra más de veinticinco años después. La música recrea sonidos indígenas de mi tierra Sonora, a la música clásica y a la habanera. Tengo un Sueño, para narrador, coro y orquesta, está basado en el famoso discurso de 1963, del Dr. Martin Luther King Jr. (1929-1968) texto esencial en la lucha de los derechos humanos y en el reconocimiento de la igualdad racial. La obra realmente la compuse dos años antes, con muchos problemas en el texto y en la música; regresé a ella con la ayuda fundamental del maestro Langagne. Quizá se pueda pensar que siendo Luther King afroamericano debería haber usado géneros en este estilo, en realidad es un intento sano de recordar aquellas milongas camperas de Atahualpa Yupanqui pero con un concepto orquestal. Aforismos, para mezzosoprano, coro de mujeres y orquesta, se trata de frases célebres de Mahatma Ghandi que hablan de la no violencia. “Ojo por ojo y todo el mundo quedará ciego”. En la pieza busco acercar sonoridades lejanas, con el uso del gran solo del corno inglés, el arpa, y los crótalos. Es una visión personal de la música oriental. Internacionalicemos, para narrador, mezzosoprano, barítono y orquesta, se basa en el ensayo “La internacionalización de las Amazonas” del brasileño Cristovam Buarque. En el año 2000, siendo Ministro de Educación de Brazil, se le preguntó en una universidad de Estados Unidos qué pensaba él, como humanista, de la internacionalización de las Amazonas. La respuesta fue épica, “Si la Amazonia, desde el punto de vista de una ética humanista, debe ser internacionalizada, internacionalicemos las reservas de petróleo... los museos de este mundo... el hambre de los niños, etc”. En esta obra utilizo ritmos cercanos a la samba en un tono un tanto sarcástico». Tanto en Sueños como los Sones y el Danzón hay componentes negros, vitales. La negritud, esa largamente olvidada tercera raíz, es parte fundamental de la configuración de Veracruz, no es fortuito que el corazón mexicano del danzón siga siendo el puerto de Veracruz y que en la Ciudad de México se siga cultivando desde finales del siglo XIX. Como el son y el danzón, los mexicanos somos un crisol de múltiples elementos identitarios. La audición de esta noche nos lo recuerda. Escuchar a Márquez es una buena manera de conmemorar medio milenio de mezclas, hibridaciones y fusiones culturales. Axel Juárez