Strauss / Shostakóvich 04/10/19

Axel Juárez | Tlaqná
Concierto para Oboe - Richard Strauss / Sinfonía No. 15 - Dmitri Shostakóvich
Después de la muerte de Richard Wagner (1813-1883) y Johannes Brahms (1833-1897), Richard Strauss (1864-1949) se erigió como el compositor vivo más importante de Alemania. A lo largo de una carrera musical de casi ocho décadas compuso obras prácticamente en todos los estilos de la música de concierto, destacando por sus poemas sinfónicos (Muerte y Transfiguración, Así habló Zaratustra) y por sus óperas (Salomé, Elektra, Der Rosenkavalier, entre otras). Cuatro años antes de su muerte escribió –por sugerencia de un soldado estadounidense– su Concierto para oboe y pequeña orquesta en Re mayor, Op. 144 (1945). Este soldado-músico, de nombre John de Lancie, se convertiría al cabo de la Segunda Guerra Mundial en uno de los mejores oboístas de Estados Unidos, llegando a ser oboísta principal de la Sinfónica de Pittsburgh y director del afamado Instituto de Música Curtis. Cuando aún estaba desplazado en Alemania, poco después del término de la Guerra, de Lancie se enteró que el mítico y anciano Richard Strauss vivía en la ciudad bávara de Garmisch-Partenkirchen, y decidió ir a visitarlo. Strauss –dispuesto a mantener buenas relaciones con las fuerzas estadounidenses que ocupaban la región– lo recibió amistosamente. Durante la conversación, de Lancie le preguntó a Strauss si había pensado alguna vez en componer un concierto para oboe. Strauss respondió negativamente. No obstante, el interés del curioso visitante terminó influyendo en Strauss, y pocos meses después de Lancie se enteró por la prensa del estreno del Concierto para oboe, sucedido el 26 de febrero de 1946. Strauss sólo había compuesto tres conciertos, dos de ellos para el corno, el instrumento que tocaba su padre. Como agradecimiento por la inspiración para la composición del Concierto para oboe y a la amistad surgida entre ellos, Strauss anotó en el manuscrito las siguientes palabras «inspired by an American soldier (oboist from Chicago)». En 1882, seis décadas antes, las circunstancias para el joven Richard eran bien distintas. Su padre fue un célebre músico de orquesta, que detestaba a Wagner, el hombre, y toda la corriente modernista que representaba. Criado en una ortodoxia estrictamente clásica, a los diecisiete años y contra las órdenes paternas estudió en secreto la partitura del Tristán. Más de sesenta años después, recordó cómo había sido devorado intensamente por la música de Wagner, como si fuera un trance, pero aún no había internalizado el discurso wagneriano al punto de que influyera en sus propias composiciones. El clasicismo de la Serenata para trece instrumentos de aliento, Op. 7, es un homenaje temprano a la influencia paterna y muestra del encanto que siempre tuvo Strauss por los alientos, cuya última expresión es justamente su Concierto para oboe. El compositor ruso Dimitri Shostakovich (1906-1975) nació en una época crucial de la historia de su país, cuando la insatisfacción por el régimen zarista produjo un fervor revolucionario que condujo a un sangriento levantamiento, en enero de 1905. En noviembre de 1917, al estallar la Gran Revolución Socialista en Rusia, Shostakovich tenía apenas once años. Prácticamente toda su carrera musical se desarrolló paralelamente a la formación del nuevo Estado soviético, al que conocía bien desde adentro. Nunca fue ingenuo políticamente, a menudo mostraba desacuerdo con las políticas culturales oficiales, y a pesar de que en ocasiones parecía doblegarse ante ellas, mantuvo hasta el final de su vida una integridad e individualidad que sin duda lo volvieron el compositor más importante de la URSS. A los 19 años conoció el éxito con el triunfo de su Primera Sinfonía, sin embargo tuvo que enfrentar terribles circunstancias políticas y económicas, que lo obligaron a escribir música para películas, hacer transcripciones e incluso tocar el piano en una sala de cine para películas mudas. En 1932 logró otro éxito contundente con su ópera Lady Macbeth de Mtsensk, granjeándose a la crítica y al público. Sin embargo, los censores estalinistas comenzaron a agobiarlo. El gran filósofo y crítico de la cultura George Steiner escribió en una reseña del libro Dmitri Shostakóvich, Testimony: The Memoirs of Dmitri Shostakovich. As Related to and Edited by Solomon Volkov (1979) que: «El 28 de enero de 1936, Shostakóvich fue a la estación del tren para comprar Pravda y, al hojear el periódico, encontró en la tercera página un artículo sin firma titulado “Un amasijo en vez de música”. Censuraba Lady Macbeth como una cacofonía decadente, como un ejemplo de gangsterismo musical que “podría terminar muy mal”. A los diez días, apareció un segundo artículo, de tono similar. La sintaxis, la fraseología de ambas denuncias provenía, inconfundiblemente, de los labios del propio “Líder de los Pueblos y Amigo de los Niños”. De la noche a la mañana, el mundo de Shostakóvich cayó en desgracia. Lady Macbeth fue arrancada de los escenarios. Se celebraron reuniones en todas las comunidades artísticas, intelectuales y académicas de la Unión Soviética para analizar la depravación del compositor. Incluso los amigos íntimos se alejaron, como si se tratara de un leproso. Tal como reza la famosa frase de Orwell, Shostakóvich se había convertido en una “no persona”, tan sólo en espera de la extinción moral y física. Estuvo muy cerca del suicidio: “Estaba completamente dominado por el miedo. Ya no era dueño de mi vida, mi pasado fue eliminado, mi obra y mis talentos se volvieron inservibles para todos.” Shostakóvich no se mató. Expresó su terror y su negativa a una salida fácil en las últimas páginas de su Sinfonía No. 4 (1936), que fue ejecutada por vez primera 25 años después de haber sido escrita». Con la Sinfonía No. 15, Op. 141 (1971), Shostakovich marcó el final de su incursión en el género sinfónico y el regreso a un ámbito puramente instrumental y no programático. Shostakovich tenía un peculiar sentido del humor musical, constantemente se autocitaba y aludía a obras de otros compositores. La Sinfonía No. 15 es particularmente rica en citas: además de las crípticas referencias a su propia obra, recurre varias veces en en el primer movimiento a la obertura Guillermo Tell de Rossini, así como alusiones posteriores a Glinka, Rachmaninoff y Mahler, además de el famoso leitmotiv del Destino, de El Anillo del Nibelungo de Wagner. En una conversación con su amigo Isaak Glikman, Shostakovich dijo al respecto: «no sé por qué las citas están allí, pero no pude, no pude, no incluirlas». El violoncellista y escritor mexicano Carlos Prieto relata en su libro Dmitri Shostakóvich. Genio y drama, el contexto de la creación de la decimoquinta sinfonía del ruso. Según Prieto, al igual que sucedió con Beethoven en su última época, Shostakovich se concentró en los últimos cuatro años de su vida en componer con un estilo caracterizado por su austeridad. «Shostakóvich tenía la costumbre de no comentar nunca nada sobre las obras que tenía entre manos. Se recluía y componía. Podía hacerlo en cualquier circunstancia. Un día del verano de 1971 llegó Maxim (Shostakovich, hijo del compositor) a visitar a su padre: “Acabo de terminar la quince”, le dijo el compositor simplemente. La Sinfonía No. 15 es la primera desde la Décima en ser puramente orquestal y en carecer de un programa explícito. Consta de cuatro movimientos. La obra fue compuesta en Kurgan, Siberia, justo al este de los Urales, población en la que seguía un tratamiento para intentar curarse de los males que lo aquejaban. Dijo el compositor: “Trabajé mucho. La escribí en el hospital y luego en la dacha; no me permitió un momento de descanso. Es una obra que simplemente me arrastró; una de las pocas que aparecieron con toda claridad en mi mente, de la primera a la última nota. No me quedaba más que escribirla”. La sinfonía está llena de misterios, planteados por la profusión de citas de temas tanto de sus obras anteriores como de otros autores. En el primer movimiento, un Allegretto que según el compositor describe “la niñez, justo una tienda de juguetes bajo un cielo sin nubes”, aparece un motivo de la obertura Guillermo Tell de Rossini. También aparece un motivo polirrítmico de su segunda sinfonía. En el cuarto movimiento, Adagio, los metales tocan el ominoso tema del Destino de Las Valquirias de Wagner. Estas y otras citas no son casuales y han dado pábulo a muchas preguntas y conjeturas. La Sinfonía No. 15 es una obra llena de sutileza, poesía y belleza que cierra lo que sin duda constituye uno de los más importantes ciclos sinfónicos del siglo XX». Axel Juárez