Schumann / Strauss 07/02/20

Axel Juárez | Tlaqná
Introducción y allegro para piano -Robert Schumann / Burlesque para piano - Richard Strauss /Sinfonía n.° 3, Renana - Robert Schumann
No son pocas las historias de amor que desembocan en la música. Probablemente, el terreno de la Canción es donde más se identifican pasiones, arrebatos, locuras, idealizaciones y exaltaciones diversas. La música y la palabra han expresado, juntas por siglos, los vericuetos amorosos de las culturas del mundo. ¿Pero qué sucede con la música instrumental? ¿Un compositor enamorado, agobiado o despechado puede codificar en ritmos y sonidos sus más íntimos sentimientos? Algunas personas creemos que sí, mientras que a las más escépticas les basta con recrearse en la infinita combinatoria sonora del canon musical. La personalidad de Robert Schumann (1810-1856) es una de las más significativas en el zeitgeist del romanticismo, donde se buscaba frenéticamente expresar otras realidades mediante la exaltación de las emociones, los sentimientos y las intuiciones. En el Romanticismo, no sólo el musical, sino el literario y el filosófico, la música representaba un arte mayor, el único capaz de expresar a plenitud las cosmovisiones de la época, como bien señala el historiador del arte, musicólogo y filósofo español don Federico Sopeña: «Para los alemanes románticos, la música es instrumento expresivo, el único instrumento apropiado para expresar su “concepción del mundo”. Es la música, primero, forma de liberación del clasicismo; después, órgano de comprensión de la naturaleza. “Sólo en la música puede conocerse la naturaleza”, dice Jean Paul. “Ninguno comprenderá la naturaleza si no posee un órgano especial para ello, capaz de sentir la alegría innata del Creador”, dice Novalis. Más tarde, la música entrará en la nebulosa religiosidad de los protestantes alemanes más ligados al romanticismo. “La religión es una música santa que acompaña a las acciones humanas, y la música es una religión”, dice Schleimacher». Schumann, nacido en la ciudad alemana de Zwickau, fue educado en la familia de un librero y escritor. Música y literatura se convirtieron en sus pasiones más tempranas, a los seis años empezó a tocar el piano y a componer poco después. Pronto se enamoró de la literatura, de las ficciones y héroes suicidas de Jean Paul y de la literatura fantástica de E.T.A. Hoffmann. Frustrado en su carrera como pianista por un accidente en una mano, se dedicó locamente a la composición. Encarnó como nadie el modelo de “artista romántico” inaugurado años atrás por Beethoven. El aislamiento, la persecución (antes mal vista) de la originalidad y el rechazo a las ideas preconcebidas se fundieron en Schumann con tortuosas aflicciones mentales que lo llevaron al borde del suicidio. El piano se convirtió en su herramienta principal de trabajo y en un medio de exploración sonora. Sopeña apunta que «Schumann lleva hasta el fin todas las premisas del romanticismo pianístico. Conociendo perfectamente el piano –un accidente le privó de ser concertista–, su obra ha sido tachada de “antipianística”. El problema está en la complejidad de factores expresivos que Schumann lleva al piano». En una carta del compositor se puede leer «Me dan tentaciones de destruir mi piano, porque ya es demasiado estrecho para contener mis ideas», y en otra, dirigida a su madre, «No puede figurarse con qué actividad trabaja siempre mi espíritu. Habrían ya llegado mis sinfonías al centenar si las hubiera escrito… Desde el punto de vista orquestal, me siento completamente dueño de mí; podría luchar con todos mis rivales, vencerlos, juntarlos en un rincón y expulsarlos a todos a la vez». Schumann sólo se se sentía capaz de esto en el terreno musical, en el mental sus demonios lo aquejaban y dominaban. Tal vez en el frenesí de su oficio encontraba un poco de paz. Jan Swafford recuerda que «Schumann componía furiosamente, muy rápido, entre largos intervalos de inactividad, llenos de crisis mentales. Decir que su forma de trabajar era la de un maníaco no es una figura retórica; hoy en día seguramente se le diagnosticaría un trastorno bipolar». El poeta veracruzano Francisco Hernández (1946) rinde homenaje al romanticismo y la melancolía del compositor nacido bajo el signo de Géminis, en su largo poema De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios (1994). En la estrofa xix escribe: «Eras dos, Robert Schumann, / dos gemelos distintos en un solo cerebro / verdadero. / Uno quería que tu corazón / se enterrara dentro de un violín / y el otro que se sembrara / en una maceta. / Uno quería que tu mano derecha / se sepultara dentro de un clavicordio / y el otro que se guardara / en un barril de cerveza. / Uno quería que tu voz / se callara dentro de un caramillo / y el otro que resonara / dentro de una muchacha. / Eras dos Robert Schumann, / dos gemelos distintos viviendo al borde / de un ventisquero». En su juventud, Schumann -bebedor y mujeriego- fue alumno del célebre Friedrich Wieck, padre de Clara, espléndida pianista que a la postre se convertiría en la mejor de su tiempo, y de quien Schumann se enamoró perdidamente. No sin antes atravesar largos pleitos por la oposición de su profesor a esta relación, finalmente logró casarse con ella,. En 1844, ya casados, la pareja se mudó de Leipzig a Dresde. Por aquella época, Robert había estado sufriendo algunos ataques depresivos, no obstante, cinco años después, durante el tumulto de un memorable levantamiento republicano en Dresde, donde el mismo Wagner tuvo que huir apresuradamente, Schumann compuso su Introducción y Allegro appasionato para piano y orquesta, Op. 92 (1849), pieza atípica que no encajaba con el modelo habitual de un concierto, a la que dio también el nombre de Konzertstück, “Pieza de concierto”. Al año siguiente, en la ciudad de Düsseldorf, Schumann compuso su Sinfonía No. 3, Op. 97, Renana (1850), titulada así en homenaje a la ciudad donde la compuso y al río Rin. En ella intentó representar, a lo largo de sus cinco movimientos, un recorrido musical por la ciudad, el río, la catedral, la gente, integrando todo en el final. Para finales de 1853, cuando Clara y Robert Schumann ya eran la pareja musical más célebre de aquellos años, y en la cúspide de sus carreras, acogieron al genial Johannes Brahms. Swafford recuerda que «En la época en que Clara y él conocieron a Brahms, Robert tenía ideas suicidas, sufría el acoso de coros angélicos y demoníacos en su cabeza y vivía aterrorizado por la posibilidad de hacer daño a Clara o a los niños. Finalmente, en medio de las fiestas de Carnaval, se abrió camino entre la grotesca multitud de juerguistas enmascarados y se arrojó al Rin. Lo sacaron con vida, pero él mismo pidió que lo llevaran a un manicomio, donde murió dos años y medio después, en 1856. A Clara no se le permitió verlo hasta el final, cuando apenas podía hablar ya, y Schumann únicamente lamió un poco de vino de sus dedos. Quizá tuviera sífilis, contraída mucho antes, o algún otro trastorno mental además de su personalidad bipolar». En la estrofa xxix de su intenso poema, Francisco Hernández evoca: «Dos años después de tu zambullida en el Rin, la niña Clara llegó a visitarte por última vez al manicomio de Endenich. / El atardecer rodeaba de angustia su cabello. / El aire tenía peso de vapor subterráneo. / Creyendo que era la más reciente composición de Brahms le tendiste los brazos y te aferraste a ella con la serenidad de quien ya no es dueño de sí». El término burlesque, derivado del italiano burlesco, proviene de la palabra burla, una broma. Se usó desde el siglo xvi en la literatura para referirse a un subgénero de la comedia donde el argumento se enfocaba en la ridiculización o satirización de un tema o situación. En el barroco literario se dividió en dos subgéneros, el burlesque alto y el bajo; el primero para referirse a obras que creaban un contexto donde se dignificaba un tema considerado inapropiado para la comedia, y el segundo para clasificar las obras que ridiculizaban irreverentemente un tema considerado serio. El género se adaptó al campo musical en el siglo xix para describir algunas operetas musicales que, con un carácter alegre, intentaban contrastar con temas musicales serios, dando al escucha una sensación de ironía. Probablemente el ejemplo más famoso sea el Burleske para piano y orquesta (1886), compuesto por Richard Strauss (1864-1949), quien ya había experimentado con otras formas musicales como el poema sinfónico —una forma musical que busca capturar la historia o atmósfera de una obra no musical, como un poema o una pintura—. Nacido en Munich y heredero musical de una gran familia de compositores, a los seis años demostró su talento al componer su primera pieza para piano y sus primeras canciones. Su educación musical se desarrolló de manera informal por parte de músicos sinfónicos, compañeros de su padre, sin embargo esto le permitió hacerse de una red de contactos que difundieron tempranamente sus obras. En sus primeras piezas se aprecia la influencia del clasicismo fomentado por su padre, músico de posturas estéticas conservadoras y antiwagnerianas. Aunque Strauss es más conocido por sus óperas (Salomé, Elektra, Der Rosenkavalier, entre otras) y sus poemas sinfónicos (Muerte y Transfiguración, Así habló Zaratustra) también compuso cortas y ocasionales piezas instrumentales, varias de ellas para la Orquesta Filarmónica de Viena, con la que mantuvo un largo vínculo, especialmente después de mudarse a la capital austríaca en 1919 para ocupar el puesto de codirector de la Ópera de Viena. Algunos historiadores musicales consideran que el burlesque musical de Strauss intenta ser una parodia de la música de Richard Wagner y Johannes Brahms. Axel Juárez