Haydn / Mozart 16/10/20

Axel Juárez | Tlaqná
Franz Joseph Haydn: Sinfonía n.° 8, La noche, Mov. 1 / Sinfonía n.° 7, Medio día / Wolfgang Amadeus Mozart: Concierto para flauta y arpa, Mov. 2 / Sinfonía n.° 29
HAYDN – MOZART OCTUBRE 16, 2020 En el arte musical la tradición va más allá de un simple canon de obras que, una vez consagradas, se reproducen o resignifican hasta el cansancio. La tradición, en el caso de la música de concierto, implica profundas concepciones del mundo social y sonoro que le dan sentido a la música de nuestro tiempo. Estos aires de familia sonoros han determinado diversos estilos y servido de guías orientadoras para musicólogos y estudiosos de la música, resultando por ejemplo en las consabidas periodizaciones historiográficas: medieval (siglos V-XV), renacimiento (siglos XV-XVI), barroco (siglos XVII-XVIII), clasicismo (siglos XVIII-XIX), romanticismo (siglo XIX) y contemporáneo o modernista (siglo XX). Cada periodo ha tenido referentes fundamentales –naturalmente no sólo en la música– que articulan diversas formas de expresión. Pero es la tradición del siglo XVIII probablemente la que más ha marcado nuestra concepción actual de “música clásica” y que tan profundamente ha moldeado el oído musical de generaciones enteras. Esta tradición es representada por dos compositores, una ciudad y una forma musical: Haydn y Mozart, Viena y la fórmula estructural conocida como forma sonata. Franz Joseph Haydn (1732-1809) nació en Rohrau (Austria) en una familia de carreteros. Al igual que Mozart, demostró un tempranísimo talento musical: su primera formación musical, auspiciada por un primo músico, comenzó desde los cinco años. A partir de los diecisiete, después de ser expulsado –por el natural cambio de voz– del coro de niños de la Catedral de San Esteban en Viena, que en el futuro se llamaría Niños Cantores de Viena, pasó una intensa época de pobreza y estudios autodidactas. Se buscó la vida con ahínco, aceptando todo tipo de trabajos musicales, hasta que a los veintiséis años, durante un breve periodo como director de la orquesta de un conde, escribió su primera sinfonía. Un par de años después, en 1761, pudo ver recompensados sus esfuerzos al convertirse en asistente de director de orquesta y compositor de la mítica corte, rica y melómana, del príncipe húngaro Paul Antal Esterházy. Haydn vivió y trabajó en esta corte durante treinta años, tiempo suficiente para convertir el conjunto instrumental de Esterházy, operístico especialmente, en uno de los mejores de Europa. En el cenit de su fama su camino se cruzó pronto con el del joven Mozart, naciendo entre ellos una profunda amistad y admiración mutua. Prolífico en sus composiciones, Haydn llegó a firmar 106 sinfonías, de las que hoy nos ocupa una colección de tres, compuestas el año de su ingreso a la corte. En esta trilogía podemos identificar algunos aspectos de la tradición que Haydn heredó y hábilmente replanteó. Esterházy tenía una fascinación por la música programática del barroco italiano, tal vez por esto se ha dicho que esta trilogía sinfónica de Haydn –Le matin (No. 6), Le midi (No. 7) y Le soir (No. 8)– es una especie de respuesta, en clave clasicista, a las Quattro Stagioni de Vivaldi. La Sinfonía No. 7 en Do mayor “El medio día” (1761) recuerda, en su ceremonial marcha inicial, al estilo de las oberturas francesas, pasando a un allegro que evoca a las introducciones de las óperas napolitanas de la época, donde un tutti orquestal prepara el ambiente escénico para el diálogo operístico de los personajes. El primer movimiento de la Sinfonía No. 8 en Sol mayor “La noche” (1761) abreva de un popular tipo de danza barroca de origen inglés, la giga, acomodada bajo la forma sonata, tan característica del clasicismo, cuya estructura básica es: introducción–exposición–desarrollo–reexposición–coda final. También cita una melodía de una ópera del compositor alemán Christoph Willibald Gluck (1714-1787), Le diable à quatre. Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) conoció a Haydn al llegar a Viena. Solía decir que Haydn le enseñó a escribir cuartetos de cuerda, tal vez por ello le dedicó un conjunto de seis cuartetos. Más ambicioso que su amigo, Mozart exploró su tradición de maneras más arriesgadas. Esto probablemente se aprecie más en su trabajo operístico donde, a diferencia del modelo italiano tan presente en las óperas de Haydn, Mozart apunta ya –sobre todo en Don Juan y en La flauta mágica– a un teatro romántico y alemán. En 1778, durante uno de sus muchos viajes europeos, llegó a París a la corte del Duque de Guînes, flautista amateur. El duque encargó a Mozart una obra de alineación inédita para la época –flauta y arpa– resultando en el Concierto para flauta, arpa y orquesta en Do mayor, K. 299 (1778). Aunque Mozart lo llamó “concierto”, bien podría ser considerado como una pequeña sinfonía para orquesta de cámara, con partes relevantes para la flauta y el arpa. Esto debido a que en la época era muy común el género de la sinfonia concertante, heredera directa del concerto grosso barroco. El movimiento más famoso de este concierto es el Andantino. El especialista en Mozart Alfred Einstein ha comparado este segundo movimiento con la estética visual del pintor francés François Boucher (1703-1770): «decorativo y sensual pero no carente de emociones más profundas». La Sinfonía No. 29 en La mayor, K. 201 (1774) es una de las más conocidas del repertorio sinfónico temprano de Mozart. Escrita a los 18 años tras regresar de un viaje a Viena con su padre, evoca, según el musicólogo Edward Dones «una encantadora ornamentación rococó y una delicada textura que parece más cercana a la de un cuarteto de cuerdas que a la de una sinfonía». En esto coincide el mítico musicólogo Stanley Sadie –editor del The New Grove Dictionary of Music and Musicians– cuando describe la Sinfonía 29 como «un monumento... personal en el tono, es quizás más individual en la búsqueda de una intimidad, en el estilo de la música de cámara pero con un carácter vehemente e impulsivo». Esto tal vez sea resultado de que la música de cámara gozaba de inmejorable salud, con un estilo claro que poco a poco se iba imponiendo como una íntima norma, hasta llegar a los límites expresivos que encontramos en los cuartetos de Beethoven quien, dicho sea de paso, fue notable alumno de Haydn y fiel, en su primera época, al clasicismo vienés. Axel Juárez