Hindemith / Bach / Schubert / Prokofiev 2021
Paul Hindemith (1895-1963), compositor, teórico, director de orquesta y violista alemán, sobresalió como la figura más importante de su generación, la de entreguerras. Destacó tanto en la composición como en la enseñanza musical. Descendiente de una familia de melómanos por el lado paterno, tomó clases de música desde muy niño, al igual que sus hermanos. Paul, que era el mayor, aprendió el violín; su hermana Toni, el piano; y su hermano Rudolf, el violoncello. Desde 1907 comenzó clases formales con la violinista suiza Anna Hegner, quien reconoció su temprano talento y lo recomendó con su propio maestro, Adolf Rebner –destacado violinista en la Orquesta de la Ópera de Frankfurt, primer violinista en un cuarteto que llevaba su nombre y profesor en el Conservatorio Hoch–. Rebner consiguió que el pequeño Paul ingresara al Conservatorio. Hindemith, originalmente concentrado en sus estudios de violín, contribuyó tempranamente a la economía familiar tocando en público, en posadas, bailes, orquestas de cine y ópera. En 1914, Hindemith formó parte de la Orquesta de la Ópera de Frankfurt como primer violinista. En este puesto tuvo la oportunidad de conocer a algunos de los mejores directores de la época: Willem Mengelberg, Wilhelm Furtwängler, Fritz Busch y Hermann Scherchen, quienes posteriormente serían entusiastas de la música de Hindemith. Un año más tarde, en 1915, se convirtió en el segundo violinista del cuarteto de su maestro, Adolf Rebner, además de aparecer como solista en conciertos de Haydn, Mozart, Beethoven y Mendelssohn. A los 28 años, tocó la parte de violín solista en el estreno de la Historia de un soldado, de Stravinsky; esta fue su última aparición como violinista, a partir de ese momento cambió el violín por la viola en su actividad concertística. Hindemith, como compositor, gozaba de un flujo de trabajo y prolijidad envidiables, algunos lo comparan con Mozart y su gran facilidad compositiva.
Plön, una pequeña ciudad en el estado federado de Schleswig-Holstein en Alemania, bien conocida por sus balnearios, tuvo en 1932 un festival musical para el que Hindemith escribió una colección de piezas llamada Der Plöner Musiktag. Las diferentes secciones no debían escucharse sucesivamente sino a diferentes horas del día; fueron escritas para diferentes alineaciones instrumentales y todas dirigidas a un público joven. Las tres piezas cortas que conforman Morgenmusik (Música matutina, 1932) pertenecen a esta colección para el Festival de Plön, escritas para un ensamble de metales. Una indicación del compositor dice que la música debía ser tocada desde una torre. La obra se estrenó al amanecer del 20 de junio de 1932 desde lo alto de la torre del castillo de Plön.
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Johann Sebastian Bach (1685-1750), máximo genio musical del barroco tardío, fue el miembro más destacado de una numerosa familia de músicos que vivieron y trabajaron en Alemania central desde principios del siglo XVI hasta el siglo XVIII. Más de setenta miembros de esta familia se desempeñaron como músicos profesionales, conformando así el conjunto más sobresaliente de talento musical que se haya registrado nunca en una sola familia. Bach fue hijo de un instrumentista de cuerda de la ciudad alemana de Eisenach; quedó huérfano desde niño y Johann Christoph, su hermano mayor, se hizo cargo de él y probablemente fue quien le dio sus primeras lecciones de teclado. Con 18 años, Johann Sebastian ya era un notable intérprete de instrumentos de teclado, lo que le permitió conseguir su primer empleo como organista de iglesia, en la ciudad vecina de Arnstadt. El genio temprano de Bach le granjeó varias enemistades e incomprensiones; su carácter más bien rebelde y subversivo, en muchos sentidos, se contrapone a la constante idealización que se ha hecho de su figura. No sólo en su vida cotidiana, en su música podemos encontrar también pistas de su inconformismo con las normas de su época y de sus constantes intentos por cambiarlas. En su primer empleo duró cuatro años, sin embargo no logró una buena relación con las autoridades de Arnstadt. La enorme curiosidad musical de Bach, su gran capacidad de asimilar el canon musical y los estilos que estaban de moda, lo llevaron a sintetizar buena parte del conocimiento musical acumulado hasta su época y plasmarlo en su obra, llevándolo hasta sus últimas consecuencias. Es el caso de la Chacona y los corales protestantes de la música luterana.
Antes de 1800, la chacona era una danza, a menudo ejecutada bastante rápido, que usaba técnicas de variación, aunque no necesariamente en las notas graves. Emparentada con la danza pasacalle, la chacona asumió eventualmente las características musicales de dos modelos: el francés y el germánico. El ejemplo más virtuoso y recordado de un modelo híbrido fue la Chacona de la Partita No. 2 en Re menor, para violín solo, BWV 1004 (1720). En una carta de Johannes Brahms a Clara Schumann, el compositor dice lo siguiente de este largo y complicado movimiento: «La Chacona BWV 1004 es en mi opinión una de las más maravillosas y misteriosas obras de la historia de la música. Adaptando la técnica a un pequeño instrumento, un hombre describe un completo mundo con los pensamientos más profundos y los sentimientos más poderosos. Si yo pudiese imaginarme a mí mismo escribiendo, o incluso concibiendo tal obra, estoy seguro de que la excitación extrema y la tensión emocional me volverían loco». Una de las teorías, casi mito, respecto a la Chacona de Bach, es que la habría compuesto a la memoria de su primera esposa, María Bárbara Bach quien había fallecido el 17 de julio de 1720. El carácter de la pieza ha hecho pensar en un lamento. Gracias a las pesquisas de algunos musicólogos ahora sabemos que la pieza contiene melodías de corales luteranos como Den Tod niemand zwingen kunnt (La muerte no puede nadie conquistar), Christ lag in Todesbanden (Cristo estaba atado a la muerte, pero a través de su muerte rompió esa atadura) y Vom Himmel hoch da komm ich her (De las alturas del cielo, de allí vengo).
De lo que no queda duda para algunos melómanos aficionados a Bach es que su obra consuela, su perfección y juegos sonoro-matemáticos parecieran calar hondo en nuestras emociones. Aquí resuenan algunas palabras de uno de sus intérpretes y biógrafos contemporáneos más notables, el director de orquesta británico John Eliot Gardiner, especialista en el periodo barroco:
Estamos ante las notas de alguien en sintonía con los ciclos de la naturaleza y los cambios de las estaciones, sensible al puro carácter físico de la vida, pero fortalecido por la perspectiva de una vida mejor después de la muerte, vivida en compañía de ángeles y de músicos angélicos. […] La música nos ofrece destellos que alumbran las terribles experiencias al quedarse huérfano, en su solitaria adolescencia, y al llorar la muerte de sus seres queridos como marido y padre. Nos muestra cuán intensamente le desagradaba la hipocresía y su impaciencia ante el falseamiento de cualquier tipo; pero revela también la profunda simpatía que sentía por quienes sufren o se sienten tristes de un modo u otro, o luchan con sus conciencias o sus creencias. Su música ejemplifica esto y es en parte lo que le brinda su autenticidad y su fuerza colosal .
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Dentro del cuarteto canónico de compositores que dieron forma al clasicismo y abrieron paso al romanticismo –Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert–, el único que nació en Viena y aprovechó desde su infancia las bondades de vivir en una ciudad musical fue Franz Schubert (1797-1828). Al igual que Felix Mendelssohn (1809-1847) y Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), Schubert fue un niño prodigio sobresaliente. Sus vidas fueron breves: ninguno de los tres llegó a su cuarta década, y fue Schubert el que murió más joven, con apenas 31 años. El pequeño Franz creció en el contexto de una familia de melómanos; ahí recibió sus primeras lecciones de piano, de la mano de su hermano mayor, Ignaz, a quien superó rápidamente. Continuó su entrenamiento por su cuenta y posteriormente recibió de su padre clases de violín. Todos ellos integraban un cuarteto de cuerdas familiar, y es muy probable que las primeras composiciones para cuerdas de Schubert fueran concebidas para este ensamble hogareño. A los trece años compuso su primera pieza, y a partir de ahí nunca paró en su afán de componer música. La influencia que Antonio Salieri –colega de Mozart y uno de los mejores músicos y profesores de Viena– tuvo en Schubert fue decisiva. Salieri reconoció el enorme talento de Schubert y lo aceptó como alumno privado en Viena. Schubert llegó a componer más de mil piezas, entras ellas nueve sinfonías, seiscientos lieder y mucha música de cámara. Entre sus numerosos y magníficos lieder, uno de los más importantes es Erlkönig (El rey elfo), D. 328 (1815). Escrito a los 18 años, basándose en el poema homónimo de Goethe de 1782, Schubert llevó a la música el drama de la trágica historia y esta ayudó al compositor a establecer su bien merecida fama. Schubert componía sus lieder casi en un estado de trance, muchas veces garabateados en una servilleta y llegando a crear varios de ellos en un sólo día. El poema de Goethe fue compuesto como parte de una balada operística titulada Die Fischerin. La fuerza y terror de la historia ha invitado a muchos célebres compositores a adaptarlo:
Un padre galopa con su hijito pequeño una noche tormentosa, cuando la voz encantadora del rey elfo empieza a cantarle al niño, convenciéndole para que vaya a jugar con él y disfrute de deleites sin fin. El padre no oye al espíritu. Schubert convierte la historia en una cantata de cuatro minutos con las voces en competencia: el niño febril y asustado, el padre desdeñoso y luego aterrorizado, la voz sedosa e insinuante del rey elfo, más un narrador, todo ello por encima del ruido de los cascos del caballo. Schubert caracteriza cada voz con su propio estilo, construyendo al mismo tiempo una línea de tensión creciente que alcanza un punto de ruptura antes del abrupto final: ‘En sus brazos, el niño estaba muerto’ .
Entre quienes apreciaron las posibilidades de Erlkönig más allá de su forma original destaca Franz Liszt, quien escribió en 1838 una espectacular paráfrasis para piano solo. Hector Berlioz, Max Reger y el mismo Liszt la transcribieron posteriormente para voz y orquesta. El arreglo para ensamble de violas que hoy escuchamos, realizado en 2018, es obra del violista y violinista Max Baillie.
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El compositor y pianista ruso Sergei Prokofiev (1891-1953) comenzó a escribir música cuando todavía era un estudiante, profundizando en sus composiciones la tradición del romanticismo ruso, incluso al punto de exacerbarlas y llevarlas a la caricaturización. Posteriormente comenzó a contribuir, en la segunda década del siglo XX, a los variados modernismos musicales que estaban surgiendo. Fue uno de los tantos músicos geniales afectados por la “Gran Purga” del estalinismo que, mediante el Sindicato de Compositores Soviéticos, ya habían humillado a Shostakovich y a Khachaturian. Prokofiev denunció estas mezquindades en 1948, lo que complicó sus últimos años de carrera musical. Años atrás, como muchos artistas rusos, dejó su país después de la Revolución de Octubre (1917), sin embargo fue el único compositor que regresó, casi veinte años después. El tradicionalismo musical interiorizado en su juventud, aunado al neoclasicismo que había ayudado a inventar, le permitieron desempeñar cierto liderazgo en la cultura soviética, cuyas demandas de compromiso político y utilidad supo cumplir con una extraordinaria fuerza creativa. Mientras estuvo exiliado en París, a la par de su Segunda Sinfonía, escribió su Quinteto en Sol menor, Op. 39 para oboe, clarinete, violín, viola y contrabajo (1924) que poco antes había sido la música para el ballet Trapèze, compuesto por encargo del ex bailarín y maestro del ballet de Mariinsky, Boris Romanov. Pensado para un escenario circense, Prokofiev aprovechó al máximo el encargo y produjo un quinteto-ballet en seis secciones que también podía ser interpretado como pieza de cámara. La inusual selección de instrumentos y el estilo armónico-rítmico revela una influencia del Stravinsky de La historia de un soldado y del Octeto para instrumentos de viento. Armónicamente, este Quinteto es una de las obras más disonantes de Prokofiev, con una espesa textura polifónica. Ecos de la música que había escuchado en París.
1 AVINS, Styra (1997): Johannes Brahms. Life and Letters, Nueva York, Oxford University Press, p. 515.
2 GARDINER, John Eliot (2015): La música en el castillo del cielo. Un retrato de Johann Sebastian Bach, Luis Gago (trad.), Barcelona, Acantilado, p. 17.
3 SWAFFORD, Jan (2018): Por amor a la música. Una introducción a los principales compositores clásicos, Ana Herrera (trad.), Barcelona, Antoni Bosch editor.
4 ROBINSON, Harlow (2002): Sergei Prokofiev. A Biography, Boston, Northeastern University Press.
Axel Juárez