Wagner / Grieg / Schumann 22/04/22
En plena primavera, tenemos la oportunidad de escuchar en Xalapa un
programa que llena a Tlaqná de romanticismo. Tres compositores emblemáticos del siglo XIX, que a través de los géneros representativos de su
obra —la ópera, el concierto y la sinfonía— nos permiten imaginar con
música. Se trata de un contexto que, si bien pudiera parecernos ajeno y
lejano, en realidad mantiene un hilo que nos conduce hasta el día de hoy.
Llevado en las manos del intérprete, ese hilo entreteje el arte del pasado
convirtiéndolo en nuestro presente.
Las oberturas y preludios que suelen abrir las
extensas secciones de la ópera son breves piezas instrumentales que preparan y ambientan al escucha para
dar contexto a situaciones tan diversas como las que
este género ha abordado a través de los siglos. En esta
ocasión, se trata del Preludio al primer acto de Lohengrin de Richard Wagner (1813–1883). En términos
estilísticos, esta ópera se encuentra en la transición
hacia el drama musical que el compositor desarrollara
a lo largo de su poderosa marcha creativa dentro de
este género.
Durante su evolución como artista, la vida personal y políticamente
activa del compositor lo llevó a un largo exilio en Suiza. En este periodo,
Lohengrin fue estrenada en el Hoftheater de Weimar en 1850 bajo la
dirección, nada menos, que de otro grande: el pianista y compositor Franz
Liszt. Me asombra descubrir que a inicios del milenio que transcurre,
Katharina Wagner reestrenó la obra de su bisabuelo en Budapest dándole
un giro absolutamente crítico de la sociedad y alejándose escénicamente
de la visión romántica de la obra. Esto nos remite de nuevo hacia aquella
libertad que encontramos en el arte para expresar una realidad contemporánea, incluso dentro de esquemas que parecieran tan rígidos como la
antigua e intrincada historia de amor entre Lohengrin del Santo Grial y
Elsa de Brabante.
Nacido en la lejana ciudad de Bergen, Noruega, Edvard Grieg (1843–
1907) fue un pianista y compositor a quien debemos esta joya y deseo de
tantos pianistas de portar alguna vez en la vida: el Concierto en la menor,
Op. 16. Para Grieg, el piano fue un eje conductor en su camino como
creador desde temprana edad, bajo las enseñanzas de su madre también
pianista. Con tan solo 25 años de vida, y sin experiencia en la composición
de obras de la complejidad de un concierto como el que nos convoca,
Edvard fue reconocido en Roma por su colega Franz Liszt. Desde el
momento que tomó en sus manos el primer manuscrito de la obra, Liszt
quedó encantado, y compartió comentarios y sugerencias que sin duda fueron consideradas por Grieg en las
versiones subsecuentes.
A lo largo de tres movimientos, podemos reconocer las influencias indiscutibles que Grieg abiertamente expone desde su franco inicio. A toda luz, la
de Robert Schumann. Después de haber escuchado
la interpretación de su concierto en la misma tonalidad, Clara Schumann dejó en aquel joven compositor
escandinavo un impacto para explorar su estilo personal, espontáneo e imaginativo dando sobre todo el
impulso de escribir una obra de gran escala. Podemos
escuchar también la influencia de Liszt, Mendelssohn
y del propio Chopin, de quien también se puede equiparar por el sello nacionalista que cada uno plasmó en
sus obras con los motivos locales de sus respectivos
pueblos. Es el caso del tercer movimiento, se dibujan
claramente los ritmos, cantos y danzas escandinavas
presentes en el resto del catálogo de la obra de Grieg.
Si bien estos modelos están claramente expuestos,
el logro de la obra como única y enteramente única
es innegable. A partir de su estreno, el concierto se
presentó en múltiples ocasiones a manos de pianistas
importantísimos en su época, pero fue el gran Wilhem
Backhaus quien realizó la primera grabación de la obra
—y primera grabación de un concierto para piano en
toda la historia— acompañado por la New Symphony
Orchestra of London alrededor de 1909 (https://www.
youtube.com/watch?v=CSlVtGcODWE). Desde
entonces, la lista de grandes pianistas y orquestas del
siglo XX que ejecutaron o grabaron esta joya en todo
el mundo resulta ya incontable. Xalapa no ha sido la
excepción, pues gracias a su orquesta sinfónica hemos
tenido la oportunidad de escuchar numerosas versiones desde la década de 1950.
El piano es sin duda una estrella
que generó la energía poderosa de
gestación y desarrollo del roman
-
ticismo musical en la Europa del
sigo XIX. Otra estrella más que
lo iluminó fue la palabra. Robert
Schumann (1810–1856) creó toda
su obra en un brillante sistema que giró alrededor de ambas estre
-
llas. Cuando llegó el momento de abordar el género sinfónico, su
bagaje poético y polifónico se vio plasmado y transformado por
los infinitos timbres del universo orquestal. El momento creativo
para esta, su primera sinfonía, llegó durante el invierno de 1841,
después de una vasta producción de obras vocales así como obras
para piano solo. Es difícil imaginar que el bosquejo de toda la obra
fue realizado en tan solo cuatro días y orquestada en alrededor
de un mes. La literatura permeó aquel primer manuscrito con
títulos que fueron retirados previo a su publicación en 1851:
Frühlingsbeginn (El inicio de la primavera), Abend (La tarde),
Frohe Gespielen “Felices compañeros de juego” y Voller Frühling
“En plena primavera”.
En una carta al director de
orquesta Wilhelm Taubert, Schu
-
mann refiere: “¿Acaso percibes un
poco el anhelo de la primavera en
tu orquesta mientras tocan? Tal
era mi propósito en mente cuando
escribí [la sinfonía] en enero de 1841.
Me gustaría que la trompeta al inicio
sonara como si viniera de lo alto, como
un llamado a despertar. Más adelante
en la introducción, deseo que la música
muestre cómo el mundo se torna verde,
tal vez con una mariposa revoloteando
por los aires, y más tarde, en el Allegro,
mostrar cómo todos los elementos de
la primavera van cobrando vida... Estas
ideas, sin embargo, vinieron a mi mente
hasta que la obra estaba concluida.”
Una vez más, descubrimos que en el entramado de esta magistral composición
se vislumbran muchos de los elementos del cosmos creativo de
Robert Schumann: sus obras para piano, las palabras del poeta convertidas
en timbres orquestales, la voz de su amada Clara presente de
principio a fin y hasta sus amigos y personajes imaginarios.
Todo el conjunto forma parte de una música transformada en
naturaleza a tiempo breve y caluroso, primavera que en este
nuevo encuentro recreamos y revivimos a través de los sonidos.
Dra. Isabel Ladrón de Guevara
Facultad de Música, Universidad Veracruzana.