Rolón / Bartók / Debussy 07/10/22
Leonardo del Castillo | Tlaqná
El festín de los Enanos - José Rolón / Concierto para piano n.° 3 - Bela Bartók / Imágenes - Claude Debussy
Estos franchutes ya se enojaron
porque a su nana la pellizcaron,
Estos franceses ya se enojaron
porque sus glorias les eclipsaron.
Se hacen chiquitos, se hacen grandotes
y nunca pasan de monigotes.
Los enanos es una de las canciones que, como Adiós Mamá Carlota o La pasadita forman parte de la memoria musical de la época de la Intervención Francesa y el Segundo Imperio Mexicano de Maximiliano de Habsburgo.
Siguiendo el ejemplo de muchos compositores mexicanos que nacieron en la segunda mitad del siglo XIX -incluyendo a Manuel M. Ponce-, José Rolón (1876-1945), insertó melodías populares como temas para algunas de sus obras. En el caso del scherzo sinfónico El festín de los enanos, Rolón incluye elementos (primero aparece el elemento rítmico, antes que la melodía propiamente dicha) de la canción antes mencionada. Más adelante, aparecen menciones de otras canciones: El Payo y El Huerfanito. Estas inserciones de melodías populares en obras de concierto, es uno de los tantos intentos de búsqueda y consolidación de un nacionalismo mexicano que daría sus mejores frutos en la década de 1930 y 1940.
La obra tuvo una gestación lenta: ya en 1914 hay una primera versión, un año antes que Rolón fundara la Orquesta Sinfónica de Guadalajara. Después de pensarla como tercer movimiento de una Sinfonía en mi menor, la obra vio su versión definitiva en 1925, obteniendo el primer lugar en el concurso de composición convocado durante el Primer Congreso Nacional de Música en 1926. Finalmente, fue estrenada como su Op. 30, el 4 de marzo de 1928 por la recién creada Orquesta Sinfónica de México, dirigida por Carlos Chávez.
Sus timbres instrumentales se encuentran más cercanos a la música francesa de finales de siglo XIX, en especial a la orquestación de Camille Saint-Saëns, con algunos toques colorísticos “a la Claude Debussy” y por supuesto, la influencia de Paul Dukas* es innegable; en específico su obra El Aprendiz de Brujo, que sirvió como modelo para las transiciones de una sección a otra y, sobre todo, para el final.
El nexo que existe entre la primera y la segunda obra de este programa, es más perceptible no por los autores o las obras como normalmente acontece, sino en este caso, por el intérprete: nuestra solista de hoy, Claudia Corona, realizó una brillante y decidida tarea de recuperación y grabación de la obra para piano y música de cámara de José Rolón, misma que podemos apreciar en un trabajo discográfico de dos volúmenes. Hoy, la escucharemos aquí, interpretando uno de los conciertos más emblemáticos del siglo XX.
* José Rolón estudiaría con Paul Dukas durante su segunda estancia en París de 1927 a 1929. Es sabido que Dukas fue maestro también de otro gran compositor mexicano: Manuel M. Ponce
Compuesto en 1945 en Estados Unidos, antes de que su cuerpo sucumbiera víctima de una agresiva leucemia, Béla Bartók (1881-1945) escribió su Tercer concierto para piano y orquesta, una de las obras más finas y poéticas de su producción. A pesar de su filigrana compositiva y cuidado extensivo de su bien construida arquitectura, nunca deja a un lado la brillantez y el lucimiento propio de un concierto para solista y orquesta.
Tras su abrupta salida de su país natal, Hungría, debido a la Segunda Guerra Mundial, la familia Bartók viajó a Estados Unidos buscando, como muchos otros artistas, asilo artístico. La situación económica era crítica, a pesar de haber recibido la comisión del fabuloso Concierto para orquesta que los alivió parcialmente de los apuros monetarios**. Muy enfermo y con este panorama nada alentador a la vista, Bartók creó este luminoso concierto que pareciera no enterarse del entorno pesimista que rodeaba a su autor.
Planeaba ser un regalo de cumpleaños para su esposa Ditta Pásztory-Bartók, ella misma una eficiente pianista. Pero Bartók murió un mes antes, dejando esta obra inconclusa, sin la orquestación en los últimos 17 compases, misma que fue terminada por su alumno y amigo Tibor Serly. El concierto fue estrenado en Filadelfia, unos meses después de su muerte, bajo la batuta de Eugene Ormandy, con György Sándor como solista.
El primer movimiento presenta una estructura clasicista: una perfecta forma de movimiento de sonata, pero cuyo lenguaje armónico se mueve entre lo pentatónico, lo modal y escalas de procedencia húngara. El apacible y pastoral primer tema, contrasta con la enérgica transición que lo une al ágil e inquieto segundo tema, finalizando la exposición con una humorística sección de cierre, con imitaciones constantes entre el piano y la orquesta. Una voluptuosa intervención del piano anuncia la parte central del movimiento, llevándonos a la sección de mayor actividad rítmica y a un clímax con rasgos gershwinianos. La Reexposición transcurre sin mayores novedades; sólo la sección imitativa final es ampliada un poco más, en una coda llena de delicado humor.
El Adagio religioso en forma ternaria A-B-A', alude en su tema principal, al tercer movimiento del cuarteto en la menor Op. 132 de Beethoven. El compositor alemán lo tituló: Canto de acción de gracias de un convaleciente hacia la deidad. Mientras que Beethoven sí se recuperó parcialmente de la enfermedad que lo aquejaba, Bartók no pudo hacerlo. La parte central es un excelente ejemplo de "música nocturna" bartokiana, lleno de sonidos de insectos y llamadas de aves.
El Allegro Vivace final, es un Rondo-Sonata, una explosión de alegría con las características síncopas húngaras en su perfil rítmico de los temas, destacando en la parte central, un fabuloso fugato neobarroco. El concierto termina de manera tan brillante y alegre que nos hace olvidar la situación existencial al borde de la muerte, que su autor experimentaba en los momentos de su composición: la obra de arte se independiza del autor, vive por sí misma y se manifiesta con diferentes entornos emocionales y vivenciales, muy independientes de los que su creador pueda estar experimentando. El rompimiento entre la obra y el autor sucede justo en el momento de su alumbramiento, cuando termina su concepción. Incluso, en este caso, 17 compases antes…
** Como anécdota al margen: István Nádas, pianista húngaro discípulo de Bartók que vivió los últimos años de su vida en Cuernavaca, Morelos, contaba que Sergei Rachmaninoff, ya en esos años bien afincado en el mundo musical americano, hizo lo imposible para convencer a los directores y otros intérpretes, de que no estrenasen la espantosa música de Bartók en Estados Unidos. ¿Celos profesionales o incomprensión del lenguaje bartókiano? Lo cierto es que, por solidaridad a su maestro, István Nádas nunca quiso ejecutar obras del compositor ruso.
Regresando a 1926, año en que José Rolón ganó el primer premio con su Festín de los Enanos: el tercer lugar en este concurso (el segundo fue declarado desierto), lo obtuvo un poema sinfónico de Candelario Huízar titulado Imágenes. El título homónimo refleja claramente el gran ámbito de influencia que Claude Debussy poseía ya en otras partes del mundo, a menos de una década de su fallecimiento.
En términos generales, la obra creativa de Claude Debussy (1862-1918) está rodeada de descripciones extramusicales, en especial, referencias visuales: así, responde tanto a su herencia francesa con Rameau o Couperin, cuyos exóticos títulos de sus obras para clavecín dan un parámetro descriptivo a la música por ejecutarse; pero también lo acerca a su relación de amor/odio lisztiano/wagneriano, donde lo descriptivo y visual, se vuelve programático.
Los dos volúmenes de Imágenes para piano, son aún muy visuales, -unos peces dorados, la luna que desciende en un derruido templo, o unos reflejos en el agua. Pero también puede haber situaciones más allá de lo visual, como el sonido de las campanas a través de las hojas, buscar evocar otros tiempos, como en el homenaje a Rameau o simplemente, desarrollarse como un movimiento perpetuo: "Movement".
Tras sus dos primeros libros de Imágenes para piano, Debussy intentó escribir un ciclo similar para dos pianos, pero pronto se dio cuenta que iba a requerir una orquesta con toda su gama de colores y timbres. Así surgió sus Imágenes para orquesta, compuesta entre 1905 y 1912. Con esta obra, Claude Debussy, trasciende lo meramente visual: la imagen se convierte en evocación.
La primera pieza hace referencia a una danza de origen irlandés: Gigues. Su título original era "Guiges tristes" pero con el sonido melancólico del oboe de amour, ese calificativo resulta ya redundante. Debussy utiliza como base, las canciones "Dansons la guigue" de Charles Bordes y "The Keel row" de extracción folklórica. Este movimiento en especial, le provocó a Debussy algunos dolores de cabeza para definir su forma final, incluso fue publicada hasta 1913, después que las otras dos. La segunda imagen orquestal, Iberia, se ha convertido en la más popular de las tres. Está dividida en tres secciones descriptivas: Por las calles y los caminos / Los perfumes de la noche / La mañana de un día festivo. ¡La mejor música española que podemos escuchar proveniente de un artista que sólo visitó España a través de escenas postales! Debussy estaba particularmente orgulloso de esta composición. El tríptico termina con Rondes de printemps (Rondo de danzas de primavera), que cierra la obra utilizando como base, las canciones "Nous n'irons plus au bois" y "Do, do l'enfant".
Leonardo del Castillo