Ibarra / Mozart / Khachaturian 03/02/23
Enrique Salmerón | Tlaqná
Sinfonía No.1 / Sinfonía No. 38 En Re mayor K. 504 Praga / Concierto para flauta
El programa que nos aprestamos a escuchar destaca por su eclecticismo, quizá se podría decir que no tiene un hilo conductor, cronológico, temático o estético. Sin embargo, nos permite escuchar y conocer, de alguna manera, el desarrollo musical en diferentes países y tiempos.
Inicia con la Sinfonía no.1 de Federico Ibarra Groth (1946), una composición realizada para la Orquesta Sinfónica Nacional en 1991, conmemorando el bicentenario del fallecimiento de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). El catálogo orquestal de Ibarra, además de óperas y conciertos para solista, cuenta con cinco sinfonías: destacando la cuarta llamada Conmemorativa (2010) para coro y orquesta, con texto de Justo Sierra, con motivo del centenario de la fundación de la Universidad Autónoma de México; pero quizá la más difundida es la segunda Las antesalas del sueño (1993).
Varias son las características que hacen especial esta primera sinfonía. Al ser pensada como una obra dedicada a Mozart, Ibarra la retoma para su homenaje. En un principio el autor pensaba llamarla Sinfonía Concertante y con una pequeña orquestación como las que utilizaba Haydn. La versión final se amplió con instrumentos de aliento-metal para obtener más combinaciones sonoras, sin perder el sonido del clasicismo.
Esta obra está escrita en un solo movimiento, en el que van sucediéndose diferentes tempos y motivos, todos de manera contrastante pero unidos inteligentemente. El motivo principal se puede percibir en la parte central de la sinfonía a manera de variantes rítmicas. A lo largo de su discurso musical se logra un dramatismo armónico reforzado por la instrumentación y que permite la riqueza expresiva de la obra.
A pesar de que se trata de una composición de autor mexicano, no esperemos escuchar alguna referencia de danzones o huapangos; el lenguaje de Ibarra va más allá de eso, es música pura, generada por el pleno conocimiento y manejo de la composición moderna; es viva y enérgica.
Como parte de este programa, escucharemos la Sinfonía en Re Mayor K. 504 Praga, de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), compuesta en diciembre de 1786. Al siguiente año, en el mes de enero Mozart viaja con su familia a la capital Bohemia. Durante este periodo se representó su ópera Las bodas de Fígaro (1786) con gran éxito. En Praga le fue comisionada la composición de una nueva ópera, Don Giovanni, estrenada en el verano de ese año; todo indica que fue una temporada muy productiva, a pesar de la muerte de su padre. Entre otras obras compuestas fueron la famosa Eine Kleine Nachtmusik (K.516), los quintetos de cuerda en Do Mayor (K.515) y en Sol menor (K. 516), la Sonata para piano y violín (K. 526).
Praga es considerada como la primera de sus últimas sinfonías, y por lo tanto las de mayor madurez musical. La 40 y 41, plantearon lo que serían los cambios musicales y estéticos de finales del siglo XVIII, y que tuvieron una influencia muy fuerte del Sturm und Drang del romanticismo alemán en la literatura. Durante el clasicismo Haydn y Mozart marcaron un modelo que caracterizó a todo este periodo de la historia de la música; sin embargo Haydn con las sinfonías del Sturm und drang —destacando las 44, 45, 49, 50— y Mozart con las 38, 40, y 41, introducen los cambios estructurales, temáticos y armónicos, que impactaron, a través de la confrontación temática entre las tonalidades mayores, menores y las imponentes resoluciones de acordes de tensión; esto en un sentido coloquial, es una relación o choque de fuerzas antagónicas, los principios de dualidad, el día y la noche, el bien y el mal, el yin y el yang, lo femenino y masculino, que culminaría en el romanticismo del siglo XIX.
En el caso de esta sinfonía podemos apreciar características compositivas que la hacen diferente a otras del propio Mozart, y que es susceptible de considerar dentro del movimiento del Strum und drang. En aquella época las sinfonías estaban integradas por cuatro movimientos contrastantes en tiempo y aire, dicho de otra manera, lento-rápido-lento-rápido, esquema heredado de la escuela italiana del barroco. El primer movimiento presenta una introducción lenta, donde apreciamos una armonía dramática, confrontando, de manera breve, con una dulce melodía de las cuerdas; los acordes en tonalidad menor provocan una atmósfera de tensión y dramatismo, que resuelve, con una luz que da la tonalidad de Re Mayor del Allegro del primer movimiento. El tema inicial en el modo mayor, da paso a un segundo tema, dulce y cantado por las cuerdas. En la parte central, llamada “desarrollo”, Mozart despliega su madurez compositiva, llevándonos a un extremo dramático gracias a la sucesión de cambios armónicos que nos enfrenta a los albores del romanticismo. Aquí podemos apreciar esos cambios de armonía, que de momento pueden “sonar” felices y al siguiente periodo, sonar oscuros o dramáticos, momentos emocionales de la “tormenta e ímpetu” muy característicos de este periodo, como un reflejo también de los cambios radicales de estado de ánimo que confronta el Ser. En el segundo movimiento, Andante escrito en un ritmo ternario, una subdivisión de tres notas continuas le da una sutil sensación de dinamismo; a esto se suma un fantástico diálogo entre sus instrumentos que logran un juego de emociones enmarcadas por el manejo de su armonía; es decir reutiliza los temas que habían sido presentados en modo mayor, resignificándolos como pequeños chispazos en modo menor. Algo sorprendente de esta sinfonía es que el compositor no escribió el tercer movimiento tradicional, un minueto, ¿Esto fue un olvido, fue a propósito? La única posibilidad es que Mozart pone de manifiesto su rompimiento ideológico con respecto a los modelos tradicionales del clasicismo.
El presto final es una alegoría de un ritmo de danza, en este caso una gavota con dos secciones, y en la parte central retoma elementos temáticos de la primera parte, mostrando la genialidad de Mozart al “manipular”, con los cambios armónicos, la parte central. En conjunto la obra muestra elementos relacionados con el trabajo de composición de las últimas sinfonías del genial compositor, en este caso las 40 y 41, que marcan diferentes hitos y su influencia en el desarrollo de la música en años posteriores.
La última obra del programa es un tanto especial, se trata de una composición original para violín y orquesta del compositor armenio Aram Kachaturian (1903-1978). Se le ha considerado como uno de los músicos soviéticos que supieron integrar la música de la diversidad de repúblicas de la zona. Su vida fue controversial en un país donde la ideología comunista marcaba la pauta de la vida cultural. Fue un defensor de la creación artística, libre de las influencias políticas predominantes, lo que le valió en muchos momentos reprimendas para callarlo.
La obra que escucharemos tiene su origen en el Concierto para Violín y Orquesta Op. 46 compuesto y estrenado en el año de 1940 con el legendario David Oistrakh como solista, a quien fue además dedicado. La versión para flauta y orquesta es una adaptación realizada por el flautista francés Jean Pierre Rampal en 1968.
Esto nos lleva a pensar en el valor de las reconfiguraciones de obras de este tipo. ¿Ganan o pierden las composiciones originales cuando se hacen estos cambios? Un trabajo así está íntimamente relacionado con la perspectiva musical y estética de cada uno de los creadores. En la historia de la música existe una gran variedad de ejemplos; desde Johann Sebastian Bach (1685-1750) que realizó adaptaciones de diferentes conciertos de Vivaldi, Albinoni o Marcello. En el caso de Bach son célebres las versiones orquestales que el destacado director de orquesta, Leopold Stokowosky realizó con varias de sus obras. Quizá una de las más sobresalientes adaptaciones es la de Cuadros de una Exposición para piano (1874) de Modest Mussorgsky (1839-1881) y su versión orquestal realizada por Maurice Ravel (1875-1937) que ha dado a la obra un éxito mayor que su original.
En el caso de este concierto, escuchar el original de violín, en contraste con el de flauta, nos permite apreciar las diferentes características instrumentales entre uno y otro. Emmanuel Pahud, flautista principal de la Filarmónica de Berlín, menciona en una entrevista con respecto a esta obra, lo difícil de enfrentar la flauta solista ante una gran orquesta; la extensión de tiempo de la obra es el doble de un concierto tradicional, tiene 40 minutos de duración, que hace de la ejecución una versión difícil y compleja.
En cuanto a la composición, es un reflejo del talento del compositor, quien maneja de manera inteligente la estructura, retomando el tema principal del primer movimiento en el tercero. La exigencia técnica de la misma, permite el lucimiento de la flauta, destacando sus cualidades, gracias al talento de Rampal.
Ésta será una noche de música que nos deja un muestrario sonoro de culturas y épocas contrastantes, solo es necesario escuchar con la mente y el alma, para vivir este encuentro con el arte.