Debussy / Keiko Abe / Beethoven

Alfonso Colorado | Tlaqná
Sinfonía no.6 Pastoral / Prism Rhapsody / La Mer
Ríos y mares en la tradición sinfónica Existe una tradición acuática en la música que pasa desde obras como La tempesta di mare ( la tempestad del mar) de Vivaldi; la Música acuática de G. F. Handel y de G. P. Telemann, pasando por El moldava de Smetana. A esta tradición de la música programática algunos críticos e historiadores han opuesto la música llamada “pura”, es decir, la que no contiene ninguna alusión explícita de carácter descriptivo o narrativo. Ahora bien la Quinta Sinfonía de Beethoven no tiene ningún título o alusión, sin embargo los manuales, y un extendido imaginario, la asocia a palabras como “Destino”, “Voluntad” o “Triunfo” (así, con mayúscula) ¿por qué? El clasicismo (y Beethoven era un clásico) creó una gramática, no requiere elementos descriptivos para trasmitir una narrativa, lo cual permitió a las formas y estructuras musicales volverse protagónicas para la clase social emergente tras la Revolución francesa, la nueva burguesía (próspera e ilustrada) que se colocó a la vanguardia social en las sociedades trasatlánticas. Estrictamente contemporánea de la Quinta Sinfonía de Beethoven es su Sexta Sinfonía, Pastoral (1808), que consta de cinco movimientos, los cuales fueron intitulados por él mismo así: 1. Despertar de alegres sentimientos al llegar al campo 2. Escena junto al río 3. Alegre reunión de campesinos 4. Tempestad- tormenta, 5. Himno de los pastores. Alegría y sentimientos de agradecimiento después de la tormenta. El carácter narrativo de la obra se acentúa con algunos efectos básicos, como el hecho de que los tres movimientos últimos estén encadenados, sin pausa entre ellos. La obra describe la Naturaleza tanto desde el punto de vista de la percepción como de la introspección, desde un punto de vista físico y emotivo, desde lo general, lo individual y lo colectivo: esos “alegres sentimientos” corresponden a un/a individuo mientras que la danza campesina es un ritual colectivo en las cuales ocupa un lugar central el baile; la raigambre rural está firmemente asentada en la sinfonía: el tema inicial del primer movimiento es una melodía tradicional de la región de Bohemia y el tercero contiene un ranz de vaches (Kuhreihen en alemán), una melodía pastoril típica de los Alpes. La tormenta busca reproducir, por medios sonoros, una experiencia elemental que cualquier ser humano ha experimentado: la constatación del poder de la Naturaleza, nuestra esencial vulnerabilidad. El movimiento final vuelve al punto inicial anímico de la sinfonía y la melodía que se oye una y otra vez, es una de las más dulces y emotivas de la obra de Beethoven, una suerte de sentida plegaria. Además de los sentimientos la sinfonía comporta, asimismo, una reflexión sobre la Naturaleza, lo cual a su vez refleja una tendencia extendida entre los círculos ilustrados de Europa y de América, el panteísmo, que permeaba las prácticas religiosas, la literatura y la música. El segundo movimiento tiene un motivo musical que describe la corriente del río que es tan regular que, paradójicamente, transmite una especie de inmovilidad, y abarca muchas otras cosas, entre ellas, se imita el canto de tres aves: el cucú, el ruiseñor y la oropéndola; Beethoven no era un ornitólogo, más bien en aquel entonces la gran mayoría de las personas estaban familiarizadas con las aves, formaban parte de su entorno inmediato y permanente. Así, la sinfonía es un testimonio de cuan presentes estaban el agua y los ríos en la vida cotidiana, y de ello hay varios ejemplos, como El canto de los Espíritus sobre las aguas, La bella molinera y La trucha todas de Schubert, por citar otros ejemplos contemporáneos. Por todo esto, y por otras razones, esta sinfonía no es sólo una de las más importantes del repertorio orquestal sino una de las piedras angulares de la música sinfónica, en cuanto una importante influencia cultural. En una época en que nuestra supervivencia como especie está seriamente amenazada por el uso y abuso de los recursos naturales, esta obra es un poderoso y lírico recordatorio de que otro tipo de relación con nuestro entorno es posible. La mer, trois esquisses symphoniques pour orchestre (El mar, tres bocetos sinfónicos para orquesta) de Claude Debussy oscila entre dos extremos: la presentación precisa, clínica, de las oscilaciones del mar y su representación estilizada cuyo origen parte no del mar mismo sino de la tradición artística que lo ha tomado como tema, como las obras plásticas de Hokusai y J. W. Turner. La obra se compone de tres movimientos: 1. De l'aube à midi sur la mer (Desde el amanecer hasta el mediodía en el mar) 2. Jeux de vagues (Juegos de olas) 3. Dialogue du vent et de la mer (Diálogo del viento y el mar) La obra en realidad podría considerarse una sinfonía, por la amplitud de su trazo, por el empuje e su primer movimiento y el dinamismo del último, separados por una suerte de scherzo; ahora bien, está aquí el símil, porque no hay nada que recuerde a la tradición de la sinfonía tradicional, ni siquiera en sus formas postrománticas. No hay una estructura tradicional, repeticiones que sirvan de guía, repeticiones reconocibles en un primer momento. Sobre la base de una armonía audaz, melodías enunciadas y desdibujadas constantemente, y solos sugerentes, la idea rectora es mostrar el mar como una entidad en permanente movimiento, que abarca no sólo la superficie del agua sino sus profundidades, el viento sobre su superficie, las nubes, la lluvia… Pueden reconocerse algunas onomatopeyas musicales: el inicio de la obra muestra el amanecer como un gran efecto visual (y, por ende, musical); también las olas, el silbido del viento. Más allá de estos elementos lo demás es una (magnífica) representación estilizada del mar construida con base en la sensualidad del sonido: la riqueza tímbrica, la armonía evanescente, los innumerables matices. Como es sabido, la música de Debussy apela a la sensoliaridad como medio y como fin: somos materia y nos relacionamos con el mundo en cuanto tal, no es un estadio inicial o intermedio donde lo importante es lo mental o lo espiritual. Sin embargo, aquí subyace una paradoja. Como señala David Cox en su monografía sobre Debussy, su obra no puede calificarse de impresionista sino más bien de simbolista porque no busca quedarse en esas sensaciones primeras sino se trata de mostrar algo que puede aprehenderse momentáneamente pero que conservará siempre algo libre, más allá, inaprehensible, ¡como el mar!, y que es en esa parte donde la realidad adquiere sentido. Podemos añadir: esta visión de la importancia del momento, de que todo es efímero y todo es cambio, no sólo es una estética (que acerca esta música en sus bases a géneros como el jazz por la importancia de la improvisación, o al performance) sino una visión de la vida: el mundo material que nos rodea está también dentro de nosotros, estamos fundidos con éste, formamos parte de lo mismo y los sentidos nos permiten abrir innumerables ventanas.