Beethoven / Rodríguez / Puccini / Bizet / Lecuona 04/05/23
Alfonso Colorado | Orizaba
SINFONÍA No. 6 PASTORAL EN FA MAYOR OP. 68 / MOSAICO MEXICANO (11’) / MANON LESCAUT: INTERMEZZO (6’) / SUITE LA ARLESIANA No. 1 CARRILLÓN / MALAGUEÑA
La pervivencia sonora del mundo rural
Existe una tradición acuática en la música que va desde la celebérrima Música acuática (1715) de G. F. Handel y la menos conocida de G. P. Telemann (1723) a La tempesta di mare (la tempestad del mar, 1727) de Vivaldi. En el acto IV de Las bodas de Fígaro (1786) de Mozart una joven criada, que va jugar una broma a su patrón por instrucciones (y en acuerdo) con su patrona, debe esperarlo; es de noche, una tenue luz de luna ilumina el bosque; ella contempla la escena, piensa y canta:
Aquí murmura el arroyo, aquí bromea el aura
que con dulce susurro el corazón conforta.
Aquí ríen las flores y la hierba es fresca,
aquí todo invita a los placeres del amor.
La Naturaleza, y el agua como parte de la misma, se percibe en términos humanos, familiares, el marco ideal para enmarcar el desarrollo de las emociones.
En 1808 Beethoven (1770-1827) se sumó a esta tradición con su sexta Sinfonía, Pastoral, cuyos cinco movimientos el propio compositor tituló así:
1. Despertar de alegres sentimientos al llegar al campo
2. Escena junto al arroyo
3. Alegre reunión de campesinos
4. Tempestad- Tormenta,
5. Himno de los pastores. Alegría y sentimientos de agradecimiento después de la tormenta.
Esta sinfonía describe la Naturaleza tanto desde el punto de vista de la percepción como de la introspección; desde un punto de vista físico y emotivo; desde lo individual y lo social: esos “alegres sentimientos” corresponden a una persona mientras que la reunión campesina es un ritual colectivo con el baile como centro; la raigambre rural está firmemente asentada en la sinfonía, y no por una predilección especial del compositor sino porque en ese entonces la gran mayoría de la población vivía en el campo, las ciudades no eran la norma, eran una excepción, un verdadero acontecimiento; así el tema inicial del primer movimiento es una melodía tradicional, es decir rural, de la región de Bohemia y el tercero contiene un ranz de vaches (Kuhreihen en alemán), una melodía pastoril típica de los Alpes.
El segundo movimiento tiene un motivo musical que refleja la corriente del arroyo, apacible y regular; suenan elementos que describen el ecosistema acuático del bosque, los alientos imitan el canto de tres aves: el cucú, el ruiseñor y la oropéndola. Beethoven no era un ornitólogo, más bien en aquel entonces las aves formaban parte del entorno inmediato para la mayoría de la gente, que estaba familiarizada con su canto. El arroyo conocido por Beethoven, alguno de los cercanos a Viena, al final no difiere mucho de los muchos que bajan desde el pico de Orizaba, como el Jamapa, el glaciar más alto de México, a 5636 metros sobre el nivel del mar.
Si en el segundo movimiento las protagonistas son las aves en el tercero lo son las personas, las y los campesinos que danzan vigorosamente (escúchese el ritmo) en grupo y en pareja al mismo tiempo, el concepto de la danza era gremial, no individual.
El tercer movimiento describe, con precisión clínica y musical, la evolución de un fenómeno meteorológico, desde la borrasca y los truenos lejanos hasta la tormenta que se convierte en una violenta tempestad; ahora bien, esto no es descrito en términos generales o abstractos, este torbellino ocurre en medio de la fiesta y reproduce una experiencia elemental para cualquier persona: la constatación del poder de la Naturaleza y de nuestra esencial vulnerabilidad. Por ello el movimiento final expresa el cese de ese temor y, como el propio compositor escribió de su puño y letras, es un canto tras la tormenta. La sinfonía termina con una nota dulce, el tema que musical que se escucha una y otra vez es una de los más dulces y emotivas de la obra de Beethoven, una suerte de plegaria, una reconciliación.
Al carácter descriptivo de cada uno de los movimientos y de algunos efectos descriptivos, el carácter narrativo es acentuado por la estructura de la obra: los tres movimientos finales están encadenados, forman una secuencia. La sinfonía apela a los sentimientos pero comporta asimismo una reflexión sobre la Naturaleza, describe musicalmente los ciclos de la Naturaleza, de los elementos y de la vida, ideas que se relacionan con una tendencia entonces muy extendida entre los círculos ilustrados de Europa y de América y que permeaba su filosofía, su literatura y su música, el panteísmo: Dios está en la Naturaleza, Dios es la Naturaleza, idea, sensación, que en realidad muchas personas a lo largo de los siglos habrán intuido.
Por todo esto, y por otras razones, esta sinfonía no es sólo una de las más importantes del repertorio orquestal, sino una de las piedras angulares de la música sinfónica en cuanto una influencia cultural, como pude constatarse fácilmente en un capítulo de Los Simpson, en el cual el primer movimiento de esta sinfonía suena como fondo cuando los niños de Springfield salen todos y todas a jugar a la calle porque su programa favorito se ha vuelto aburrido. En una época en que nuestra supervivencia como especie está seriamente amenazada por el uso y abuso de los recursos naturales esta obra es un poderoso y lírico recordatorio de que otro tipo de relación con nuestro entorno es no sólo posible, sino necesaria, volver a esa mirada que asumía que somos parte de la Naturaleza. La música del Romanticismo refleja esa cercanía y familiaridad con el agua, al mismo tiempo sagrada y necesaria para la actividad económica, en esos años Schubert escribía obras que reflejan ambas tendencias, desde El canto de los Espíritus sobre las aguas a La bella molinera, es decir, la trabajadora del molino y La trucha, que describe las mañas que se da un pescador para atraparla.
Justo ese mundo rural, el del molino, el agua y el bosque es el que dio origen a La arlesiana, de Georges Bizet (1838-1875). En París, entre 1886 y 1889, Alphonse Daudet (1840- 1897) escribió para la prensa parisina una serie de viñetas, notas, leyendas, cuadros, recuerdos sobre la Provenza, región al sur de Francia, que es equivalente, en el imaginario de ese país, a lo que en España sería Andalucía o en Italia Sicilia o en México Veracruz o Tabasco, un lugar lleno de luz, con gente de carácter alegre, un mundo de raigambre rural, de arraigadas costumbres locales, con su propia idioma (como en Veracruz el náhuatl o totonaco) ligado también al mar, el Mediterráneo en ese caso. Daudet recorrió la Provenza con sus textos y uno de los famosos se desarrolla en Arlés (pequeña ciudad también conocida por Vincent van Gogh , quien radicó ahí) donde un campesino, Jan, se enamora de una chica de Arlés, una arlesiana, con quien se compromete, pero un novio anterior de ella habla con el padre del Jan y el compromiso se deshace; el amor y la tristeza consumen al muchacho, quien aunque lucha por dentro y da una apariencia de normalidad a sus días (sólo su madre se da cuenta de que algo no marcha bien) termina suicidándose. Este breve cuento se hizo tan popular que el propio Daudet lo volvió obra de teatro en 1872, a la que hizo algunos cambios, y encargó la música incidental, es decir, la que acompaña la obra, a Bizet, quien compuso La arlesiana, que consta de 27 número musicales; más tarde el compositor tomó cuatro de ellos para escribir una suite (es decir, una selección de esas piezas unidas en una sola obra, una especie de antología musical). Bizet murió a los 36 años y un amigo suyo, director de orquesta, armó una segunda suite de La arlesiana a partir de otros cuatro fragmentos.
Bizet no se decantó por narrar una historia de amor o describir personajes como por retratar ese ambiente rural, esa vida colectiva que aparece también en la Pastoral de Beethoven. “Llegué a Eyguières hacia las dos de la tarde. La aldea estaba desierta, todo el mundo estaba trabajando en los campos” se lee en unos de esos cuentos. En este concierto se escucharán las piezas finales de ambas suites, un carrillón y una farandola, piezas de origen tradicional, cuya sonoridad, ambiente, ritmo, reflejan las tradiciones, costumbres y sonoridades de esa Provenza que estaba dejando de ser rural para convertirse en urbana. Daudet, nativo de ahí, no solo siente la nostalgia del terruño o la añoranza del migrante sino describe ese proceso. El molinero más viejo del pueblo recuerda cuando todas las colinas tenían un molino, pero ahora:
Desgraciadamente, los franceses de París tuvieron la idea de establecer un molino de vapor en la carretera de Tarascón. ¡Muy nuevo, muy bonito! La gente se acostumbró a enviar su trigo a la fábrica, y los pobres molinos de viento se quedaron sin trabajo. Durante algún tiempo trataron de luchar, pero pudo más el vapor, y uno tras otro, ¡qué lástima! se vieron obligados a cerrar... Ya no se volvieron a ver llegar los asnillos... Las hermosas molineras vendieron sus cruces de oro... ¡Se acabó también el viñedo! ¡Se acabaron las farándolas!... Por mucho que soplara el viento las aspas permanecían quietas... Después, un buen día, el Ayuntamiento hizo derribar todas aquellas chozas, y en su lugar se sembraron viñas y olivares.
En aquel mundo a menudo el trabajo no estaba separado del ocio y la diversión: en el molino se conversaba, cantaba y bailaba, se bebía vino, el texto lo dice claramente: “¡se acabaron las farándolas!”.
El mundo cambia muy rápido, y si para nuestro imaginario actual Cuba y España son dos países distintos esto es algo relativamente reciente, porque hasta 1898 fue territorio español. ); por eso se identifica la habanera como un estilo musical típicamente español (como la famosa habanera de Carmen, 1875, de Bizet, acaso la ópera más famosa de la historia); por eso si la Suite española (1882-1889) de Isaac Albéniz (1860- 1909) comienza con Granada y Cataluña termina con Cuba; por eso el compositor cubano Ernesto Lecuona (1895-1963) escribió una Suite andaluza (1918) una de cuyas partes es esta “Malagueña”, para la que escribió la letra y la música, que ha dado la vuelta al mundo y ha sido arreglada como pieza de rock, de jazz, de marching band y de muchas otras cosas; así, Connie Francis, cantante norteamericana famosa mundialmente en la década de 1950, la grabó en 1961, uno entre muchos ejemplos; también por eso un famoso huapango huasteco se llama “Malagueña salerosa”.
La nostalgia y la evocación también está en el corazón de Mosaico mexicano de Arturo Rodríguez (1976), quien señala de su obra “rinde homenaje a los grandes compositores mexicanos de música de concierto de los 40s y 50s, así como a los compositores de la Época de Oro del cine mexicano. Escribí esta pieza cuando aún estaba en la universidad, en el cuarto año de vivir lejos de mi país. ¡Un buen antídoto contra la nostalgia!”
Rodríguez estudiaba en Estados Unidos donde, por cierto, la cultura mexicana se ha difundido al mundo en un acelerado proceso social, artístico y cultural de gran envergadura, a través de canciones, películas y series de TV; el apogeo de estas últimas puede verse como un hecho reciente, de moda, pero en realidad forma parte de un proceso de larga duración, el mismo que está en el origen de las Cartas de mi molino (1869) como se tituló el libro en el cual Daudet juntó sus textos sobre la Provenza: la transición del mundo rural al urbano y la migración del campo a la ciudad, el ascenso de los medios masivos de comunicación (de la prensa escrita a internet), la evolución de costumbres.
Fue el asombro y el escándalo lo que hizo famosa a Manon Lescaut, protagonista de la Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut, que formaba parte de las Memorias y aventuras de un hombre de calidad retirado del mundo, publicadas en siete volúmenes, entre 1728 y 1731, de Antoine François Prévost d'Exiles (1697- 1763), conocido por su título eclesiástico de Abbé Prévost, el Abate Prévost, hombre de mundo, soldado, historiador, aventurero y un formidable escritor. Manon Lescaut fue censurada, condenada a la hoguera y retirada de la publicación en 1733 y 1735 pero su fama no hizo sino crecer, y el autor publicó una nueva versión, ampliada en 1753, que desde entonces no ha dejado de leerse y de mutar y transmutar: ha dado lugar a ballets, películas y series de TV; entre las óperas están las de Daniel Auber (1782-1871), Jules Massenet (1842-1912), la de Puccini (1858-1924) y la de Hans Werner Henze (1926-2012) ¿Por qué la fama de Manon, por qué el escándalo, por qué su personaje y su historia ha atravesado varios siglos, tantos géneros literarios, musicales, escénicos y visuales? Eso tendrá que averiguarlo el lector y la lectora al terminar el concierto, mientras vuelve a escuchar el Intermezzo que separa el acto II del 3 de la ópera de Puccini. Los interludios musicales tienen como finalidad preparar el cambio de escenografía, vestuario, iluminación y los otros muchos detalles que siempre hay cuando se representa una obra escénica; también, de retratar a través de una breve pieza musical, el ambiente de la obra o de sus protagonistas. Este breve intermezzo acaso permitirá al escucha imaginar quien era Manon, cuál es su historia y porque ha atravesado loas mares del tiempo y del espacio.