Beethoven 30/06/23
Orquesta Sinfónica de Xalapa
Notas al programa
Luis Jaime Cortez
Programa doblemente interesante: a la vez que nos permite escuchar una de las cumbres del repertorio orquestal (la Novena de Beethoven), propone un ejercicio de reivindicación (y en muchos sentidos, de revelación) de una compositora romántica contemporánea de Berlioz y Schumann: Emilie Mayer (1812-1883).
En la publicidad del programa leemos: E. Mayer–Beethoven. Podría decir simplemente: Mayer. Pero no parece suficiente. Se agregó la E. para ayudar a los lectores. Sin embargo, esa sola letra desconcierta y, quizás, hasta incomoda un poco: los oyentes de música clásica jugamos a conocerlo todo.
Y detrás de la E. se nos aparece una compositora del siglo XIX que llega a nuestros oídos gracias a los aires de justicia de género con que hemos vuelto los ojos al pasado. Parecería un descubrimiento, pero la verdad es que no le fue mal en su época. Logró que se escucharan sus obras con un buen nivel de reconocimiento hacia ellas. Pudo incluso dirigirlas, lo que agrega interés a su figura de música activa y nos invita a reflexionar desde cuándo ha habido directoras y lo que han vivido en el camino. También pudo publicar la mayoría de sus partituras. Gracias a ello es posible tener fácil acceso a su trabajo sin que tengan que mediar laboriosas indagaciones de archivo ni transcripciones de manuscritos garapiñados de corcheas. Sólo nos resta hacer lo que propone hoy la OSX: tocarlas y escucharlas, darles una nueva oportunidad en este siglo XXI lleno de avidez por el trabajo de las mujeres del pasado. Ahí donde escuchamos mal, o con prejuicios, podemos regresar y oír con nuevos oídos y nuevas ideas.
Emilie escribió ocho sinfonías, un concierto para piano y numerosas obras de cámara (recomiendo su Nocturno op. 48 y su Cuarteto de Cuerdas op. 14). Como Beethoven o Mendelssohn, compuso varias oberturas, introducciones a mundos imaginarios que el oyente debe recorrer abandonado en una soledad silenciosa.
La obertura Fausto es la penúltima, la sexta, escrita en la madurez de la autora, hacia sus últimos años de vida. La primera es una obra de juventud; las oberturas 2, 3 y 4 se estrenaron hacia 1850. La quinta y la séptima (Ouverture seriuese y Ouvertura giocosa, respectivamente) se han perdido. Todas la muestran como una orquestadora infalible.
La obertura Fausto op. 46, escrita en 1880, se estrenó en 1881. Su tema refiere de manera evidente a Goethe –una de las figuras tutelares del romanticismo–, a su obra maestra, y al personaje que todos, hombres y mujeres, somos de alguna manera. Fausto es un símbolo de la condición moderna, de la insatisfacción moderna, del drama del hombre moderno.
En eso es también acertado el programa de hoy. Mayer hace referencia a Goethe (1749-1832), por un lado, y Beethoven a Schiller (1759-1805), un personaje de similar influencia. O superior incluso, si lo pensamos desde la música: quizás ningún escritor ha influido tanto en la creación de obras musicales como Schiller. Su pujanza va del Himno a la alegría de Beethoven al Guillermo Tell de Rossini, de la Juana de Arco a la Luisa Miller de Verdi, pasando por los más notables liederistas, de Schubert a Brahms; o la María Estuardo, de Donizetti.
En el siglo XXI, quizás la balanza se inclinaría un poco en favor de Goethe, pero una lectura atenta nos daría sorpresas interesantes. Podría escribirse un libro entero sobre las obras musicales que ha suscitado la obra del poeta, dramaturgo, filósofo e historiador Friedrich von Schiller, oriundo de Marbach am Neckar. Uno de los gigantes del mundo.
Escribió la Oda a la alegría hacia 1785. Nació con el nombre de Oda a la libertad, con lo cual alegría y libertad se vuelven palabras de alguna forma ligadas. Se publicó póstumamente, luego de varias revisiones, en 1808, tres años después de su muerte. Es con esta edición con la que trabajó Beethoven, aunque conoció el poema desde su primera versión. Usa sólo algunos fragmentos. Se recomienda a los oyentes de la sinfonía leer el poema completo, un poema filosófico, como era natural en un filósofo poeta.
Quizás no tenemos una buena traducción al español; quiero decir, una traducción de poeta. Por eso parece cojo y trompicado si se lee en nuestra lengua. Las traducciones que existen no hacen honor al rigor de la música, pero eso es debido a una traición.. Habría que decir que Beethoven agregó varios párrafos de su propia factura, por necesidades musicales que no hacen menos atrevida la osadía.
Y qué decir de la Novena. Sencillamente, que es una de las cumbres de lo humano, prodigiosa desde cualquier perspectiva.
Su orquestación es una fuente de imaginarios sonoros inagotables. Utiliza una orquesta tan grande como era posible en su época. Pero lo notable no está en lo cuantitativo, sino en sus múltiples hallazgos sonoros: el piccolo aparece en ella como personaje, y las percusiones, en un protagonismo premonitorio; el contrafagot, en el cuarto movimiento, agrega sombras asombrosas. Construye pianísimos de algodón y fortísimos insuperables por su fuerza dramática.
Quería Beethoven llegar a la cúspide de la fuerza expresiva, y entonces encontró que necesitaba un instrumento esencial: la voz humana. Y a la voz se le pegaron las palabras, y entonces se sumó la poesía a la música. Y lo hizo con prodigalidad: cuatro solistas y un coro gigante. Jamás habían sonado tantas voces a la vez.
El éxito del estreno, en Viena en 1824, se ha repetido en cada escenario que logra hacer una versión a la altura. No hay forma de permanecer ajenos. Es una obra imperativa, nos exige participar en sus emociones. No nos da permiso de quedarnos al margen; no nos permite no entender su mensaje.
Beethoven la concibió en la tonalidad más dramática y oscura: re menor, lo que hace un contraste con el tema del poema. Desde ahí empiezan a construirse las chispas del sonido.
Otros grandes han querido emular este formato, pero su maestría y originalidad la hacen siempre vencedora de cualquier duelo. Es quizás por ello que la historia de la obra está llena de despropósitos. Algunos de buena fe.
Mahler, ese otro dios olímpico, consideró que había que crecer la orquesta para esta prodigiosa Novena, y procedió a intervenirla, en una versión que le provocó el repudio general, acusado de violentar territorios sagrados, creo que con algo de injusticia: siempre será fantástico escuchar la intervención de Mahler, en una especie de Beethoven con turbo.
Verdi tuvo la desmesura de criticar el cuarto movimiento, pero lo hizo por una envidia que al final superó con su Réquiem, aprendiendo con paciencia eufórica.
En 1985 Europa se robó un fragmento de la sinfonía, la sinfonía de la humanidad, como dice el poema, para convertirla después en el Himno de Europa, en una especie de violencia simbólica. Lo propio de la obra es el ser humano, esté donde esté. Es el himno de lo humano.