Stravinsky 18/07/23

Natalia Juan Gil | Tlaqná
Las Ruinas de Atenas / Concierto Para Piano / La Consagración de la primavera
Estrenada el 29 de mayo de 1913 en París y creada para la temporada de 1913 para la Compañía de los Ballets Rusos de Sergei Diaghilev, coreografiada por Vaslav Niyinsky, con escenografía y vestuario de Nicholas Roerich, La consagración de la primavera responde al proyecto de su director artístico de fusionar elementos de la tradición popular rusa con las tendencias vanguardistas occidentales. Reconocida como una obra fundacional del modernismo del siglo XX, Stravinsky llevará hasta sus últimas consecuencias algunos recursos utilizados anteriormente, como la politonalidad, los cambios bruscos de compás o la construcción de texturas a partir de la repetición de ostinatos, conformando un tejido cuyos matices contrastantes en algunos momentos resulta áspero y seco. Desde El pájaro de fuego, Stravinsky ya sobresale por su ruptura con muchas de las convenciones académicas en la teoría musical, pues irrumpe alterando el elemento rítmico y el orden métrico convencional, dando lugar a pulsaciones asimétricas que proyectan el dinamismo de la vida moderna o aluden a un tiempo muy arcaico a través de la recuperación de elementos sonoros –algunos provenientes del folklor y la cultura popular rusa– que despiertan conexiones profundas más allá de lo consciente. Pero culmen de ese campo experimental emprendido, en La consagración de la primavera da lugar a un encuentro inusitado con la materia sonora que se sostiene además en una armonía compleja que busca la politonalidad y una instrumentación profusa que explora en un punto liminal las cualidades tímbricas y destaca las percusiones de forma sorprendentemente rica. El concepto de la obra sugerida en el subtítulo Imágenes de la Rusia pagana en dos partes le permite a Stravinsky introducir innovaciones musicales en la partitura. Este nuevo universo sonoro no da lugar al orden, la mesura y la contención; todo lo contrario: el “objeto sonoro” se presenta en forma excesiva y dinámica (Salvetti 1999). Sin un tema dramático, personajes, ni acción continuada, la obra se conforma por bloques o cuadros independientes cuya coherencia se debe más al encadenamiento rítmico-tímbrico. Dividida en dos actos, “Adoración de la tierra” y “El sacrificio”, el argumento gira alrededor de un ritual pagano de la Rusia antigua, en el que una doncella es raptada y sacrificada a fin de obtener la benevolencia de los dioses. La obra evoca un mundo bárbaro, pagano que, previo a la Rusia cristiana, exige el rito sacrificial de una doncella que debe bailar hasta morir. Seducido por esta música, Vaslav Niyinsky, el gran bailarín de los Ballets Rusos, acepta la enmienda de Diaguilev a pesar de su poca experiencia coreográfica y emprende un proyecto experimental colapsando los criterios estéticos decimonónicos imperantes. Al proponer una nueva plasticidad en el tratamiento del movimiento y lo gestual, la obra desplaza las categorías estéticas dominantes, donde la noción de bello del periodo clásico-romántico queda suspendida. Este desplazamiento conlleva la ausencia de todo lo artificioso y seductor que distinguía al ballet “blanco”. En su lugar observamos movimientos que crean un lugar de partida completamente nuevo que no permite ningún lazo con el pasado. Deviene así una expresión más “pura”, una ausencia de gestualidad asociada a sentimientos o estados subjetivos que es al mismo tiempo imponentemente precisa, geométrica. Apoyada en una rítmica irregular cuyos movimientos crean a su vez diseños angulosos, la danza adviene con toda la fuerza matricial del cuerpo. Niyinsky recupera de esa forma un cuerpo más natural que se adhiere de manera más cercana a sus impulsos y crea resonancias profundas que escapan a las formas intencionales de la consciencia. Se realiza así una especie de desvelamiento del cuerpo, de una naturaleza reveladora de sus ciclos de nacimiento y muerte, creación y destrucción. Obstinado en mantener la fuerza expresiva de esas formas rítmicas en movimientos que transitan desde un tremor violento y contenido hasta sacudidas parecidas a descargas eléctricas que anuncian el trágico desenlace de la obra, Niyinsky crea una pieza coreográfica cuya ruptura con las formas del ballet precedentes dio lugar el día de su estreno a un rechazo violento por parte del público que ha sido bien documentado. Lo anterior hizo que la coreografía fuera excluida del repertorio de los Ballets Rusos y que se representara en nueve ocasiones. Actualmente la pieza magistral de Stravinsky continúa ejerciendo su poder de encantamiento en los artistas de la danza, existiendo distintas versiones como las de Maurice Béjart, Pina Baush y Sasha Waltz. Estudiada desde la perspectiva del ballet moderno y contemporáneo, ocupa un lugar imprescindible en la historia de la danza.